martes, 22 de septiembre de 2009

El violinista


Ayer leí por casualidad uno de esos cuentos que gustan leer. Se trataba de un violinista que estaba en un concierto muy importante acompañado de una orquesta, y lleno de público. Tocando en esta función las mejores notas jamás oídas se le rompió una cuerda del violín. La orquesta paro, y el público se desilusiono, pero el violinista siguió tocando con tres cuerdas y la orquesta le seguía. Las notas que salían del violín eran igualmente preciosas. Pero nuevamente se rompió otra cuerda, y la orquesta paro, el público atónito no creía que le sucediera aquello a uno de los mejores violinistas, pero este decidió seguir tocando y la orquesta le acompañaba de nuevo.

De pronto otra cuerda se rompió y solo quedaba una cuerda en el violín, la orquesta paro, no viendo salida a la situación para tan genial violinista, el publico lamentaba la tremenda situación, pero otra vez el violinista se puso a tocar y de la única cuerda que le quedaba saco las mejores notas musicales jamás oídas en violín y pudo terminar el concierto. Queda claro que al margen de las adversidades se puede seguir adelante.
(Miguel A. B)

Algunos decían que Paganini era muy raro. Otros, que era sobrenatural. Las notas mágicas que salían de su violín tenían un sonido diferente. Por eso nadie quería perder la oportunidad de ver su espectáculo. Una noche, el escenario de un auditorio repleto de admiradores estaba preparado para recibirlo.
La orquesta entró y fue aplaudida. El director, a su vez, fue muy ovacionado. Pero cuando apareció triunfante la figura de Paganini, aquello fue el delirio. Paganini acomodó el violín contra su hombro, y lo que siguió fue indescriptible: blancas y negras, fusas y semifusas, corcheas y semicorcheas parecían tener alas y volar con el toque de aquellos dedos encantados.

De repente, un extraño sonido interrumpió el ensueño de la platea: una de las cuerdas del violín de Paganini se había roto.
El director se detuvo. La orquesta dejó de tocar. El público contuvo el aliento. Pero Paganini, mirando su partitura, siguió extrayendo sonidos deliciosos de un violín con problemas. el director y la orquesta, admirados, volvieron a tocar. El público se calmó.

De repente, otro sonido perturbador atrajo la atención de los asistentes. Otra cuerda del violín de Paganini había saltado por los aires.
El director se detuvo de nuevo. La orquesta volvió a dejar de tocar. Paganini, no. Como si nada hubiera ocurrido, olvidó las dificultades y siguió arrancando sonidos imposibles. El director y la orquesta, impresionados, volvieron a tocar.

Pero el público no podía imaginar lo que iba a ocurrir a continuación. Todas las personas, asombradas, gritaron un ¡Ohhhhhh! que retumbó por toda la sal: una tercer cuerda del violín de Paganini se había quebrado.
El director se detuvo. La orquesta también. El público quedó en suspenso. Pero Paganini, como si fuera un contorsionista musical, arrancó todos los sonidos posibles de la única cuerda que quedaba en el violín destruido. Ninguna nota fue olvidada.

El director, embelesado, se animó. La orquesta se motivó. El público pasó del silencio a la euforia, de la inercia al delirio. Paganini alcanzó la gloria.
Su nombre perdura a través del tiempo. Él no es un violinista genial. Es el símbolo del que continúa adelante aun en medio de las dificultades, de los problemas y de todo lo que parece imposible.

http://www.vidaemocional.com


No hay comentarios.:

Publicar un comentario