martes, 23 de julio de 2013

Todo, por un café que no quería



Qué decirles: fue totalmente cierto y soy por completo culpable de ello. Pero, saben qué: ¡no me arrepiento!
De lo que sí me arrepentí fue de haber pedido un café en el instante que pasó el mozo por delante de mí, cargado con un jugo de naranja exprimido en su bandeja. Era evidente que lo había demandado el vecino de la mesa de al lado. Y, yo, ¡no podía permitirle que se lo sirvieran!: lo vi y me enamoré de él, lo quise, se lo arrebaté velozmente de la bandeja, lo tuve entre mis manos y lo bebí con moderación y presteza, justo, antes del revuelo campal que se armó en el bar (que lleva por nombre el apodo de un famoso navegante italiano). Evento que, seguro, da para otro cuento.
No, en realidad, nada de eso ocurrió —soy un fabulador nato—; tan sólo lo pensé y lo escribí detrás de esta servilleta de papel: Todo, por un café que no quería y que no me animé a cambiar por un jugo de naranjas.
Antes de juzgarme por mi mentira, díganme la verdad: ¿alguna vez no les ha pasado algo similar por la cabeza?


© Federico G. Rudolph, 2012

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