domingo, 7 de agosto de 2016

AL ESTE DEL SOL Y AL OESTE DE LA LUNA - Parte 2


Se apagó la luz, y ya los ojos de Ingrid se cerraban cuando oyó leves rumores, lo que no le impidió, debido al cansancio, quedarse dormida.
Pasaron varios días y varias noches.
La pobre niña estaba triste. No podía olvidar la casita de sus padres.
Y parece ser que el oso advirtió esto, pues una mañana radiante de sol se presentó y dijo:
- Si lo deseáis, os llevaré a visitar a vuestros padres.
Aceptó la niña, y muy alegre se disponía a trepar al lomo del animal, cuando éste le habló así:
- Querida Ingrid, es mi deseo que seáis feliz entre los vuestros, pero prometedme dominar la ambición de saber.
Vuestra felicidad y la mía dependen de ello.
La niña prometió ser prudente, y el oso partió a la carrera.
Pasaron la región de los bosques, después la de las nieves, hasta que por fin llegaron a un paraje delicioso, una loma cubierta de césped salpicado de flores, con árboles que daban sombra a una casa de madera de todos colores.
- Os dejo en la casa de vuestros padres - dijo el oso -.
Volveré a buscaros. No olvidéis vuestra promesa.
- No la olvidaré - aseguró Ingrid.
La alegría de la familia fue tan grande como la de la niña, que recorría embelesada los aposentos.
- Esta era tu cama, Ingrid - dijo la madre -. Y ésa la velita que encendías para desnudarte.
La miró la niña, e instantáneamente una idea se apoderó de ella: " ¿Si me la llevara ?... "
Su luz era pequeña. Quizá podría prenderla y, sin ser notada, observar su cuarto por la noche.
Y pensando así la tomó y escondió entre sus ropas.
Volvió el oso, y tras invitarla a despedirse, emprendieron el regreso.
Como la otra vez, no quedaban huellas en el camino por donde pasaban.
Mientras andaban, preguntó el oso:
- ¿Cumplisteis vuestra promesa?
- Sí, la he cumplido - respondió la joven dándose valor.

Llegaron al castillo, y cuando fue de noche, la curiosidad dominó a la niña.
Quería saber a toda costa.
Como todas las noches, se oyeron unos rumores.
Cuando cesaron, Ingrid prendió la vela.
Se levantó, y con precaución inspeccionó el cuarto.
Vio un lecho bajo, tan cómodo como el suyo, y reclinado en él a un hermoso príncipe ricamente vestido, que con la espada al costado dormía plácidamente.


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