viernes, 25 de julio de 2014

La daga de Moreira - Parte 2

La daga de Moreira es digna de figurar en un museo al lado de la espada del Cid o cualquiera otra arma histórica que simbolice un brazo de extraordinaria pujanza y un corazón de un temple espartano. 

Y ya que nos ocupamos otra vez de Juan Moreira en la descripción de su daga, para agregarla a la segunda edición que de su biografía hacemos, vamos a consignar un episodio de su vida que pinta admirablemente las prendas raras de que estaba dotado y que conocimos después de haber concluido su historia, episodio que nos ha sido relatado por el mismo protagonista. 

El doctor don Leopoldo del Campo, a quien hemos tenido la ventaja de conocer desde estudiante, es un noble carácter unido a una inteligencia clara y robusta, cultivada con verdadero desvelo y dedicación. 
Leopoldo del Campo tiene verdadera pasión por la carrera que ha elegido, pasión que lo lleva a emprender las defensas más arduas, sin el menor interés, pues sus predilectas son aquellas de infelices procesados, que para pagar su trabajo no cuentan más que con su verdadero agradecimiento. 
Es uno de aquellos bellos espíritus, semejante al de Julián María Fernández, que hacen el bien por el solo placer de hacerlo. 

Uno de tantos infelices defendidos gratuitamente por el doctor Del Campo, era un paisano de Navarro cuyo nombre no recordamos en este momento, procesado por homicidio en la persona de otro paisano. 
Del Campo puso su inteligencia y labor al servicio de este paisano con tan feliz éxito, que pocos meses después lo sacaba libre de todo cargo, haciendo resplandecer su inocencia. 

El paisano era un pobre diablo, cuyos únicos bienes de fortuna consistían en un pobre rancho en Navarro y unas pocas ovejas y vacas. Pagó, pues, a su abogado con un sincero agradecimiento y ofreciéndose al gran defensor en lo que valía, por si alguna vez quería hacerle el servicio de ir a pasar una temporada a su rancho en compañía de su mujer y de sus hijitos, a quienes enseñaría su nombre para que lo veneraran sobre todas las cosas de la tierra. En seguida emprendió viaje a su pago con algún dinero que le proporcionó el mismo Del Campo para complemento de su acción noble y desinteresada. 

Llegó un año en que Del Campo tenía grandes tentaciones de ir a tomar un mes de campo, sin ocurrírsele un amigo propietario a quien ir a pedir hospitalidad. 


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