miércoles, 26 de noviembre de 2014

Acto creativo



Por el huevo roto en el suelo
Por el 5 de julio
Por el pez en la pecera
Por el viejo de la habitación nº 9
Por el gato sobre el muro

Por ti mismo

No por la fama
Ni por el dinero

Tienes que seguir luchando

Cuanto te haces viejo
Disminuye el atractivo

Es más fácil cuando se es joven

Cualquiera puede alcanzar
Las alturas alguna que otra vez

La clave consiste en
Resistir

Cualquier cosa que sirva
Para que

Esta vida siga bailando
Frente a
Doña Muerte.

de Charles Bukowski


sábado, 15 de noviembre de 2014

Odiseo (Ulises) - Parte 2


Después de haber escapado de las sirenas, que con sus cantos atraían a los marinos y los hacían naufragar, y después de haberse salvado de los monstruos marinos Escila y Caribdis, Odiseo llegó a la isla de Trinacria , donde sus compañeros atacaron a los animales sagrados, dedicados al dios del sol, Helios. El dios supremo, Zeus, los castigó destruyendo con sus rayos los navíos y pereciendo así todos sus tripulantes, a excepción de Odiseo, quien se salva aferrándose al palo mayor y a la quilla; y al cabo de nueve días arriba a la isla de Ogigia, morada de la ninfa Calipso, hija de Atlas. Ésta lo retuvo siete años a su lado y le dio un hijo, pero la nostalgia que Odiseo sentía por su hogar y por su esposa Penélope, lo inmunizan en las astucias de Calipso.

En una balsa construída por el mismo, escapa Odiseo y, tras dieciocho días de navegación, llega a la visea de Corcira, la isla de los feacios, pero Poseidón, al reconocerlo, deshace su balsa en pedazos. No obstante, con la ayuda de del velo de Ino gana la costa, donde se encuentra con Nausica, la hija del rey, que lo conduce a la cuidad y lo presenta ante sus padres, Alcinoo y Arete. Aquí es objeto del trata más amable y hospitalario y, cargado de presentes, los reacios, a bordo de uno de sus maravillosos navíos, lo conducen a su país, al cual arriba en momentos en que se halla entregado al sueño, después de veinte años de ausencia.
Odiseo llega a su casa precisamente a tiempo para evitar el desastre que amenazaba a su hogar. Más de un centenar de jóvenes de la nobleza de Ítaca y de las islas vecinas se habían presentado como pretendientes a la mano de la hermosa Penélope; habían perseguido a Telémaco, hijo de Odiseo, que ahora ya era un hombre, y derrochaban los bienes del ausente soberano.

Penélope, para entretener a los pretendientes, había fijado un plazo para decidirse por alguno de ellos. El mismo finalizaría cuando acabase de tejer una prenda de abrigo para su suegro, que destejía durante las noches.

Al cabo de este tejer y destejer, una de sus sirvientas reveló el secreto a los pretendientes, Penélope no tuvo más remedio que terminar la labor. Prometió entonces que elegiría a aquel que triunfara en un concurso de tiro de arco, empleando para ello la ballesta de Odiseo, con la esperanza de que ninguno de sus pretendientes fuera capaz de manejar el arma.

Disfrazado por la diosa Minerva de mendigo, el día anterior al concurso llega Odiseo a la isla. Acude en seguida a la cabaña del pastor Eumeo, quien lo recibe hospitalariamente, aunque sin reconocerlo. La misma diosa hace que Telémaco, el hijo de Odiseo, se reúna con su padre en el mismo sitio y ambos planean la venganza contra los pretendientes.

En un disfraz de mendigo se presenta Odiseo en su casa, donde con gran dominio de si mismo contiene su ira ante la arrogancia de los pretendientes, quienes lo trataban con el mayor desprecio.
Al siguiente día se realiza la prueba de tiro. Consiste la misma en disparar, a través de los mangos de doce hachas, con el arco de Odiseo. Ninguno de los pretendientes es capaz de doblar el arco y Odiseo ante el asombro de todos, realiza la proeza. Ayudado por Telémaco, Eufemo y otro pastor y la alentadora presencia de Minerva, atraviesa con sus flechas a los asombrados pretendientes.

Logrado su triunfo y dueño ya de su casa, Odiseo se da a conocer a Penélope, y visita a su anciano padre.



viernes, 14 de noviembre de 2014

Odiseo (Ulises) - Parte 1


Odiseo, rey de Ítaca, cuyo nombre griego es Odiseo, es hijo de Leartes y Anticlea.
La intervención de éste héroe en la Guerra de Troya fue decisiva ya que fue suya la idea del Caballo de Troya. Sus aventuras durante el viaje de regreso y su arribo al país natal forman La Odisea, la segunda de las dos obras inmortales de Homero.

Inmediatamente después de la partida de Troya, Odiseo llega al istmo de Tracia, la ciudad de los Cicones, y aunque consigue saquearlos, pierde a setenta y dos de sus compañeros en un sorpresivo ataque.
Desviados por el viento llegaron a la tierra de los lotófagos, quienes se alimentaban de la flor de loto, la cual provocaba la pérdida de memoria. Éstos les ofrecieron loto, tras lo cual los navegantes olvidaron su patria. Finalmente, Odiseo consiguió que los marineros volviesen a sus embarcaciones, para seguir rumbo a Ítaca.

Llegan en primer término al país de los Cíclopes donde el monstruo Polifemo encierra a Odiseo con doce de sus compañeros en una caverna. Cuando ya había devorado a seis griegos, Odiseo logra emborrachar al monstruo y le quita su único ojo, con lo que logra escapar con el resto de sus compañeros.

A partir de entonces Odiseo es perseguido por la ira de Poseidón, dios del mar y padre de Polifemo, quien lo persigue con terribles tempestades durante su viaje, manteniéndolo siempre alejado de su país.
En la isla de Eolo, el guardián de los vientos, halla una amable hospitalidad y al partir el dios le entrega una bolsa de cuero en la que se hallaban encerrados todos los vientos, con excepción del benéfico Oeste, para que los lleve en nueve días a la costa de Ítaca.

Mientras Odiseo descansa, sus compañeros abren la bolsa creyendo que contenía un tesoro y los vientos escapan. Arrastrados por la corriente, llegan de nuevo a la isla de Eolo, quien los echa indignado por considerarlos enemigos de los dioses.
Al llegar a Telepilo, la cuidad de Lamo, el rey de Anfitrite, sus lestrigones, caníbales de descomunal estatura, destrozan once de sus naves, salvándose la duodécima gracias a la astucia de Odiseo.


WILLIE WALKER - South Carolina Rag. (Ragtime Blues Guitar)





" South Carolina Rag " (Take 1), 6 December 1930 (Atlanta). played by Willie Walker.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

No voy a mentirte

"ASIDERO EN LA OSCURIDAD"


borracho
escuchando las
mismas sinfonías
que me dieron
la voluntad de seguir adelante
cuando tenía 22.

40 años después
ni ellas ni yo tenemos la misma magia
precisamente.

deberías haberme
visto entonces
tan
esbelto
sin
barriga
era
todo nervio
demacrado:
violento, fuerte,
loco.

si me decías
una palabra
fuera de lugar
te partía el alma
allí mismo.

no quería que me
molestara
nada ni
nadie.

parecía estar
siempre de camino a alguna
celda
tras haber sido trincado por
hacer algo
en la avenida o
sus inmediaciones.

ahora estoy aquí sentado
borracho.
soy
una serie de
pequeñas victorias
y grandes derrotas
y estoy tan
asombrado
como cualquier otro
de
haber llegado
desde allí hasta
aquí
sin cometer ningún asesinato
ni haber sido
asesinado;
sin
haber dado con mi huesos en el manicomio.

mientras esta noche
me bebo a solas otra vez
el alma a pesar de todo el sufrimiento
pretérito*
gracias a todos los dioses
que no estuvieron
de mi parte entonces.

Charles Bukowski.


martes, 11 de noviembre de 2014

viernes, 7 de noviembre de 2014

Si si



Cuando Dios creó el amor no ayudó mucho
cuando Dios creó a los perros no ayudó a los perros
cuando Dios creó las plantas no fue muy original
cuando Dios creó el odio tuvimos algo útil
cuando Dios me creó a mi, bueno, me creó a mí
cuando Dios creó al mono estaba dormido
cuando creó a la jirafa estaba borracho
cuando creó las drogas estaba drogado
y cuando creó el suicidio estaba deprimido
cuando te creó a ti durmiendo en la cama
sabia lo que hacia
estaba borracho y drogado
y creó las montañas y el mar y el fuego al mismo tiempo
cometió algunos errores
pero cuando te creó a ti durmiendo en la cama
se derramó sobre su Bendito Universo

Charles Bukowski

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Louise Johnson - All Night Long Blues (1930)





Louise Johnson - All Night Long Blues 
Son House, Willie Brown and Charley Patton singing in the background.

"A SOLAS CON TODO EL MUNDO"


La carne cubre el hueso
y dentro le ponen
un cerebro y
a veces un alma,
y las mujeres arrojan
jarrones contra las paredes
y los hombres beben
demasiado
y nadie encuentra al
otro
pero siguen
buscando
de cama
en cama.
La carne cubre
el hueso y la
carne busca
algo más que
carne.
No hay ninguna
posibilidad:
estamos todos atrapados
por un destino
singular.
Nadie encuentra jamás
al otro.
Los tugurios se llenan
los vertederos se llenan
los manicomios se llenan
los hospitales se llenan
las tumbas se llenan
nada más
se llena.


de Charles Bukowski

lunes, 3 de noviembre de 2014

Caídas - Parte 2


En un momento lo perdí de vista hasta que al rato me gritó desde la isla. Yo no quería seguirle el juego. Tampoco estaba seguro de animarme a atravesar el río. Le contesté que se dejara de joder, que volviera, y me senté a esperarlo. Calculé que no iba a tardar porque no podía estar mucho tiempo sin fumar. Pero también esa vez me equivoqué. Me pidió que escondiera su ropa y que me fuera a casa porque tenía ganas de dar un paseo por la isla. A dos pasos había un muelle con botes pero ninguno de los dos quería ridiculizarse. Llamé al barquero y le di la poca plata que tenía para que le alcanzara el paquete de cigarrillos e intentara traerlo de vuelta. Pero no volvió. Se quedó pitando en silencio en la otra orilla hasta que me cansé de su juego y me fui a dormir.

Creo que fue ese episodio el que lo alejó por un tiempo de mí y del taller de tornería. La tarde en que lo encontré tirado en la calle temí que se muriera con la impresión de que yo lo había abandonado. La ambulancia tardó siglos en llegar y lo llevó a un hospital donde me dijeron que tenía el cráneo roto. Mi madre se quedaba a su lado durante la mañana y a la tarde iba yo. Cuando pudo mover los labios me dijo que se había gastado el aguinaldo completo en la primera cuota del torno y no se animaba a decírselo a mi madre.
Era otro de sus juguetes tardíos pero todavía no estaba seguro de poder disfrutarlo. "¿Me voy a morir?", me preguntó cuando se dio cuenta de que tenía una bolsa de hielo sobre la cabeza. Le dije que no, aunque no era seguro, y le pregunté dónde estaba su famoso torno. "Llega de Buenos Aires en el tren de la semana que viene; es una hermosura, no te imaginas", me contestó muy serio. Una enfermera había puesto las cosas que llevaba sobre la mesa de luz. El pañuelo, el encendedor, la billetera vacía, unas monedas y el folleto del torno que era italiano y parecía una nave espacial. "¿Te duele?", dije y me senté cerca de la ventana a mirar a las chicas que atravesaban el jardín. "Sí, desde hace mucho", murmuró. "¿Qué me pasó ahora?" Le conté que lo había agarrado un auto y se había golpeado la cabeza contra el pavimento. Pareció sorprenderse, como si le dijera que se había caído de la calesita: "Y a tu madre, ¿qué le vamos a decir?". Se refería al aguinaldo y a todo lo que otra vez no podríamos comprar. Cerró los ojos y se durmió. O tal vez en su confusión de huesos rotos y sesos desbaratados pensaba en lo buena que hubiera sido su vida sin mi madre y sin mí. Me incliné para decirle al oído que no siempre se puede ganar, que a veces hay que saber quedarse de este lado de la orilla. Hizo una mueca de disgusto y entornó los párpados: "Eso es de cobardes; los ríos están para que uno los cruce". Como siempre, del infortunio sacaba alguna lección que lo disculpaba ante los demás.

Después de hablar con el médico tuve miedo de que aquella fuera su última metáfora. A mi madre le dije que la plata del aguinaldo se la habían robado en la calle mientras estaba caído y que de todos modos para nosotros no habría fiestas ese fin de año. Antes de Navidad lo trasladaron a casa, flaco y vendado como un faquir. Ocultaba el folleto del torno abajo de la almohada. No sé si mi madre se creyó el cuento del aguinaldo robado, pero en Nochebuena no tuvimos festejos ni palabras bonitas. Mi padre pasaba las horas inmóvil, con la mirada puesta en el techo. Un día me hizo una seña para que me inclinara a escucharlo: "Véndelo", susurró, "cuando llegue véndelo por lo que te den". Me pareció que contenía un lagrimón y le dije que no, que ahora estaba en medio de la corriente y tenía que nadar. Después de todo, eso era lo que había querido enseñarme. Hizo un gesto de alivio, me pasó un brazo alrededor del cuello, y dijo: "Está bien, pero no te olvides de mandarme un bote con los cigarrillos".

Osvaldo Soriano 
Cuentos de los años felices (1993)




domingo, 2 de noviembre de 2014

Caídas - Parte 1


Mi padre tuvo tantas caídas que al final no recordaba la primera. Lo vi despeñarse con una motoneta camino de Plaza Huincul y años más tarde se dio vuelta con el Gordini, cerca de Cañuelas. Mi madre me contó que una vez, cuando yo era muy chico, se cayó sin mayores daños de un poste de teléfonos y como era bastante distraído solía tropezarse con los juguetes que yo dejaba tirados en el suelo.
Una tarde de diciembre de 1960 alguien vino a avisarme que lo había atropellado un auto. Llegué sin aliento en una bicicleta prestada y lo encontré estirado en la calle. Estaba un poco despeinado, con los ojos abiertos y la cara muy blanca. Sobre el asfalto había un poco de sangre manchada por las huellas de unos zapatos. La gente se apartó para dejarme pasar y un tipo me dijo ya estaba por venir la ambulancia. Alguien que le había puesto un pulóver bajo la nuca me alcanzó los anteojos que se habían roto con la caída.
Nadie hablaba y yo no sabía qué decir. Me arrodillé a su lado y le hablé al oído tratando de que la voz no me saliera muy asustada. Le pregunté si podía escucharme y alguna tontería más, pero no abrió la boca. Entonces fui pedir que me ayudaran a llevarlo al hospital pero me dijeron que no convenía moverlo porque debía estar muy estropeado. El paisano de sombrero negro que lo había atropellado estaba llorando dentro del coche y tampoco me hizo caso. Volví a sentarme en la vereda y le tomé una mano. Estaba fría y blanda como la panza de un pescado. No llevaba más que el anillo de casamiento y el Omega con la correa de cuero. Me pregunté qué haría allí, en la otra punta del pueblo, cruzando la calle como un chico atolondrado. En esos días había cumplido los cincuenta y recién ahora me doy cuenta de que corría contra el tiempo. No había hecho nada que le sirviera a él y la única vez que salió en los diarios fue después del accidente, entre un cuatrero detenido en General Roca y un incendio en la usina de Arroyito.

Con los primeros calores de aquel verano había tomado la decisión de abandonar Obras Sanitarias y montar un taller de tornería. Mi madre se oponía porque no creía en su suerte. Entonces me llamó a su escritorio para que le dijera con toda sinceridad si yo le veía futuro en los negocios. De verdad, visto como lo vi entonces, con el chaleco de lana gastado y el pantalón lustroso, no me animé a apostar por él. Me convidó un cigarrillo, dejó que le explicara un complicado asunto de polleras y ya pasada la medianoche, en voz muy baja, me explicó que estaba cansado de esperar, de correr de un desierto a otro mientras se le iban los años y se le arrugaban los cueros. Dijo no estar arrepentido de nada pero se le leía la culpa en los ojos. ¿Culpa de qué? Nunca lo sabré. Aquella noche intentó darme otro de sus consejos, pero no servía para eso. Palabras más o menos, me dijo: "Por mejor que uno se explique y justifique, nada cambia. Siempre se cometen los mismos errores. Una caída dibuja la próxima y por eso creemos en un Dios, en alguien que haya aprendido a no quemarse dos veces con la misma leche". Cosas así eran las que solía recitarme a la medianoche mientras limpiaba compases y tiralíneas frente al tablero de dibujo.

Le dije que no se calentara, que cualquiera hacía plata si eso era lo único que se proponía y que él estaba para otra cosa. Lo suyo era correr por ahí, andar a la deriva para no llegar a ninguna parte. A él y a mí nos daba lo mismo un lugar u otro siempre que tuviera una estación y algunas leguas por delante.
Ese día salimos a caminar por los andurriales, yo estornudando por el polen y él tosiendo su tabaco. Me hablaba de lo que haría cuando tuviera un taller con seis tornos y no sé cuántas máquinas para fabricar herramientas. De a ratos lo situaba en Córdoba y después lo ponía en Mendoza para abastecer también a los chilenos. Sin darnos cuenta llegamos al río y de pronto se jactó de haber sido muy buen nadador en su juventud, allá en Campana. Señaló la isla bajo el puente y me desafió a ganarle a contracorriente. Cambié de conversación porque el Limay es profundo y temí que se ahogara. Yo tenía menos de veinte años y me parecía imposible que mi padre pudiera ganarme en algo. Insistió y puse como excusa una contractura del fútbol o algo parecido. No me oyó o no quiso oírme y empezó a quitarse la ropa ahí mismo, abajo de la luna, hasta que sólo se quedó con unos ridículos calzoncillos celestes que le llegaban hasta las rodillas. Bravuconeaba, supongo. Tenía todo el pelo blanco pero ahora estaba de nuevo en el Delta junto a sus amigos y con toda la vida por delante. No sé qué pensé mientras lo miraba alejarse tirando brazadas. Creo que me daba pena verlo pelear contra su propia sombra. Me toreaba a mí pero la bronca, como el agua, venía de lejos y nos mojaba a los dos.