viernes, 31 de mayo de 2013

Bon Jovi Live: Madison Square Garden 2005 (FULL SHOW)

El carpintero


Orlando Goicoechea reconoce las maderas por el olor, de qué árboles vienen, qué edad tienen, y oliéndolas sabe si fueron cortadas a tiempo o a destiempo y les adivina los posibles contratiempos.

El es carpintero desde que hacía sus propios juguetes en la azotea de su casa del barrio de Cayo Hueso. Nunca tuvo máquinas ni ayudantes. A mano hace todo lo que hace, y de su mano nacen los mejores muebles de La Habana: mesas para comer celebrando, camas y sillas que te da pena levantarte, armarios donde a la ropa le gusta quedarse.

Orlando trabaja desde el amanecer. Y cuando el sol se va de la azotea, se encierra y enciende el video. Al cabo de tantos años de trabajo, Orlando se ha dado el lujo de comprarse un video, y ve una película tras otra.

­No sabía que eras loco por el cine ­le dice un vecino.

Y Orlando le explica que no, que a él el cine ni le va ni le viene, pero gracias al video puede detener las películas para estudiar los muebles.


Eduardo Galeano

lunes, 27 de mayo de 2013

Sonny Boy Williamson - Rare video

El desafío



En Chiapas, los enmascarados desenmascaran al poder. Y no solamente al poder local, que está en manos de los devastadores de bosques y los exprimidores de gentes. La rebelión zapatista viene desnudando también, desde hace un año y medio, al poder que reina sobre todo México, un poder cuyas peores costumbres enseñan que las urnas y las mujeres están para ser violadas y que hacer política consiste en robar hasta las herraduras de los caballos en pleno galope.

Pero los ecos de Chiapas llegan más allá de la comarca y el reino. Marcos, el portavoz, ha dicho que él es zapatista en México y también es gay en San Francisco, negro en Africa del Sur, musulmán en Europa, chicano en Estados Unidos, palestino en Israel, judió en Alemania, pacifista en Bosnia, mujer sola en cualquier metro a las diez de la noche, campesino sin tierra en cualquier país, obrero sin trabajo en cualquier ciudad. Y en una carta entrañable, el sub ha evocado a su amigo, el viejo Antonio, y ha contado que el viejo Antonio opina que cada cual tiene el tamaño del enemigo que elige. Ahí esta, creo, la clave de la grandeza de este pequeño movimiento campesino, que ha brotado en un lugar que nunca había sido noticia para los fabricantes de opinión pública: su grito tiene resonancia universal, porque expresa una pasión de justicia y una vocación solidaria que desafían al todopoderoso sistema que impunemente se ha apoderado del planeta entero. Y el desafío se formula con bravura en los hechos y con sentido del humor en las palabras, con coraje y con alegría, que nos den cosas que buena falta nos hacen.

Está el mundo sometido a una vasta dictadura invisible. En ella, la injusticia no existe. La pobreza, pongamos por caso, que a tantos atormenta y que tanto se multiplica, no es un resultado de la injusticia, sino el justo castigo que la ineficiencia merece. Y si la injusticia no existe, la pasión de justicia se condena como terrorismo o se descalifica como mera nostalgia. ¿Y la solidaridad? Lo que no tiene precio, no tiene valor: jamás la solidaridad se ha cotizado tan bajo en el mercado mundial. La caridad está mejor vista, pero hasta ahora, que yo sepa, el supergobierno del mundo no ha ofrecido ningún Ministerio de Economía a la Madre Teresa de Calcuta.

El supergobierno: los gobiernos están gobernados por un puñado de piratas, elegidos en ninguna elección. Ellos deciden la suerte de la humanidad y le dictan el código moral. En vez de un gancho, tienen en el puño una computadora, y al hombro llevan un tecnócrata en lugar de un papagayo. Ellos dominan los siete mares de las altas finanzas y del comercio internacional, donde navegan los que especulan y se ahogan los que producen. Desde allí, distribuyen el hambre y la indigestión en escala mundial, y en escala mundial manejan a los mandones y vigilan a los mandados. La televisión, que trasmite sus órdenes, llama paz mundial o equilibrio internacional a la resignación universal.

Pero la condición humana tiene una porfiada tendencia a la mala conducta. Donde menos se espera, salta la rebelión y ocurre la dignidad. En las montañas de Chiapas, por ejemplo. Largo tiempo callaron los indígenas mayas. La cultura maya es una cultura de la paciencia, que sabe esperar. Ahora, ¿cuánta gente habla por esas bocas? Los zapatistas están en Chiapas, pero están en todas partes. Son pocos, pero tienen muchos embajadores espontáneos. Como nadie nombra a esos embajadores, nadie puede destituirlos. Como nadie les paga, nadie puede contarlos. Ni comprarlos.

(Mensaje enviado al Segundo Diálogo de la Sociedad Civil, México, junio de 1995.)
Eduardo Galeano

domingo, 26 de mayo de 2013

Ventanas - parte 2


El Cristito

Dormía poco o nada la Niña María. La luz primera de cada día recortaba las montañas y ya la Niña María estaba clavada de rodillas, susurrando rezos ante el altar.

En el centro del altar reinaba un pequeño Cristo moreno. El Cristito tenía pelo de gente, pelo negro de la gente del lugar. Milagros casi no hacía, poca cosa, algún milagro que otro, muy de vez en cuando, para no perder la mano, pero los lugareños frecuentaban mucho a ese hijo de Dios que tanto se les parecía, y él aliviaba a los lastimados, consolaba a los solos y escuchaba a los pesados. A él acudían los latosos más aburridores del valle de Conlara y de sus inmediaciones, y el Cristito les aguantaba el quejerío con cristiana paciencia.

La Niña María vivía a la mala, se la comía la mugre, pero ella bañaba al Cristito con agua de manantial, lo cubría con las flores del valle y le encendía las velas que lo rodeaban. Ella nunca se había casado. En sus años mozos, se había hecho cargo de sus dos hermanos sordomudos. Después, había consagrado su vida al Cristito. Pasaba los días cuidándole la casa, y por las noches le velaba el sueño.

A cambio de tanto, ella nunca había pedido nada.

A los ciento tres años de su edad, pidió.

­Quiere vivir ­opinaron algunos.
­Quiere morir ­aseguraron otros.
La Niña María nunca dijo el favor, pero contó la promesa:
­Si el Cristito me cumple ­dijo­, lo tiño de rubio.

Las cartas
Juan Ramón Jiménez abrió el sobre en su cama del sanatorio, en las afueras de Madrid. Miró la carta, admiró la fotografía. Gracias a sus poemas, ya no estoy sola. Cuánto he pensado en usted!, confesaba Georgina Hübner, la desconocida admiradora que le escribía desde lejos. Olía a rosas el papel rosado de aquella primera misiva, y estaba pintada de rosáceas anilinas la foto de la dama que sonreía, hamacándose, en el rosedal de Lima.

El poeta contestó. Y algún tiempo después, el barco trajo a España una nueva carta de Georgina. Ella le reprochaba su tono tan ceremonioso. Y viajó al Perú la disculpa de Juan Ramón, perdone usted si le he sonado formal y creame si acuso a mi enemiga timidez, y así se fueron sucediendo las cartas que lentamente navegaban entre el norte y el sur, entre el poeta enfermo y su lectora apasionada. Cuando Juan Ramón fue dado de alta, y regresó a su casa de Andalucía, lo primero que hizo fue enviar a Georgina el emocionado testimonio de su gratitud, y ella contestó palabras que le hicieron temblar la mano.

Las cartas de Georgina eran obra colectiva. Un grupo de amigos las escribía desde una taberna de Lima. Ellos habían inventado todo: la foto, las cartas, el nombre, la delicada caligrafía. Cada vez que llegaba carta de Juan Ramón, los amigos se reunían, discutían la respuesta y ponían manos a la obra. Pero con el paso del tiempo, carta va, carta viene, las cosas fueron cambiando. Ellos proyectaban una carta y terminaban escribiendo otra, mucho más libre y volandera, quizá dictada por esa mujer que era hija de todos ellos, pero no se parecía a ninguno y a ninguno obedecía.

Entonces llegó el mensaje que anunciaba el viaje de Juan Ramón. El poeta se embarcaba hacia Lima, hacia la mujer que le había devuelto la salud y la alegría. Los amigos se reunieron de urgencia. ¿Qué podían hacer? ¿Confesar la verdad? ¿Pedir disculpas? ¿De qué serviría tamaña crueldad? Mucho debatieron el asunto. En la madrugada, al cabo de algunas botellas y de muchos cigarros, tomaron una decisión. Era una decisión desesperada, pero no había otra. Y sellaron el acuerdo: en silencio, encendieron una vela y soplaron todos a la vez.

Al día siguiente, el cónsul del Perú en Andalucía golpeó a la puerta de Juan Ramón, en los olivares de Moguer. El cónsul había recibido un telegrama de Lima:­Georgina Hübner ha muerto.

Eduardo Galeano


Ventanas - parte 1



La puerta

A Carlos, que después de esta historia, ya en plena democracia, volvió a prisión por el delito de ser periodista.

En una barraca, por pura casualidad, Carlos Fasano encontró la puerta de la celda donde había estado preso

Durante la dictadura militar uruguaya, él había pasado seis años conversando con un ratón y con esa puerta de la celda número 282. El ratón se escabullía y volvía cuando quería, pero la puerta estaba siempre. Carlos la conocía mejor que la palma de su mano. No bien la vio, reconoció los tajos que él había cavado con la cuchara, y las manchas, las viejas manchas de la madera, que eran los mapas de los países secretos adonde él había viajado a lo largo de cada día de encierro.

Esa puerta y las puertas de todas las otras celdas fueron a parar a la barraca que las compró, cuando la cárcel se convirtió en shopping center. El centro de reclusión pasó a ser un centro de consumo y ya sus prisiones no encerraban gente, sino trajes de Armani, perfumes de Dior y videos de Panasonic.

Cuando Carlos descubrió su puerta, decidió quedársela. Pero las puertas de las celdas se habían puesto de moda en Punta del Este, y el dueño de la barraca exigió un precio imposible. Carlos regateó y regateó hasta que por fin, con la ayuda de algunos amigos, pudo pagarla. Y con la ayuda de otros amigos, pudo llevarla: más de un musculoso fue necesario para acarrear aquella mole de madera y hierro, invulnerable a los años y a las fugas, hasta la casa de Carlos, en las quebradas de Cuchilla Pereira.

Allí se alza, ahora, la puerta. Está clavada en lo alto de una loma verde, rodeada de verderías, de cara al sol. Cada mañana el sol ilumina la puerta, y en la puerta el cartel que dice: Prohibido cerrar.

Para la cátedra de Literatura
Enrique Buenaventura estaba bebiendo ron en una taberna de Cali, cuando un desconocido se acercó a la mesa. El hombre se presentó, era de oficio albañil, a sus órdenes, para servirlo:

­Necesito que me escriba una carta. Una carta de amor.
­¿Yo?
­Me han dicho que usted puede.
Enrique no era especialista, pero hinchó el pecho. El albañil aclaró que él no era analfabeto:
­Yo puedo escribir. Pero una carta así, no puedo.
­¿Y para quién es la carta?
­Para... ella.
­¿Y usted qué quiere decirle?
­Si lo sé, no le pido.
Enrique se rascó la cabeza.
Esa noche, puso manos a la obra.
Al día siguiente, el albañil leyó la carta:
­Eso ­dijo, y le brillaron los ojos­. Eso era. Pero yo no sabía que era eso lo que yo quería decir.

miércoles, 22 de mayo de 2013

DEL DAR Y EL RECIBIR



Había una vez un hombre que poseía todo un valle lleno de agujas. Y un día, la madre de Jesús acudió a aquel hombre y le dijo:
-Amigo mío, la túnica de mi hijo se rasgó, y tengo que remendársela antes de que salga para el templo. ¿Quieres darme una de tus agujas? Pero, en vez de darle la aguja, aquel hombre pronunció un erudito discurso acerca Del dar y del recibir, para que María se lo repitiera a su Hijo antes de que éste saliera para el templo.

K. Gibran

Charles Mingus- Girl of my Dreams

lunes, 20 de mayo de 2013

LOS SIETE EGOS


En la hora más silente de la noche, mientras estaba yo acostado y dormitando, mis siete egos sentáronse en rueda a conversar en susurros, en estos términos:

Primer Ego: -He vivido aquí, en este loco, todos estos años, y no he hecho otra cosa que renovar sus penas de día y reavivar su tristeza de noche. No puedo soportar más mi destino, y me rebelo.

Segundo Ego: -Hermano, es mejor tu destino que el mío, pues me ha tocado ser el ego alegre de este loco. Río cuando está alegre y canto sus horas de dicha, y con pies alados danzo sus más alegres pensamientos. Soy yo quien se rebela contra tan fatigante existencia.

Tercer Ego: - ¿Y de mi qué decís, el ego aguijoneado por el amor, la tea llameante de salvaje pasión y fantásticos deseos? Es el ego enfermo de amor el que debe rebelarse contra este loco.

Cuarto Ego: -El más miserable de todos vosotros soy yo, pues sólo me tocó en suerte el odio y las ansias destructivas. Yo, el ego tormentoso, el que nació en las negras cuevas del infierno, soy el que tiene más derecho a protestar por servir a este loco.

Quinto Ego: -No; yo soy, el ego pensante, el ego de la imaginación, el que sufre hambre y sed, el condenado a vagar sin descanso en busca de lo desconocido y de lo increado... soy yo, y no vosotros, quien tiene más derecho a rebelarse.

Sexto Ego: -Y yo, el ego que trabaja, el agobiado trabajador que con pacientes manos y ansiosa mirada va modelando los días en imágenes y va dando a los elementos sin forma contornos nuevos y eternos... Soy yo, el solitario, el que más motivos tiene para rebelarse contra este inquieto loco.

Séptimo Ego: - ¡Qué extraño que todos os rebeléis contra este hombre por tener a cada uno de vosotros una misión prescrita de antemano! ¡Ah! ¡Cómo quisiera ser uno de vosotros, un ego con un propósito y un destino marcado! Pero no; no tengo un propósito fijo: soy el ego que no hace nada; el que se sienta en el mudo y vacío espacio que no es espacio y en el tiempo que no es tiempo, mientras vosotros os afanáis recreándoos en la vida. Decidme, vecinos, ¿quién debe rebelarse: vosotros o yo? Al terminar de hablar el Séptimo Ego, los otros seis lo miraron con lástima, pero no dijeron nada más; y al hacerse la noche más profunda, uno tras otro se fueron a dormir, llenos de una nueva y feliz resignación. Sólo el Séptimo Ego permaneció despierto, mirando y atisbando a la Nada, que está detrás de todas las cosas.

K. Gibran

Dave Brubeck - Take Five - 1966



1966 in Germany
Dave Brubeck - piano
Paul Desmond - alto sax
Eugene Wright - bass
Joe Morello - drums

jueves, 16 de mayo de 2013

Yo improvisado



Menos que un perro, la desaforada autobiografía de Charles Mingus que Mondadori acaba de distribuir, tiene forma de jazz aunque de jazz hable poco. Polifónico, excesivo, inverosímil, el libro se deja leer como un derroche de pura intensidad, algo a lo que los argentinos deberemos acostumbrarnos cada día más.


Toda biografía es una ficción. La de Charlie Mingus, escrita por él mismo, lo es hasta el extremo de lo posible y no lo oculta. Contrabajista, pianista, compositor y aglutinador de músicos y estéticas, Mingus escribe sobre Mingus como si fuera otro, se llama a sí mismo "mi chico", "mi muchacho" o "mi hombre" y elige, para todo su libro, una suerte de mayéutica aristotélica: la historia (falsa) se cuenta con diálogos. Mingus cuenta lo que cuenta de la misma manera (verdadera) en la que toca: por impulsos, en ráfagas, sumando voces y negándose a que haya una que regule (el contrabajo, el piano o un narrador conocedor de los acontecimientos) a las demás, que indique cómo deben ser leídas, que las articule como segundas o terceras voces en relación con una melodía predominante. Como Bajtin hubiera soñado, el reino de Mingus es el de la polifonía.

"Tendré más cosas que decir musicalmente si vivo con los perros...; siendo menos que un perro... tendré más que contar", dice Mingus, reproduciendo una conversación con Lee-Marie, una de sus mujeres, mientras intenta convencerla de que no siga a un cafishio (chulo, en la discutible traducción española de Francisco Toledo Isaac) que él mismo le ha presentado, presa de la admiración que, según cuenta, su éxito y riqueza le merecían. De ahí, tal vez, el título. O, quizá, de esa especie de distancia permanente, de marginalidad a ultranza que se desprende de no ser "lo suficientemente blanco para dejar de pasar por negro ni lo bastante claro para que me llamen blanco". Charles Mingus tituló su autobiografía, recién publicada en castellano por la editorial Mondadori, Menos que un perro. Y entre sus ficciones está la de la abyección más espantosa y, paralelamente, la de la potencia sexual sin límites: "¡Yo soy mucho más hombre que cualquier sucio mamón blanco! ¡Me follé a veintitres tías (ya estaba dicho: la traducción) en una noche, la mujer del jefe incluida!", dice ante la desconfianza de su psicoanalista --otra invención de Mingus-- que lo acusa de exagerar en más de una ocasión ("eres un buen hombre, Charles, pero hay mucha invención y fantasía en lo que dices. Por ejemplo, ningún hombre podría con tantos actos sexuales en una sola noche como los que tú alardeas"). La respuesta del músico es: "Lo hice porque deseaba morir y esperaba que eso me matase. Pero al volver de México aún me sentía satisfecho, así que paré".

Ambos, músico y psicoanalista --y todos los personajes que desfilan por el libro: Gillespie, Tatum, Miles Davis, Charlie Parker, Fats Navarro-- son, por supuesto, el propio Mingus que, ya al principio se ocupa de aclarar: "Yo soy tres. Un hombre que permanece siempre en medio, despreocupado, inmóvil, observando, esperando a que le sea permitido expresar lo que ve a los otros dos. El segundo hombre es como un animal asustado que ataca por miedo a ser atacado. Luego está la persona extremadamente cariñosa y amable que admite a la gente en el templo más sagrado de su ser y soporta los insultos y es confiado y firma los contratos sin leerlos".

Casi en el comienzo hay otra prueba y tiene la forma de un perfecto cuento de fantasmas en el que el espíritu de Mingus, enternecido, ve a "mi chico" después de un accidente y piensa si volver o no a rescatarlo de la muerte. El inglés Brian Priestley --que hizo una biografía un poco más seria--, en su monumental trabajo sobre Mingus no deja lugar a dudas. Muy poco de lo que allí se cuenta se corresponde con la realidad. Por otra parte, son pocos los momentos en los que se refieren cuestiones relativas a la música o en donde se narran anécdotas referidas a músicos. El jazz aparece mucho menos que el ambiente de los "chulos". Sí hay, en cambio, una especie de jam session literaria en la que, a un ritmo delirante, se describe una jam session musical en el ejemplo más parecido a lo que Alejo Carpentier hizo más adelante para contar otra falsedad: la improvisación de un concerto grosso a cargo de Händel, Scarlatti, Vivaldi y un un señor de Indias acompañado de su esclavo en las maracas.

"¿Cuál va a ser, Mingus uno, dos o tres? ¿Cuál de ellos pensás que él querría que el mundo viera?", cantaba Joni Mitchel con la música de "Dios debe ser el hombre de la bolsa" en su homenaje a Mingus, jugando con esas primeras palabras de su autobiografía imaginaria. Compositor, director de big bands, continuación de Duke Ellington por otros medios, actor, contrabajista, aprendiz de chulo, pianista, escritor, maestro, filósofo, crítico, productor discográfico y poeta, Mingus había nacido en Nogales, un pueblño que a veces estaba en Arizona (y a veces en México), el 22 de abril de 1922. Joni Mitchel grababa su versión del "Mingus uno, dos o tres" en diciembre de 1978. Allí se oía, todavía, la voz de Mingus, mientras sus amigos y su mujer le cantaban el feliz cumpleaños. El 5 de enero de 1979, el contrabajista moría en México, a causa de una forma de esclerosis que le había sido diagnosticada el Día de Acción de Gracias de 1977.

Dos sesiones de grabación, tal vez, sean el complemento perfecto para este libro en que el jazz dicta mucho más la forma (azarosa, por momentos acelerada y en ocasiones inmóvil, llena de caprichos y de inspiraciones) que el contenido. En una, Mingus se aleja del contrabajo (instrumento que estudió con Herman Rheinshagen, integrante de la Filarmónica de Nueva York, después de haberse iniciado con el piano, el trombón y el cello) e improvisa, sin plan evidente --"en ese plan (en ese borrador) Dios debe ser el Hombre de la Bolsa", cantaba Mitchel-- sobre un piano. El disco, grabado en 1963 y bautizado Mingus Plays Piano tiene un subtítulo elocuente: Spontaneous Compositions & Improvisations. La contención, la distancia dolorosa con la que aborda cada sonido, funcionan como correlato de la famosa "Reunión de oración del miércoles a la noche", incluida en el genial Blues & Roots (que junto con Ah Hum, ambos de 1959, produjeron uno de los saltos cualitativos más importantes del género), donde a partir de una especie de gospel song --y de Ellington, claro-- se dibuja el mapa del jazz futuro.

Por Diego Fischerman

lunes, 6 de mayo de 2013

Inteligencia emocional: 4 pasos para desarrollarla – parte 2


3. Ceda poder y déle autonomía responsable (“Empowerment”) a sus colaboradores

En efecto, los colaboradores acudirán a usted con sus problemas, especialmente si mantenemos una política de puertas abiertas. Darles todo hecho en el trabajo no contribuye a desarrollar su potencial para que ellos puedan resolver esos mismos problemas en el futuro. Si queremos que nuestros colaboradores asuman más responsabilidades, tenemos que ayudarles, pero esa ayuda no consiste en ofrecerles todas las respuestas sino, por el contrario, en hacerles preguntas que les ayuden a encontrar sus propias respuestas. Debemos felicitarles sinceramente cuando son capaces de encontrar las respuestas, y animarles a repetir esos mismos pasos la próxima vez que afronten un problema.

Los colaboradores darán un paso adelante y asumirán responsabilidades cuando se elimina el riesgo de represalias. Si utilizan su buen juicio, y actúan razonablemente basándose en los hechos, respáldeles, incluso aunque los resultados no sean totalmente satisfactorios. Los colaboradores temen asumir riesgos cuando piensan que, si fracasan, serán castigados.

En lugar de una reprimenda, es más eficaz decirles:

“Andrés, me da la sensación de que esto no ha salido demasiado bien. Veamos si podemos identificar lo que hicimos mal y cómo podemos evitarlo la próxima vez”.
Los colaboradores aprenden de sus errores cuando les ayudamos y entonces son pocas las posibilidades de que los repitan.

4. Ofrezca información de retorno frecuente y positivo

Ofrecer información de retorno frecuente y positivo es una de las vías más importantes para desarrollar a otros. La mayoría de las personas reciben muy poca información de retorno, ya sea buena o mala, de sus jefes aunque sabemos que todos (incluidos los jefes) trabajan más duro cuando se les anima a hacerlo. Las recompensas sociales, como por ejemplo, los complementos o los agradecimientos, son unos incentivos potentes, aunque le parezca extraño. La mayoría de los colaboradores no están acostumbrados a recibir elogios, por lo que nuestra aprobación puede ser especialmente gratificante.

Los comportamientos reforzados se incrementan, pero necesitamos saber lo que debemos reforzar. Manténgase en contacto directo con sus colaboradores, así sabrá cuando están haciendo correctamente las cosas. Si no está seguro de lo que ellos están haciendo, pídales que le pongan al día sobre su trabajo.

Fuente: Gestiopolis.com




Inteligencia emocional: 4 pasos para desarrollarla – parte 1



No se equivoque: lo más importante que podemos hacer para incrementar el nivel de inteligencia emocional en nuestros colaboradores es actuar como modelo de conducta. Es una tendencia natural humana natural el pensar que el problema está “ahí fuera”. “Si simplemente pudiera conseguir que hiciesen lo que tienen que hacer, este departamento funcionaría bien”.

Los colaboradores emulan lo que usted, en caso de ser gestor, hace. Usted da la pauta, y ellos imitan su comportamiento, en lo bueno y en lo malo.
De otra parte, el hecho de que las destrezas de liderazgo de nuestros jefes sean deficientes no es una escusa para que nuestro comportamiento refleje un nivel bajo de Inteligencia Emocional.

Mejoran los demás si nosotros mejoramos

Nuestro departamento o equipo puede ser ejemplar si mejoramos nuestro propio comportamiento y trabajamos en nuestra propia esfera de influencia. Usted puede hacer lo correcto, incluso aunque su jefe no lo haga.
Cuando tenemos problemas organizativos (bajo nivel de moral, rotación elevada de empleados, baja productividad y deficiencias de calidad… son señales de alerta), busque en su interior. Cuando usted acepta la responsabilidad del problema, tiene un mayor control sobre su solución.

Cuando mejoramos nuestra propia Inteligencia Emocional centrándonos en las seis facetas básicas que la componen (autoconciencia, autoconfianza, autocontrol, empatía, motivación y competencia social) los demás también serán más competentes. No podemos influir positivamente en los demás hasta que “nuestra propia casa no esté ordenada”.
4 pasos para desarrollar la inteligencia emocional

Cuando ya nos hemos convertido en modelo de conducta, existen otros pasos adicionales que podemos dar para desarrollar la Inteligencia Emocional de nuestros colaboradores. Veamos algunos de ellos.

1. Fijar expectativas

Para desarrollar un mayor nivel de competencia en los demás, asegúrese de que sus objetivos y expectativas están muy bien definidos. Compruebe siempre si sus colaboradores lo han comprendido, pidiéndoles que le expliquen lo que piensan que se espera de ellos.
Ayude a sus empleados a fijar expectativas desafiantes, pero no abrumadoras. Los objetivos excesivamente altos, imposibles de alcanzar, o insultantemente bajos no nos motivan a dar lo mejor de nosotros mismos. Discuta y negocie los objetivos específicos y esté dispuesto a llegar a un compromiso. A medida que los colaboradores van incrementando su nivel de competencias, podemos modificar o ampliar el campo de acción de algunos objetivos, a nivel individual.

2. Esté siempre disponible y ofrezca su apoyo

Los colaboradores trabajan más cuando saben que pueden acudir a nosotros con sus problemas o preguntas. Asegúrese de que todos sepan que usted está disponible para ellos siempre que lo necesiten. Si estamos tan ocupados con otras actividades que nunca estamos en la oficina, y nunca estamos disponibles para nuestros colaboradores, fomentaremos la desconfianza y socavaremos la lealtad, ¡el polo opuesto al liderazgo!. Su trayectoria profesional se irá desarrollando de manera espontánea cuando la construye en base a un CE (coeficiente de inteligencia emocional) sólido, en lugar de en el juego político.

Ser accesible no es difícil, siempre que sea consciente de que implica algo más de tiempo. Cuando un colaborador acude a usted para algo, deje a un lado lo que está haciendo y escúchele atentamente, o planifique un momento en el que ambos puedan reunirse y usted realmente pueda escucharle.
Algunos mandos y directivos asumen que ser accesible y “agradable” incrementa la dependencia del personal. No es así: la dependencia se incrementa únicamente cuando los colaboradores tienen que recurrir a usted para dar respuesta a todo o para aprobar cada paso.