domingo, 6 de septiembre de 2009

El Hombre Hormiga - Parte 1

No es fábula lo que vamos a escribir, aunque lo parezca a primera vista por el título: el hombre hormiga, no quiere decir tanto como el hombre y la hormiga, sino un viviente que tiene los hábitos y el instinto de aquel pequeñísimo insecto. La parábola y el apólogo están desacreditados; los poetas suelen todavía hacer sonetos, pero no fábulas. La verdad envuelta en alegorías ha cedido el paso a la verdad engastada a fuego y martillo en punzantes ironías: las telas que envuelven el corazón se han encallecido, y el escritor de hoy al tomar la pluma debe exclamar como ciertos guerreros: ¡hierro, despiértate! ¿Y nada memos que hierro será preciso para matar al hombre hormiga?

¿No bastará un borrón de tinta? Lo veremos.
Colóquese un curioso en alguna altura de las calles más concurridas: en donde haya almacenes, tiendas de ropa hecha, alguna iglesia inmediata, el despacho de algún cambista, y vinos y comestibles en cada puerta: desde allí sentirá el hervir vividor de las gentes que van y vienen: niños, mujeres, hombres, viejos y mozos; unos corren, otros vuelan, pocos andan despacio, se miran, se saludan, conversan entre sí, todo es movimiento y bulla: cuidado con la rueda, apártate del caballo, mira esa reja, dicen las madres a sus chicos distraídos con las confiterías. Dispense Ud. que le he pisado, dice un corredor que va como D. Cleofás en alas del cojuelo, -¡Zapallos!... ¡pepinos!... ¡para las benditas ánimas!... ¿A cómo la docena? B. a V. La mano, etc., etc.-. ¡Tal es la vocinglería que se escucha! Voces escapadas de las mil bocas de aquel monstruo que se agita y revuelve en las veredas.

Tenga paciencia el curioso: colocado en dicha altura ¿no le parecen los ciudadanos yentes y vinientes hormigas que van y vienen al granero? Ni más ni menos: unos y otras negras a la distancia: unos y otras cargados en la cabeza, con comestibles o con buenos o males pensamientos; unos y otras desvastan, unos y otras no se contentan con lo necesario: ellas guardan para el invierno, ellos amontonan para la vejez, que es el invierno de la vida.
Hormiga de este hormiguero es el hombre hormiga, personaje de dimensiones mezquinas, cuyas facciones son rasguños que con dificultad acierta a copiar el pincel. ¡Quién tuviera el don de observar y la elocuencia de Buffon para describir a nuestro héroe!
El hombre hormiga muestra desde pequeñito lo que ha de ser cuando maduro: bien puede acariciarle la madre, ponerle miedo la nodriza, no ha de callar si no le dan dinero: tiene una alcancía, y en ella guarda los reales que le da su padrino los domingos, o recoge en el atrio de los templos en algún bautismo rumboso: en este punto está medio en quiebra el hombre hormiga desde que la autoridad ha puesto orden en este abuso que amagaba la tranquilidad del Estado.

Entra en la escuela, y allí se distingue por su espíritu mercantil; nadie le engaña en los cambalaches: sus vales, que son muchos porque es sosegado y humildito, los convierte en papel moneda, vendiéndoselos a los hijos de ricos a quienes siempre sigue y acompaña; porque el hombre hormiga es hombre azogue en el perseguir la plata. En fin el maestro no saca de él ni un buen gramático ni un mediano pendolista; pero en esto de la aritmética, se pierde en las nubes, es un portento.

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