jueves, 21 de mayo de 2015

Don Segundo Sombra - Parte 3




Mi fantasía empezó a trabajar, animada por una fuerza nueva, y mi pensamiento mezcló una alegría a las vastas meditaciones nacidas de la pampa. 
A esa altura de mis mecedoras evocaciones, el bayo Comadreja dio una espantada que casi me quita el maneador de entre las manos. 
Siguiendo su mirada vi en la orilla opuesta del río asomar la socarrona cabecita de un zorro. 
Me dio vergüenza, como si hubiera burla en la atención de aquel bicho astuto. 
Me levanté, tosí, acomodé las jergas del recado, enriendé el caballo y una vez montado emprendí el retorno a las casas. 
Saliendo de las barrancas, vi tendido delante mío un vasto potrero y a lo lejos divisé el monte. 
La estancia era grande y bien poblada. Diez leguas, ocho puestos, monte grande, con calles cuidadas, galpones; casa lujosa y un jardín de flores como nunca antes vi. Habíamos changado en unos trabajos de aparte, y ese día de Navidad el patrón daba un gran baile para mensuales, puesteros y algunos conocidos del campo. 
A la mañana había yo ayudado a limpiar y adornar el galpón de esquila, que quedó emperifollado como una iglesia, y mientras volvía, que era para la oración, prometíme una buena noche de parranda como no se presenta en muchas ocasiones. Además, allí, en un puesto medio perdido en los juncales de un bajo, había conocido una mocita con más coqueterías que un jilguero. No sería mal arrimar un poquito de leña a ese fuego. 
Entre tanto, mi bayo iba pisando con desconfianza entre matas de paja colorada y esparto. A mis espaldas quedaba la laguna cubierta por la bruma de un griterío confuso y ya tímido. Entré a una calle del monte. Los troncos vibraban aún de luz. Me encontré de improviso con otro jinete ante cuya semblanza mis ojos dudaron un momento. 
-¿Sos vos Pedro? 
-Barrales de apelativo. Yo mesmo soy. He sabido que andabas por acá y he venido a toparte solo pa que me contés de tu vida. 
-Y es claro que vos no más habías sido. Con razón cuando te vide las viruelas me dije: Esa es cara con hocico. 
-¿Y yo, hermanito? ¡Si te habré extrañao! ¿Creerás que dende que no te veo no puedo miar? 
Con qué gusto encontraba a mi bueno y viejo compañero del primer arreo, cuya alegría dicharachera había dejado en mi memoria la resonancia de un cencerro. 
Hasta llegar al palenque, me hizo decir cuanto quiso sobre lo sucedido en mi existencia desde que no nos habíamos visto, y comentaba a antojo mis relatos con ingeniosos parangones o burlas simpáticas. Convinimos andar juntos en el baile y comimos codo a codo, en cuclillas, al lado del asador rodeado por unos treinta hombres. 

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