domingo, 7 de junio de 2009

Lo único que faltaba



Lloraba como un niño Federer. No era para menos. Acababa de adueñarse del torneo que tan esquivo le había sido. Y, además, de abrazarse al récord que mantenía la duda sobre su condición de mejor jugador de la historia. La leyenda de Pete Sampras ya no estará por encima suyo, al menos en cuestión estadística, claro. Pero ni las lágrimas, ni la emoción, ni todo lo que lo envolvió después de esta histórica consagración le impidieron mantener su caballerosidad: se acercó a Soderling, su último escollo al que venció por 6-1, 7-6 (1) y 6-4, y lo felicitó con énfasis. Es que el sueco no fue un rival más: significó su decimocuarta víctima en finales de Grand Slam, luego de haber sido el verdugo de su principal obstáculo, Rafael Nadal.



"Lo del público ha sido estupendo. Sin ellos sería imposible", dijo Federer, emocionado, antes de levantar el trofeo. Y tiene razón, Federer. La gente jugó a su favor hoy. Porque desde que pisó la cancha le dejó en claro que iba a apoyarlo incondicionalmente. La gran mayoría del Philippe Chatrier quería verlo ganador, convertido definitivamente en leyenda. Y Soderling, en cambio, alentado por un pequeño grupo de compatriotas sintió esa presión. Tan sólo 23 minutos alcanzaron para que el suizo se hiciera con el primer set por un contundente 6-1.



En el segundo set, Soderling levantó su nivel y lo complicó mucho a Federer con su servicio. Pero ni la reacción del sueco, ni la irrupción en la cancha de un hincha con una remera de Suiza y una bandera de Barcelona que intentó ponerle un gorra tradicional catalana le hicieron perder la calma a Federer. En el tie-break metió cuatro aces y derrumbó la ilusión de su rival. Estaba a sólo un set. Como cuando se consagró Gaudio, en el Philippe Chatrier se volvió a ver la ola. Y, al igual que al Gato, esto le sirvió para terminar de sacarse la presión de encima y jugar relajado el tercer set. Soderling, entonces, se rindió y no lo molestó más: para el sueco también ya era hora de pararse a ver el festejo del mejor de la historia en su partido más importante. "No sé si me lo merezco. Pero ya no volveré a oír que nunca he ganado Roland Garros", dijo Federer, con una sonrisa como pocas veces se le vio. El debate, inevitable, volverá a resurgir. ¿Es el mejor de la historia? Seguramente no todos coincidirán por una cuestión de gustos. Pero, al menos desde las estadísticas, ya no quedan dudas.





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