viernes, 26 de abril de 2013

Artaud




Antonin Artaud murió ayer por la mañana en el asilo de Ivry-sur-Seine. A la hora en que solían llevar a los enfermos la taza de café y el pedazo de pan, la enfermera de servicio descubrió su cuerpo sin vida cuan largo sobre el piso. Tal vez había querido vestirse. Todavía sostenía un zapato en la mano.
Yo había ido a verle la semana anterior. Entonces me confesó que había contraído el cáncer y que debía tomar fuertes dosis de cloral* para aplacar sus sufrimientos. Había rechazado quince días atrás una invitación de sus íntimos, que querían llevarlo al sur. Les dijo:
-A fines de febrero o a comienzos de marzo estaré muerto.
La profecía se consumó.
Habitaba un cuarto desolado en lo que fuera el antiguo pabellón de caza de un Orléans. Estaba tendido al pie de una inmensa chimenea sobre un jergón. En la pared, unos dibujos fulgurantes suyos que recordaban los bocetos de Van Gogh.
Me dedicó una foto: "¿Hasta qué tonalidad de sangre iremos juntos?", y sobre la edición de su Van Gogh, respondió: "La tonalidad de sangre irá hasta el negro". Se levanta, enciende con la mano temblorosa un gauloise y se pasea por el gran cuarto:
-Sé que tengo cáncer. Lo que quiero decir antes de morir es que odio a los psiquiatras. En el hospital de Rodez yo vivía bajo el terror de una frase: "El señor Artaud no come hoy, pasa al electroshock". Sé que existen torturas más abominables. Pienso en Van Gogh, en Nerval, en todos los demás. Lo que es atroz es que en pleno siglo XX un médico se pueda apoderar de un hombre y con el pretexto de que está loco o débil hacer con él lo que le plazca. Yo padecí cincuenta electroshocks, es decir, cincuenta estados de coma. Durante mucho tiempo fui amnésico. Había olvidado incluso a mis amigos: Marthe Robert, Henri Thomas, Adamov; ya no reconocía ni a Jean Louis Barrault. Aquí en Ivry sólo el doctor Delmas me hizo bien; lamentablemente murió...
Continúa febrilmente:
-Estoy asqueado del psicoanálisis, de ese "freudismo" que se las sabe todas. Ahora sólo puedo concebir la pureza. Todos aquellos que dejaron algo: Edgar Poe, Baudelaire, Van Gogh, eran castos. Yo únicamente puedo crear cuando soy casto.
-Luego dirán que usted es cristiano...
-Eso no tiene nada que ver con Dios. Lo decía en mi famosa emisión radial prohibida. De paso, yo no tengo nada que ver con el escándalo que entonces se formó. La religión siempre ha sido ambigua en esos terrenos. En lo que me concierne pienso que debe abolirse el ser sexual. Hemos perdido, verá usted, una cierta concepción del hombre. Hacia el año mil, el hombre no moría. Hubo un tiempo en que vivía durante siglos. Había entonces pueblos enteros de muertos vivos como hoy apenas existen en algunos lugares apartados de Asia. Mientras los filósofos crean que existe de una parte el espíritu y de otra el cuerpo, el mundo no progresará. Sólo hay el cuerpo que el hombre pierde cuando piensa. Antaño, el acto era indirecto; no había ningún debate mental; la mano no hacía cálculos sobre si tomar o no tomar. En este momento quiero destruir mi pensamiento y mi espíritu. Por encima del pensamiento, del espíritu y la conciencia, no quiero suponer nada, no quiero admitir nada, no quiero entrar en ninguna parte, no quiero discutir sobre nada.
Sigue un largo silencio, interrumpido apenas por el crepitar del leño. Recuerdo que un día me confesó haber encontrado en el cloral esa libertad que buscaba, la liberación de sus obsesiones, lo que él llamaba su "rotación interna". Observo cerca de la chimenea la varilla de hierro que partió en dos durante su último delirio nocturno. Lo animaba entonces una fuerza luciferina.
Afuera, unos abetos, un pabellón oculto entre la maleza. Me dice que es la morgue y que en esa maleza irreal que lo rodea, a doscientos metros apenas del bosque por un costado y de las chimeneas de las fábricas por el otro, que ese pabellón podría ser el "jardín de la muerte" de Andersen.
Antonin Artaud contemplaba la cercanía de su fin desde hacía semanas. Aquella libertad que buscaba desesperadamente por fin la halló.
Frente a todo esto, ¿qué resta
del viejo Artaud?
algunas notas
aquellas del obrero de pozos que
trepa sin sol, hacia las afueras de la
bóveda redonda,
peldaño a peldaño por la escalera
del tiempo
gangrenado por la eternidad.
Hélas aquí a través de un cierto
pasado.
Antonin Artaud
(Fragmento de un poema entonces inédito)



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* Un hipnótico muy fuerte.
(N. del E). Los dos textos anteriores fueron sacados de René Char (faire du chemin avec), de Marie-Claude Char, Ediciones Gallimard, 1992. El segundo proviene de un recorte de periódico conservado por Char. La traducción es de Andrés Hoyos.

Por Jean Marabini

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