sábado, 17 de marzo de 2012

Casa en alquiler - parte 3



Por un instante, una luz intensa me deslumbró; pero una vez que mis ojos se hubieron acomodado poco a poco a la misma, me di cuenta de que me encontraba dentro de una inmensa caverna en la que flotaba una especie de bruma lechosa. Incluso me pareció que aquella luz procedía de esta misma bruma. Unas formas movedizas, que apenas podía distinguir, atravesaban mi campo visual. Sólo veía con claridad las huellas de los pasos que había seguido hasta allí. Entonces me puse a temblar de horror; a la débil luz de mi vela, había podido discernir el contorno de unas huellas de pies humanos..., pero allí comprobé que estaban sangrantes. ¿Qué cuadro macabro iría a descubrir si me aventuraba a proseguir mi camino? Con seguridad algo siniestro y horripilante. De modo que decidí volver sobre mis pasos, subir a mi habitación y abandonar aquella casa al día siguiente. Di media vuelta para buscar la puerta por donde había entrado. Cuál no sería mi estupor y desesperación al comprobar que había desaparecido. En ese momento, una risa sarcástica llegó a mis oídos. Creo que perdí la cabeza y me puse a correr mientras gritaba pidiendo socorro; no sabía adónde iba. Unos ruidos siniestros resonaban en la estancia, mientras sentía que unas cosas inmundas me rozaban, unas formas monstruosas que parecían obstruirme el camino.

Todo esto duró mucho tiempo. ¿Cuánto tiempo? No lo sé: unos minutos, unos siglos, quizá una eternidad. La bruma era cada vez más espesa y luminosa, mientras unas voces lanzaban alaridos en francés, en inglés, en alemán y en italiano; unas llamadas que yo no comprendía. Y fue entonces cuando comenzó la lluvia de sangre ..., Al principio, gruesas gotas- aisladas, luego una verdadera tormenta de sangre que, sin embargo, daba la impresión de respetar el camino que yo tomase y me facilitaba la huida.

-Michael O'Grady —dijo de repente una voz fuerte que rugió como un trueno bajo las bóvedas de la caverna.

Me sobresalté al oír mi nombre, y tras armarme de un valor ilusorio pregunté temblando:

-Sí, soy yo. ¿Quién es usted? ¿Qué desea de mí?
-¿Quién soy yo? No se lo diré en absoluto. En cuanto a lo que quiero, lo único que deseo es
que me ayude en algo muy importante para mí.

Durante unos instantes permanecí mudo de asombro, y cuando traté de hablar de nuevo, esa voz cavernosa y siniestra retumbó en el hediondo antro:

-En el cementerio de Saint-Tropez hay una tumba sin cruz y sin nombre. Deseo que mañana vaya usted a colocar sobre la losa un ramo de flores, y que haga decir tres misas en la iglesia por el reposo de un alma atormentada. ¿Me promete usted que cumplirá mi deseo?

¿Qué habría hecho usted, lector, en mi lugar? Le prometí que cumpliría todos sus deseos, lo que quisiera. Mi invisible interlocutor prosiguió:

-De, acuerdo. Pero no olvide de cumplir su promesa. Sobre todo, Michael O’Grady, no la olvide.

Hubo un brusco y pesado silencio, preñado de tácitas amenazas, y luego la voz continuó:

-Y ahora, regrese a su habitación.

Se calló, la lluvia de sangre cesó de caer y la puerta de hierro, situada a unos metros delante de mí, empezó a elevarse hasta que quedó completamente abierta. A pesar de mi emoción, no había soltado ni mi pistola ni la vela, y me lancé con rapidez hacia la puerta, corriendo como un gamo por el ahora libre pasadizo.

No sé cómo pude encontrar el camino de regreso; lo cierto es que minutos más tarde me hallaba acostado en mi cama, y después quedé sumido en el más profundo de los sueños, sin tener la más ligera pesadilla. Al día siguiente por la mañana, Jones vino a despertarme. Mientras descorría las cortinas de la ventana, a través de las cuales radiaba el sol de un hermoso día, y se disponía a prepararme el desayuno, yo, poco a poco; me despeje -por completo del sueño de la víspera.

-Dime una cosa, Jones -pregunté-; ¿a qué hora regresaste anoche a casa?
-Entre las once y las doce, Señor.
¿No oíste nada sospechoso?
-No, Señor.

Jones se dispuso a prepararme el desayuno, sin conceder la menor atención a la pregunta, para mí tan importante, que le había formulado. Pero, de repente, se volvió bruscamente, clavó en mí sus acerados ojos y me dijo a quemarropa:

-Ruego al señor que me perdone, pero anoche oí unas cosas muy extrañas, mientras bebía unos vasos en una taberna del pueblo. Resulta que mis impresiones sobre esta casa, aquellas que le expuse ayer al señor, fueron confirmadas por unos pescadores en ese lugar. Me dijeron que esta casa tiene muy mala reputación, y, que jamás ningún inquilino ha permanecido mucho tiempo en ella, desde la muerte del bailío de Suffren. La gente llegaba, pero a los pocos días la abandonaba como Si estuviera habitada por mil fantasmas o por el espectro del difunto bailío. Bueno, eso es lo que me contaron los pescadores.

Como Jones era para mí, más que un doméstico, un amigo, detalle que ya expuse al lector al principio del presente relato, le conté todo lo que me había sucedido durante mi aventura nocturna de la víspera. A medida que le relataba todos los pormenores de la misma, observé que su rostro se endurecía. Cuando termine, Jones movió la cabeza con aire de persona entendida en la materia y dijo:

-Creo, señor, que ya sé lo que ha sucedido. Si me lo permite, voy a hacer una pequeña investigación por mi cuenta para cerciorarme de lo que sospecho.

Acepté curioso la proposición de mí doméstico. Este empezó por examinar el muro. Ya no había ninguna de aquellas huellas sangrientas, ni tampoco ningún fragmento de materia negra Jones trató de encontrar la entrada de la escalera secreta. Fue en vano. Se puso a golpear el muro, tratando de localizar algún punto que sonara a hueco, pero tampoco tuvo éxito en esta tarea. Perplejo, mi pobre doméstico me propuso derribar el muro con un pico y un buen martillo. Me opuse a ello, alegando que la casa no era nuestra como para ponernos a destrozarla., El día era muy hermoso, la atmósfera estaba saturada del perfume de las flores y yo me encontraba de muy buen humor; acabe por decirle al Jones, para disuadirle del todo:

-Escucha, Jones no vale la pena que te calientes más la cabeza tratando de descubrir la puerta secreta. Probablemente he tenido una pesadilla, y Si tuviéramos que hacer caso de todos los sueños, tendríamos para largo. Vamos, déjalo y ocupémonos en otras cosas. Al mediodía, me pareció que Gabriella me miraba de una forma muy extraña, con ojos en los que brillaba una especie de curiosidad malsana., No le habría dado mucha importancia a este detalle si, hacia el final de la comida, no me hubiera murmurado al oído, al pasar junto a mí, las siguientes y misteriosas palabras:

-Saint-Tropez tiene un cementerio muy bonito; creo que al señor le interesaría sacrificar unas horas y visitarlo lo antes posible.

Ah! ¡La miserable vieja! De golpe y porrazo, todos los terrores y angustias de la noche pasada acudieron a mi mente, y sentí unas ansias locas de estrangular con , mis propias manos a la cocinera. Pero me calme casi al instante, pensando que sólo podía tratarse de una simple coincidencia. Por lo demás, ¿cómo podía_Gabriella estar al corriente de aquella espantosa pesadilla?

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