sábado, 23 de febrero de 2013

UN DESCENSO AL MAELSTRÖM - parte 5

"Al mismo tiempo, la brisa, que soplaba de frente, cesó de pronto y, sorprendidos entonces por una calma imprevista, derivamos a merced de todas las corrientes, pero aquel estado de cosas no duró lo bastante para permitirnos reflexionar: en menos de un minuto la tempestad cayó sobre nosotros; un momento después el cielo estaba completamente cargado y se ennegreció repentinamente de tal manera que, molestados además por el agua que nos saltaba a los ojos, no nos veíamos.
"Locura fuera tratar de describir aquel golpe de viento, que el más anciano marino de Noruega no sufrió jamás. Habíamos cargado todas las velas antes que nos sorprendiese, pero la primera ráfaga tumbó nuestros dos mástiles, que cayeron como si los hubiesen aserrado por la base, y el palo mayor arrastró consigo a mi hermano más joven, que se había aferrado a él por prudencia.
"Nuestro barco era seguramente el más ligero que jamás se hubiese deslizado por el mar; tenía un puente con una sola escotilla por delante y siempre habíamos acostumbrado a cerrarla sólidamente al atravesar el Stróm, precaución muy oportuna en aquel mar tan agitado, pero en la circunstancia de que hablo habríamos naufragado, desde luego, a no ser por esto, pues durante algunos minutos estuvimos materialmente sepultados debajo del agua.
"No sé, ni he podido explicarme nunca, cómo mi hermano mayor escapó entonces de la muerte. En cuanto a mí, apenas solté el palo de mesana, me tendí en el puente boca abajo, con las manos agarradas a una argolla, cerca de la base de dicho mástil; el instinto me había guiado a proceder así, e indudablemente era lo mejor que podía hacer, porque estaba demasiado aturdido para reflexionar.
"Por espacio de algunos minutos estuvimos completamente inundados, como ya he dicho, y durante todo este tiempo contuve la respiración, agarrado siempre a la argolla. Cuando comprendí que no podía continuar así más tiempo sin asfixiarme, me arrodillé sin soltar la anilla para sacar fuera la cabeza. En aquel momento nuestro barco sufrió una sacudida y se elevó en parte sobre el mar; entonces hice un esfuerzo para recobrarme de mi estupor y ver lo que podía hacerse, cuando de pronto sentí que me tomaban por el brazo: era mi hermano mayor, y mi corazón palpitó de alegría, pues ya lo rreía muerto, pero un instante después mi gozo se convirtió en espanto cuando, aplicando sus labios a mi oído, gritó: '¡El Moskoe-stróm!'
"Nadie sabrá jamás los pensamientos que en aquel instante cruzaron por mi espíritu: me estremecí de pies a cabeza, como si me hubiera sobrevenido un acceso de fiebre, pues comprendía lo bastante el valor de aquella sola palabra y sabía muy bien lo que mi hermano me daba a entender. Con el viento que entonces nos impelía estábamos destinados al torbellino del Stróm y nada podía ya salvarnos.
"Ya habrá comprendido usted que al atravesar el canal del Maelström seguíamos siempre una ruta muy apartada del torbellino, aun en tiempo sereno, teniendo siempre buen cuidado de aprovechar el momento de tregua de la marea, pero ahora corríamos directamente hacia el abismo impelidos por la tempestad. Seguramente, pensé yo, llegaremos en el momento de la calma y aún queda una ligera esperanza, pero un minuto después renegué de mi locura por haber abrigado semejante ilusión, pues vi claramente que estábamos condenados, aunque nuestro buque hubiera sido cuatro veces mayor.

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