lunes, 20 de junio de 2016

LAS TRES PRINCESAS DE LA MONTAÑA AZUL - Parte 6

Lo consiguieron con bastante trabajo, pero sin perder su optimismo, y por fin se encontraron en la cúspide, en donde, en medio de un cuadrado de césped, vieron la losa.
La retiraron, y a sus ojos apareció la aterradora boca del precipicio.
Osvaldo, a quien las hadas habían protegido de inequívoca manera, reclamó para sí el derecho de realizar la peligrosa hazaña, por lo que dijo a sus compañeros, avergonzados:
- ¡Ya os tocará el turno, si no vuelvo!
Prepararon el cesto atándole las cuerdas, y el soldado se metió resueltamente en él, recomendando a sus compañeros que lo izaran rápidamente si veían agitarse la soga.
Todavía lejos del fondo, lo empapó una lluvia helada que hizo tiritar, y casi sin transición fue abrasado por una bocanada de aire tan caliente que se diría estaba en la boca de un horno.
De repente un golpe contra el suelo le hizo comprender que tocaba fondo.
Lo rodeaba profunda obscuridad, y sólo un pálido resplandor se vislumbraba a lo lejos.
Bajó como pudo del cesto y caminó a tientas hacia aquel resplandor que cada vez parecía alejarse más.
Siguiendo el túnel, encontró una abertura en la roca, y entonces fue como asistir al nacimiento del mundo. El país que se extendía a su vista era de una belleza inefable.
Los rayos del sol y la niebla que se levantaba de los valles pintaban el paisaje con toda la gama de los azules, pasando del tenue azul del pecho de la paloma al intenso azul de la cola del pavo real.
¡Y eran azules las aves y las nubes del cielo! Y la montaña resplandecía como tallada en turquesa y lapislázuli.
En sinfonía en azul aparecieron las princesas, que corrieron hacia él y le contaron que habían tenido un sueño tres noches seguidas.
Habían visto tres reinas hilando en su rueca de oro, que enviaban un soldado con el uniforme de su país a que las rescatara.
Ese soldado había vencido en la casa del bosque al enano de la montaña azul, que por ello había perdido su poder, y furioso había huido.
- Te rogamos que nos lleves a nuestra casa - le dijeron.
Una vez más el valiente soldado debió vencerse. Y esta vez fue para librarse de la seducción del país de la montaña azul, del maravilloso país que ocultaba con su belleza las malas artes del enano de la montaña.
Se acercaron a la boca del antro, y por turno fueron izados en el canasto por el capitán y el teniente, que los felicitaban.
Emprendieron el viaje de regreso, y una vez en su patria, con el feliz consentimiento de los reyes, las princesas tomaron por esposos al capitán, al teniente y al soldado, a quien las hadas habían otorgado los dones del valor, la lealtad y la modestia.
Cuéntese que fueron muy felices, tuvieron muchos hijos y vivieron largos años; pero el soldado a veces suspiraba recordando el maravilloso país de la montaña azul.


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