viernes, 13 de junio de 2014

LA GUERRA AL MALÓN - Parte 3



Un minuto más tarde volvió el mozo trayendo un chorizo cocido y el pan pedido por el alférez. Mi amigo Requejo devoró el lastre en un santiamén, se echó la ginebra al cuerpo de un solo trago y, levantándose, estiró los brazos, soltó diversas patadas al aire y acomodándose el kepi sobre la ceja derecha -así lo disponían entonces los reglamentos-, me llevo al andén.

Un momento de paseo y al coche. Íbamos a salir para Mercedes, en donde se almorzaba.
Omito la descripción de ese viaje, monótono y sin interés alguno, hasta Chivilcoy.
Allá debían empezar mis tribulaciones. Se entraba en el desierto, y esa entrada tenía que ser solemne e imponente para un recluta como yo.
No me acuerdo bien, pero creo que llegamos a Chivilcoy -cabecera entonces del Ferrocarril del Oeste- a eso de las tres de la tarde. Desde allí a Junín, la cruzada se hacía en mensajeria, no de un tirón, sino pasando la noche en Chacabuco.

 Apenas bajados del tren, abordaron al alférez Requejo el comisario de policía y el mayoral de la galera.
Había malísimas noticias. Un grupo de indios considerable, mandados por el mismísimo Pincén, estaban "adentro" haciendo fechorías. Se había sentido el malón a inmediaciones de Rojas y de Pergamino y, según los datos que se tenían, no sería difícil que la indiada pretendiese salir a la altura de Junín. Como podríamos tropezar con ella, era bueno que fuésemos prevenidos. Por lo pronto, convenía salir en el acto, a fin de llegar a Chacabuco antes de la noche. Los caminos se hallaban intransitables a consecuencia de las lluvias y la mancarronada, como de costumbre, en deplorable estado.

La galera estaba lista para salir, y si el alférez Requejo no disponía lo contrario podríamos prenderle, desde luego. Cuando antes mejor.
 -Y a todo esto -pregunto el mayoral dirigiéndose al alférez-, ¿son muchos ustedes?
 -Suficiente para que usted no se muera de susto en el camino -contestó sonriendo mi oficial-, y demasiados para las fuerzas de sus matungos... Somos, yo, el sargento Acevedo, el cabo Rivas y este jovencito. Pero no tenemos gran equipaje: apenas las armas, una valija (se trataba de la mía) y dos pares de maletas.
 ¿Hay muchos pasajeros más?
 -Dos solamente -respondió el mayoral: el capataz de don Ataliva Roca y un galleguito que va de mozo para el hotel de Chacabuco.

-Entonces, en marcha -repuso el alférez. Y acompañados del comisario y del mayoral, seguidos de los milicos, que se habían hecho cargo de mi valija, salimos de la estación con rumbo al hotel, delante del cual estaba la galera lista para ponerse en camino. 

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