viernes, 25 de julio de 2014

La daga de Moreira - Parte 4

Del Campo había visto efectivamente una hermosa paisana acompañada de un hombre de campo que llegaron a la pulpería donde él había mudado el caballo. Sin embargo, pensó que aquella pregunta era sólo un pretexto para entrar en conversación, exigirle más tarde el dinero que llevaba y coserlo en seguida a puñaladas para que no pudiera contar la cosa. 
-Esta es la introducción y más tarde vendrá la sinfonía -se dijo-. ¿Cómo diablos haré yo para salir airoso de ésta, montando tan detestable matungo? -Sin embargo, dominando por completo todo recelo, repuso tranquilamente: 
-Efectivamente, paisano; al salir de la pulpería donde mudé caballo, llegaba un hombre acompañando a una mujer bastante hermosa, pero no sé si siguieron o quedaron allí. 
-Esos tienen una larga cuenta que ajustar conmigo -repuso el gaucho tomando un aspecto sombrío- y usted, amigo -añadió-, que parece pueblero, ¿adónde le va tirando tan mal montado en ese flacucho? 
Del Campo creyó inútil ocultar el objeto de su viaje; así es que mirando al gaucho con una mirada inteligente le contó el objeto de su viaje improvisado. 
-Voy -dijo- a casa de Juan Almada (hoy conocemos el nombre del gaucho que había olvidado); yo lo defendí y lo saqué libre cuando estuvo preso, y como él me ofreció su rancho, lo vengo a visitar. 
-Es verdad -dijo el gaucho, quedando un poco pensativo-; ño Juan el Chico (lo llamaban así para distinguirlo de Moreira, conocido por Juan el Grande) mató a uno, según decían, dándole dos puñaladas, y por eso lo mandaron a Buenos Aires para fusilarlo, según dijeron en el juzgado. 
-Pero yo tuve la suerte de defenderlo -continuó Del Campo-. Probé que era inocente y lo soltaron. Por eso él me convidó a que viniera a su rancho a pasear cuando anduviera desocupado. 
Al oír estas palabras, los ojos de aquel gaucho se dilataron por la más franca expresión de asombro, posó en el joven abogado su hermosa mirada y preguntó atónito. 
-Y usted, mozo, ¿defiende a los hombres que están en desgracia?, ¿usted se los quita a la justicia y trabaja para devolver la libertad a los que tienen una desgracia en la vida? 
-Esa es mi misión -dijo Del Campo-; soy abogado: yo me ocupo de defender a todo hombre que tenga necesidad de mis servicios. Cada uno tiene su oficio. 
-Pero mi compadre Juan -añadió el gaucho- es pobre y habrá tenido que vender todo para pagarle a usted. ¡Oh! -continuó lleno de amargura-, los gauchos no somos hijos de Dios; hay una maldición que nos acompaña. 
-Se equivoca, amigo -replicó Del Campo bondadosamente-. Aquel hombre me ha pagado con un apretón de manos, y aunque yo también soy pobre, con este franco agradecimiento me considero bien pago. 
Al oír esto, el gaucho se entregó al colmo del más inocente asombro. Miró a Del Campo mostrando una lágrima que brillaba en cada uno de sus párpados, y tendiéndole una mano le dijo con la voz conmovida por un raro enternecimiento, mientras con la otra se quitaba el sombrero: 
-Vaya con Dios, vaya con Dios y él lo bendiga, amigo; los hombres que se conduelen de las desgracias de los hombres, lo merecen todo en esta vida. ¡Dios le ayude en todo lo que usted emprenda! 
Del Campo quedó sorprendido ante aquel raro gaucho que así le hablaba y que había concluido por hacérsele fuertemente simpático. Su asombro fue mayor cuando le vio retirar la mano para enjugar una lágrima. 
-¡Vaya con Dios, lindo mozo! -concluyó aquel hombre-. Yo soy Juan Moreira, y si alguna vez necesita de mí, ocúpeme como si fuera un peón, que seré feliz en servirlo; ño Juan el chico-añadió- es compadre mío y dígale que Moreira le manda muchas memorias. -Y clavando las espuelas en los flancos del overo se alejó de allí a gran galope. 
Del Campo quedó un momento sorprendido al saber que aquel hombre de carácter tan noble y tan fácil de enternecer era Juan Moreira, el tremendo Moreira. 
En seguida taloneó también a su matungo, cuyo galope de ratón de mercado sujetó en el rancho de su antiguo cliente, a quien narró el encuentro que había tenido. 
Y con este nuevo capítulo creemos dejar terminada la narración que ha sido tan bondadosamente acogida.




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