domingo, 24 de febrero de 2013

UN DESCENSO AL MAELSTRÖM - parte 9

"Después de mi salvación conversé algunas veces sobre el particular con un anciano maestro de escuela del distrito, y él fue quien me dio a conocer el sentido de las palabras cilindro y esfera, haciéndome sobre esto una explicación de la cual no recuerdo una palabra. Me dijo que lo que yo había observado era consecuencia natural de la forma de los restos flotantes y me demostró cómo un cilindro, girando en un torbellino, presentaba más resistencia a la succión y no era atraído con tanta facilidad como un cuerpo de otra forma y de igual volumen1.
"Una circunstancia importante daba gran fuerza a estas observaciones, aguijoneando en mí el deseo de comprobarlas, y era que a cada revolución pasábamos por delante de un barril, de una verga o un mástil de buque, objetos que flotaban a nuestro nivel cuando por primera vez abrí los ojos para contemplar las maravillas del torbellino y estaban ahora situados sobre nosotros, pareciendo no haberse movido de su primera posición.
"No vacilé más tiempo sobre lo que debía hacer: resolví atarme con toda confianza a la barrica a que estaba abrazado, largar el cable que la sujetaba y arrojarme al mar. Me esforcé entonces por llamar la atención de mi hermano sobre los barriles flotantes, junto a los cuales pasábamos, e hice todo cuanto estuvo en mi poder para que comprendiera lo que me proponía intentar. Me pareció que al fin había adivinado mi designio, pero, fuera o no así, movió la cabeza con expresión desesperada y no quiso abandonar su puesto; era imposible apoderarme de él, pues el caso no permitía la menor dilación, y así es como con la más amarga angustia lo abandoné a su destino. Atado a la barrica con el cable, y sin vacilar un momento más, me precipité en el mar.
"El resultado fue precisamente lo que yo esperaba: como soy yo mismo quien le refiere esta historia, pudiendo usted ver que me he salvado, y como conoce ya de qué medio me valí, fácil le será deducir todo lo que me resta decirle, por lo cual abreviaré el relato, pasando a la conclusión.
"Habría transcurrido una hora, poco más o menos, desde que había abandonado el barco, cuando vi que éste, habiendo descendido a una inmensa distancia, dio seguidamente tres o cuatro vueltas precipitadas, y, arrastrando a mi querido hermano, se precipitó con la proa hacia el centro del caos de espuma y desapareció para siempre. Mi barril flotaba casi a medio camino de la distancia que separaba el fondo del abismo del paraje donde me arrojé al agua, cuando se produjo de pronto un gran cambio en el carácter del torbellino. La pendiente de las paredes del inmenso embudo comenzó a tener menos declive, las evoluciones del torbellino disminuyeron en rapidez poco a poco, la espuma y el arco iris desaparecieron y el fondo del abismo pareció elevarse lentamente.
"El cielo estaba sereno, el viento había cesado y la luna llena se ocultaba radiante por el oeste, cuando me hallé en la superficie del océano, teniendo a la vista la costa de Lofoden, sobre el sitio donde antes estaba el torbellino del Moskoeström. Era la hora de la calma, pero se elevaba siempre formando enormes olas a causa de la tempestad. Impelido violenta-mente al canal del Stróm, fui arrojado pocos minutos después a la costa, entre las pesquerías. Un barco me recogió, desfallecido de fatiga, pero en aquel momento, fuera ya de peligro, el recuerdo de tantos horrores me privó del habla. Los que me izaron a bordo eran antiguos compañeros de cada día, mas ninguno me reconoció, tomándome sin duda por algún viajero del otro mundo. Mi cabello, el día antes negro como el azabache, estaba blanco como lo ve usted ahora, y toda la expresión de mi fisonomía, según me dijeron, había cambiado completamente. Les referí mi historia y no quisieron creer en ella. Se la cuento a usted y apenas me atrevo a esperar que le dé más crédito que los pescadores de Lofoden."
Edgar Allan Poe

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