viernes, 29 de julio de 2016

El PRINCIPE DRAGON - Parte 3


La Princesa, halagada por tantos agasajos, disimuló su extrañeza por la ausencia del novio, y quizá pensó que era una costumbre del país de su futuro esposo.
Pasaron los días, y llegó el tan esperado y temido por los reyes en que se realizaría el enlace.
Miles de luces iluminaban el salón dispuesto para el banquete, y la mesa desbordaba de manjares deliciosos.
Los reyes ocupaban altos sitiales, y frente a ellos otros más pequeños estaban destinados a los novios.
La joven Princesa estaba bellísima con las mejillas como dos amapolas y el cabello del color de las espigas del trigo maduro, que el traje blanco hacía resaltar.
Tomó asiento rodeada de sus damas, y acongojada notó que el sitio de su esposo estaba vacío.
“¿Cuándo se mostrará por fin el Príncipe? “, pensó.
Trató de sobreponerse, y comió y bebió bastante serena. Por fin terminó el banquete, y los reyes, procurando disimular su turbación frente a los cortesanos, condujeron a la niña al aposento que se le destinara, y sin contestar a su muda interrogación le desearon buenas noches y se retiraron.

Poco o nada durmieron los reyes esa noche, ansiosos por la suerte de la princesa, a quien presumían en compañía del dragón, que al fin se habría presentado ante su novia.
Apuntaba la aurora cuando con sigilo se encaminaron al cuarto de los desposados, cuya puerta abierta de par en par dejaba ver las camas intactas.
¿Qué había hecho el dragón de la joven? ¿La habría devorado?
Porque si bien era un Príncipe, también era una terrible fiera.
Pasaron los días, y como el misterio no se aclarara, el Príncipe rubio, esperando que su hermano se contentara con la esposa que se había llevado, hizo atar la carroza de las grandes ocasiones, y con su comitiva salió a correr mundo en procura de una princesa digna de ser su esposa.
Mucho habían andado, ya vislumbraban las luces de una ciudad extranjera, cuando el dragón, tan furioso e intratable como siempre, les impidió continuar el viaje.
Cuando el Rey se enteró de lo sucedido, en la creencia de que la novia dada al dragón no había sido de su gusto, y resuelto a conseguir la tranquilidad de su segundo hijo, se dirigió a uno de los jardineros del palacio, cuya hija tenía fama de hermosa y discreta, y haciéndole toda clase de promesas y desoyendo las protestas del hombre, se llevó a la joven al palacio.
Estaba ésta hilando, y sus lágrimas caían sobre la rueca.
Temblaba la pobre muchacha al pensar en la suerte que el destino le reservaba, cuando se le apareció una extraña anciana, que le dijo:
- Comprendo vuestro temor, pero nada malo os pasará.
La indiscreción de una mujer sumió a un príncipe en la desgracia; la discreción y el valor de otra lo salvarán. Escuchad mis instrucciones: El día de la boda, un momento antes del banquete, dirigíos al jardín y pedid que os dejen sola. Lo harán, pues nada se le puede negar a una futura esposa.
- Y continuó - : En el más apartado rincón, el que da al Noroeste, encontraréis un rosal, y en ese rosal dos rosas. Una roja como la sangre, otra blanca como la nieve. Cortadlas, y con precaución escondedlas entre vuestras ropas. Cuando, terminadas las ceremonias, os encontréis sola en vuestro cuarto, se os aparecerá el dragón. Afrontadlo con valor, pues a nada teme tanto éste como a las dulces palabras de una niña. Sólo ellas tienen poder sobre él. Cuando notéis que aprecia vuestra compañía, acercaos con las rosas, y muy suavemente dadle a aspirar su perfume. Luego hacedle admirar su color, y por fin, cuando comprendáis que ya nada puede negaros, pedidle que coma aunque sea sólo un pétalo de cada una de ellas. Seguid mis instrucciones, y no os arrepentiréis de ello.
Y la anciana, la buena hada que había perdonado, desapareció, dejando a la joven llena de esperanza.
Y todo debió suceder como lo anunciara la vieja, pues el nuevo día iluminó a un príncipe al que un encantamiento convirtió en dragón y a una buena joven que lo salvó; a una bellísima princesa a quien se dio por muerta y que sonreía al Príncipe rubio que por fin tenía novia, y a unos reyes ya viejos que los miraban satisfechos y dichosos.

Cuentan que en ese reino los hombres son felices, y que hay muchos jardines, y en los jardines rosales que dan flores rojas como la sangre, unos, y blancas como la nieve, otros.


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