domingo, 6 de septiembre de 2009

El Hombre Hormiga - Parte 2


Desde muy tierno, el hombre hormiga es dado a los oficios menudos y hace con rara habilidad pandorgas y muñecos de naipes usados: en el vidrio de su ventana instala el tendejón, y es gusto verlo como juega los hilos de sus títeres para tentar a los muchachos transeúntes. Estos se juntan y amontonan como nosotros a leer un aviso en una esquina: los muchachos calaveras, aquéllos de que algo bueno puede esperarse, compran los muñecos y pandorgas del hombre hormiga, porque pagarán un ojo de la cara por tener algo más que romper. El hombre hormiga entierra el producto en la alcancía, y hace su agosto como médicos y abogados con los caprichos del prójimo. Por supuesto, que nuestro hombre no aprende un oficio, porque es mengua ser menestral.

¿Cómo ha de manejar el torno o la lima, él, que es tan delicadito, tan endeble? Tampoco estudia, porque no tiene vocación, ni le gustan los libros, los cuales, por otra parte no se dan de balde. El padrino y la madre le repiten a menudo: fortuna de Dios, hijo, que el saber de poco vale ; que como la fortuna es ciega tropieza más veces con los cuitados que con los hombres de pro. El hombre hormiga (en la infancia se entiende) es aficionado a ayudar a misa, y es íntimo de todo sacristán porque éstos dan gratis recortes de hostias, madruga para tomar velas en las procesiones por la cerita que gotea.

Y en día de función, ustedes le verán pedir limosna para algún santo. ¡Qué placer para el hombre hormiga cuando saltan los 5 décimos de algún devoto sobre la metálica superficie del platillo! ¡Le bailan los ojitos! ¡Ah, si él pudiera poner allí su alcancía! Este es poco más a menos el niño hormiga: desembaracémosle de la mantilla, para verlo de fraque ejerciendo su noble oficio en el más extenso campo.
Para el hombre hormiga no hay invierno; se levanta con el sol, y a la changa. Recorre los almacenes y las tiendas y mercerías: pide muestras, los últimos precios, y empieza su peregrinación. ¿Necesita Ud. de guantes? el se los proporcionará baratos y buenos de los que vende su conocido; en esta venta ganará medio peso. ¿Se le han concluido a Ud. los habanos? El sabe dónde los hay superiores: con esta especulación fuma gratis una semana. ¿Se le murió a Ud. su pariente?

El se encargará de hacer imprimir las esquelas; de pagar las misas; de comprar la mortaja; si Ud. es generoso le pagará la comisión, si no ya él ha ganado en las compras un real por peso. A las 3 de la tarde se retira nuestro hormiga cargado de algunas provisiones de boca, en poca cantidad pero buenas: él es parco y medido en todo pero su paladar es excelente. El hombre hormiga no tiene opinión política, ni sigue más bandera que la del remate. Dondequiera que Gowland levanta su pendón; dondequiera que Arriola alza el martillo, allí está nuestro hombre; porque el remate es su morada favorita: es tanto, que sueña con las pujas; obsérvelo Ud. distraído por la calle, y le verá alzar un dedo, mover la cabeza, como diciendo, un real más, dos, dos y medio. Si hubiera nobles entre nosotros, un noble hormiga debiera tener este lema en el escudo de sus armas: comprar a real, vender a peso .

Pero si este mote no está en su escudo, está como clavado en su memoria. Volvamos al remate. ¡Que paciencia la del pobrecito! ¡Ni la de un abogado consultado por mujer pleitista! Las horas pasa arrimado a algún mueble de los que se rematan hasta que llegue su vez; su vez es cuando sale la menudencia. Dice el rematador: esta mesa mal ajustada que le falta un pie... este espejillo sin azogue... este paño apolillado, ¿qué valen? ¿No hay quién dé algo? Entonces la hormiguita abre el ojo, se empina, levanta el pulgar como si fuera a persignarse, y entabla su diálogo con el rematador, diálogo mudo, cabalístico y que sólo por su resultado se conoce como en las conferencias diplomáticas.

Los chismes que remató hoy, mañana están ya en otro remate, a donde (por supuesto) va el hombre hormiga a pujarlos personalmente para venderlos en mejor precio.
El hombre hormiga no tiene amigos; su amigo es el peso; sus enemigos son sus semejantes, los otros hombres hormigas. El hombre hormiga no tiene conciencia, ni moral ni patriotismo; hipocresía, sí. Apenas habrá otro ser más inútil y perjudicial a la sociedad, si se exceptúa al pulpero genovés.

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