domingo, 21 de diciembre de 2014

El origen del mal - Parte 2


El ciervo no fue de este parecer.

-No; no es de la ira ni del amor ni del hambre de donde procede el mal, sino del miedo. Si fuera posible no sentir miedo, todo marcharía bien. Nuestras patas son ligeras para la carrera y nuestro cuerpo vigoroso. Podemos defendernos de un animal pequeño, con nuestros cuernos, y la huida nos preserva de los grandes. Pero es imposible no sentir miedo. 
Apenas cruje una rama en el bosque o se mueve una hoja, temblamos de terror. El corazón palpita, como si fuera a salirse del pecho, y echamos a correr. Otras veces, una liebre que pasa, un pájaro que agita las alas o una ramita que cae, nos hace creer que nos persigue una fiera; y salimos disparados, tal vez hacia el lugar del peligro. 
A veces, para esquivar a un perro, vamos a dar con el cazador; otras, enloquecidos de pánico, corremos sin rumbo y caemos por un precipicio, donde nos espera la muerte. Dormimos preparados para echar a correr; siempre estamos alerta, siempre llenos de terror. No hay modo de disfrutar de un poco de tranquilidad. De ahí deduzco que el origen del mal está en el miedo.
Finalmente intervino el ermitaño y dijo lo siguiente:

-No es el hambre, el amor, la ira ni el miedo, la fuente de nuestros males, sino nuestra propia naturaleza. Ella es la que engendra el hambre, el amor, la ira y el miedo.

León Tolstoi



El origen del mal - Parte 1


En medio de un bosque vivía un ermitaño, sin temer a las fieras que allí moraban. Es más, por concesión divina o por tratarlas continuamente, el santo varón entendía el lenguaje de las fieras y hasta podía conversar con ellas.

En una ocasión en que el ermitaño descansaba debajo de un árbol, se cobijaron allí, para pasar la noche, un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente. A falta de otra cosa para hacer y con el fin de pasar el rato, empezaron a discutir sobre el origen del mal.

-El mal procede del hambre -declaró el cuervo, que fue el primero en abordar el tema-. Cuando uno come hasta hartarse, se posa en una rama, grazna todo lo que le viene en gana y las cosas se le antojan de color de rosa. Pero, amigos, si durante días no se prueba bocado, cambia la situación y ya no parece tan divertida ni tan hermosa la naturaleza. ¡Qué desasosiego! ¡Qué intranquilidad siente uno! Es imposible tener un momento de descanso. Y si vislumbro un buen pedazo de carne, me abalanzo sobre él, ciegamente. Ni palos ni piedras, ni lobos enfurecidos serían capaces de hacerme soltar la presa. ¡Cuántos perecemos como víctimas del hambre! No cabe duda de que el hambre es el origen del mal.

El palomo se creyó obligado a intervenir, apenas el cuervo hubo cerrado el pico.

-Opino que el mal no proviene del hambre, sino del amor. Si viviéramos solos, sin hembras, sobrellevaríamos las penas. Más ¡ay!, vivimos en pareja y amamos tanto a nuestra compañera que no hallamos un minuto de sosiego, siempre pensando en ella "¿Habrá comido?", nos preguntamos. "¿Tendrá bastante abrigo?" Y cuando se aleja un poco de nuestro lado, nos sentimos como perdidos y nos tortura la idea de que un gavilán la haya despedazado o de que el hombre la haya hecho prisionera. Empezamos a buscarla por doquier, con loco afán; y, a veces, corremos hacia la muerte, pereciendo entre las garras de las aves de rapiña o en las mallas de una red. Y si la compañera desaparece, uno no come ni bebe; no hace más que buscarla y llorar. ¡Cuántos mueren así entre nosotros! Ya ven que todo el mal proviene del amor, y no del hambre.

-No; el mal no viene ni del hambre ni del amor -arguyó la serpiente-. El mal viene de la ira. Si viviésemos tranquilos, si no buscásemos pendencia, entonces todo iría bien. Pero, cuando algo se arregla de modo distinto a como quisiéramos, nos arrebatamos y todo nos ofusca. Sólo pensamos en una cosa: descargar nuestra ira en el primero que encontramos. Entonces, como locos, lanzamos silbidos y nos retorcemos, tratando de morder a alguien. En tales momentos, no se tiene piedad de nadie; mordería uno a su propio padre o a su propia madre; podríamos comernos a nosotros mismos; y el furor acaba por perdernos. Sin duda alguna, todo el mal viene de la ira.


La terrible sinceridad. Roberto Arlt

viernes, 19 de diciembre de 2014

El salto



Un navío regresaba al puerto después de dar la vuelta al mundo; el tiempo era bueno y todos los pasajeros estaban en el puente. Entre las personas, un mono, con sus gestos y sus saltos, era la diversión de todos. Aquel mono, viendo que era objeto de las miradas generales, cada vez hacía más gestos, daba más saltos y se burlaba de las personas, imitándolas.

De pronto saltó sobre un muchacho de doce años, hijo del capitán del barco, le quitó el sombrero, se lo puso en la cabeza y gateó por el mástil. Todo el mundo reía; pero el niño, con la cabeza al aire, no sabía qué hacer: si imitarlos o llorar.

El mono tomó asiento en la cofa, y con los dientes y las uñas empezó a romper el sombrero. Se hubiera dicho que su objeto era provocar la cólera del niño al ver los signos que le hacía mientras le mostraba la prenda.

El jovenzuelo lo amenazaba, lo injuriaba; pero el mono seguía su obra.

Los marineros reían. De pronto el muchacho se puso rojo de cólera; luego, despojándose de alguna ropa, se lanzó tras el mono. De un salto estuvo a su lado; pero el animal, más ágil y más diestro, se le escapó.

-¡No te irás! -gritó el muchacho, trepando por donde él. El mono lo hacía subir, subir... pero el niño no renunciaba a la lucha. En la cima del mástil, el mono, sosteniéndose de una cuerda con una mano, con la otra colgó el sombrero en la más elevada cofa y desde allí se echó a reír mostrando los dientes.
Del mástil donde estaba colgado el sombrero había más de dos metros; por lo tanto, no podía cogerlo sin grandísimo peligro. Todo el mundo reía viendo la lucha del pequeño contra el animal; pero al ver que el niño dejaba la cuerda y se ponía sobre la cofa, los marineros quedaron paralizados por el espanto. Un falso movimiento y caería al puente. Aun cuando cogiera el sombrero no conseguiría bajar.

Todos esperaban ansiosamente el resultado de aquello. De repente alguien lanzó un grito de espanto. El niño miró abajo y vaciló. En aquel momento el capitán del barco, el padre del niño, salió de su camarote llevando en la mano una escopeta para matar gaviotas. Vio a su hijo en el mástil y apuntándole inmediatamente, exclamó:
-¡Al agua!... ¡Al agua o te mato!...
El niño vacilaba sin comprender.
-¡Salta o te mato!... ¡Uno, dos!...
Y en el momento en que el capitán gritaba:
-¡Tres!... -el niño se dejó caer hacia el mar.

Como una bala penetró su cuerpo en el agua; mas apenas lo habían cubierto las olas, cuando veinte bravos marineros lo seguían.
En el espacio de cuarenta segundos, que parecieron un siglo a los espectadores, el cuerpo del muchacho apareció en la superficie. Lo transportaron al barco y algunos minutos después empezó a echar agua por la boca y respiró.

Cuando su padre lo vio salvado, exhaló un grito, como si algo lo hubiese tenido ahogado, y escapó a su camarote.

León Tolstoi


miércoles, 17 de diciembre de 2014

¿Cuánta tierra necesita un hombre? - Parte 6


Echó a andar hacia la loma, pero con dificultad. Estaba agotado por el calor, tenía cortes y magulladuras en los pies descalzos, le flaqueaban las piernas. Ansiaba descansar, pero era imposible si deseaba llegar antes del poniente. El sol no espera a nadie, y se hundía cada vez más.

"Cielos -pensó-, si no hubiera cometido el error de querer demasiado. ¿Qué pasará si llego tarde?"
Miró hacia la loma y hacia el sol. Aún estaba lejos de su meta, y el sol se aproximaba al horizonte.
Pahom siguió caminando, con mucha dificultad, pero cada vez más rápido. Apuró el paso, pero todavía estaba lejos del lugar. Echó a correr, arrojó la chaqueta, las botas, la botella y la gorra, y conservó sólo la azada que usaba como bastón.

"Ay de mí. He deseado mucho, y lo eché todo a perder. Tengo que llegar antes de que se ponga el sol."
El temor le quitaba el aliento. Pahom siguió corriendo, y la camisa y los pantalones empapados se le pegaban a la piel, y tenía la boca reseca. Su pecho jadeaba como un fuelle, su corazón batía como un martillo, sus piernas cedían como si no le pertenecieran. Pahom estaba abrumado por el terror de morir de agotamiento.

Aunque temía la muerte, no podía detenerse. "Después que he corrido tanto, me considerarán un tonto si me detengo ahora", pensó. Y siguió corriendo, y al acercarse oyó que los bashkirs gritaban y aullaban, y esos gritos le inflamaron aún más el corazón. Juntó sus últimas fuerzas y siguió corriendo.
El hinchado y brumoso sol casi rozaba el horizonte, rojo como la sangre. Estaba muy bajo, pero Pahom estaba muy cerca de su meta. Podía ver a la gente de la loma, agitando los brazos para que se diera prisa. Veía la gorra de piel de zorro en el suelo, y el dinero, y al jefe sentado en el suelo, riendo a carcajadas.
"Hay tierras en abundancia -pensó-, ¿pero me dejará Dios vivir en ellas? ¡He perdido la vida, he perdido la vida! ¡Nunca llegaré a ese lugar!"

Pahom miró el sol, que ya desaparecía, ya era devorado. Con el resto de sus fuerzas apuró el paso, encorvando el cuerpo de tal modo que sus piernas apenas podían sostenerlo. Cuando llegó a la loma, de pronto oscureció. Miró el cielo. ¡El sol se había puesto! Pahom dio un alarido.
"Todo mi esfuerzo ha sido en vano", pensó, y ya iba a detenerse, pero oyó que los bashkirs aún gritaban, y recordó que aunque para él, desde abajo, parecía que el sol se había puesto, desde la loma aún podían verlo. Aspiró una buena bocanada de aire y corrió cuesta arriba. Allí aún había luz. Llegó a la cima y vio la gorra. Delante de ella el jefe se reía a carcajadas. Pahom soltó un grito. Se le aflojaron las piernas, cayó de bruces y tomó la gorra con las manos.

-¡Vaya, qué sujeto tan admirable! -exclamó el jefe-. ¡Ha ganado muchas tierras!

El criado de Pahom se acercó corriendo y trató de levantarlo, pero vio que le salía sangre de la boca. ¡Pahom estaba muerto!

Los pakshirs chasquearon la lengua para demostrar su piedad.

Su criado empuñó la azada y cavó una tumba para Pahom, y allí lo sepultó. Dos metros de la cabeza a los pies era todo lo que necesitaba.

León Tolstoi




martes, 16 de diciembre de 2014

¿Cuánta tierra necesita un hombre? - Parte 5


Miró hacia atrás. La loma se veía claramente a la luz del sol, con la gente encima, y las relucientes llantas de las ruedas del carromato. Pahom calculó que había caminado cinco kilómetros. Estaba más cálido; se quitó el chaquetón, se lo echó al hombro y continuó la marcha. Ahora hacía más calor; miró el sol; era hora de pensar en el desayuno.

-He recorrido el primer tramo, pero hay cuatro en un día, y todavía es demasiado pronto para virar. Pero me quitaré las botas -se dijo.

Se sentó, se quitó las botas, se las metió en el cinturón y reanudó la marcha. Ahora caminaba con soltura.
"Seguiré otros cinco kilómetros -pensó-, y luego giraré a la izquierda. Este lugar es tan promisorio que sería una pena perderlo. Cuanto más avanzo, mejor parece la tierra."

Siguió derecho por un tiempo, y cuando miró en torno, la loma era apenas visible y las personas parecían hormigas, y apenas se veía un destello bajo el sol.

"Ah -pensó Pahom-, he avanzado bastante en esta dirección, es hora de girar. Además estoy sudando, y muy sediento."

Se detuvo, cavó un gran pozo y apiló hierba. Bebió un sorbo de agua y giró a la izquierda. Continuó la marcha, y la hierba era alta, y hacía mucho calor.

Pahom comenzó a cansarse. Miró el sol y vio que era mediodía.

"Bien -pensó-, debo descansar."

Se sentó, comió pan y bebió agua, pero no se acostó, temiendo quedarse dormido. Después de estar un rato sentado, siguió andando. Al principio caminaba sin dificultad, y sentía sueño, pero continuó, pensando: "Una hora de sufrimiento, una vida para disfrutarlo".

Avanzó un largo trecho en esa dirección, y ya iba a girar de nuevo a la izquierda cuando vio un fecundo valle. "Sería una pena excluir ese terreno -pensó-. El lino crecería bien aquí.". Así que rodeó el valle y cavó un pozo del otro lado antes de girar. Pahom miró hacia la loma. El aire estaba brumoso y trémulo con el calor, y a través de la bruma apenas se veía a la gente de la loma.

"¡Ah! -pensó Pahom-. Los lados son demasiado largos. Este debe ser más corto." Y siguió a lo largo del tercer lado, apurando el paso. Miró el sol. Estaba a mitad de camino del horizonte, y Pahom aún no había recorrido tres kilómetros del tercer lado del cuadrado. Aún estaba a quince kilómetros de su meta.
"No -pensó-, aunque mis tierras queden irregulares, ahora debo volver en línea recta. Podría alejarme demasiado, y ya tengo gran cantidad de tierra.".
Pahom cavó un pozo de prisa.


lunes, 15 de diciembre de 2014

¿Cuánta tierra necesita un hombre? - Parte 4


Por la puerta abierta vio que estaba rompiendo el alba.

-Es hora de despertarlos -se dijo-. Debemos ponernos en marcha.
Se levantó, despertó al criado (que dormía en el carromato), le ordenó uncir los caballos y fue a despertar a los bashkirs.

-Es hora de ir a la estepa para medir las tierras -dijo.

Los bashkirs se levantaron y se reunieron, y también acudió el jefe. Se pusieron a beber más kurniss, y ofrecieron a Pahom un poco de té, pero él no quería esperar.

-Si hemos de ir, vayamos de una vez. Ya es hora.

Los bashkirs se prepararon y todos se pusieron en marcha, algunos a caballo, otros en carros. Pahom iba en su carromato con el criado, y llevaba una azada. Cuando llegaron a la estepa, el cielo de la mañana estaba rojo. Subieron una loma y, apeándose de carros y caballos, se reunieron en un sitio. El jefe se acercó a Pahom y extendió el brazo hacia la planicie.

-Todo esto, hasta donde llega la mirada, es nuestro. Puedes tomar lo que gustes.

A Pahom le relucieron los ojos, pues era toda tierra virgen, chata como la palma de la mano y negra como semilla de amapola, y en las hondonadas crecían altos pastizales.

El jefe se quitó la gorra de piel de zorro, la apoyó en el suelo y dijo:
-Ésta será la marca. Empieza aquí y regresa aquí. Toda la tierra que rodees será tuya.

Pahom sacó el dinero y lo puso en la gorra. Luego se quitó el abrigo, quedándose con su chaquetón sin mangas. Se aflojó el cinturón y lo sujetó con fuerza bajo el vientre, se puso un costal de pan en el pecho del jubón y, atando una botella de agua al cinturón, se subió la caña de las botas, empuñó la azada y se dispuso a partir. Tardó un instante en decidir el rumbo. Todas las direcciones eran tentadoras.

-No importa -dijo al fin-. Iré hacia el sol naciente.

Se volvió hacia el este, se desperezó y aguardó a que el sol asomara sobre el horizonte.

"No debo perder tiempo -pensó-, pues es más fácil caminar mientras todavía está fresco."
Los rayos del sol no acababan de chispear sobre el horizonte cuando Pahom, azada al hombro, se internó en la estepa.
Pahom caminaba a paso moderado. Tras avanzar mil metros se detuvo, cavó un pozo y apiló terrones de hierba para hacerlo más visible. Luego continuó, y ahora que había vencido el entumecimiento apuró el paso. Al cabo de un rato cavó otro pozo.


domingo, 14 de diciembre de 2014

¿Cuánta tierra necesita un hombre? - Parte 3


El jefe escuchó un rato, pidió silencio con un gesto y le dijo a Pahom:
-De acuerdo. Escoge la tierra que te plazca. Tenemos tierras en abundancia.
-¿Y cuál será el precio? -preguntó Pahom.
-Nuestro precio es siempre el mismo: mil rublos por día.
Pahom no comprendió.
-¿Un día? ¿Qué medida es ésa? ¿Cuántas hectáreas son?
-No sabemos calcularlo -dijo el jefe-. La vendemos por día. Todo lo que puedas recorrer a pie en un día es tuyo, y el precio es mil rublos por día.
Pahom quedó sorprendido.
-Pero en un día se puede recorrer una vasta extensión de tierra -dijo.
El jefe se echó a reír.
-¡Será toda tuya! Pero con una condición. Si no regresas el mismo día al lugar donde comenzaste, pierdes el dinero.
-¿Pero cómo debo señalar el camino que he seguido?
-Iremos a cualquier lugar que gustes, y nos quedaremos allí. Puedes comenzar desde ese sitio y emprender tu viaje, llevando una azada contigo. Donde lo consideres necesario, deja una marca. En cada giro, cava un pozo y apila la tierra; luego iremos con un arado de pozo en pozo. Puedes hacer el recorrido que desees, pero antes que se ponga el sol debes regresar al sitio de donde partiste. Toda la tierra que cubras será tuya.
Pahom estaba alborozado. Decidió comenzar por la mañana. Charlaron, bebieron más kurniss, comieron más oveja y bebieron más té, y así llegó la noche. Le dieron a Pahom una cama de edredón, y los bashkirs se dispersaron, prometiendo reunirse a la mañana siguiente al romper el alba y viajar al punto convenido antes del amanecer.
Pahom se quedó acostado, pero no pudo dormirse. No dejaba de pensar en su tierra.
"¡Qué gran extensión marcaré! -pensó-. Puedo andar fácilmente cincuenta kilómetros por día. Los días ahora son largos, y un recorrido de cincuenta kilómetros representará gran cantidad de tierra. Venderé las tierras más áridas, o las dejaré a los campesinos, pero yo escogeré la mejor y la trabajaré. Compraré dos yuntas de bueyes y contrataré dos peones más. Unas noventa hectáreas destinaré a la siembra y en el resto criaré ganado."

sábado, 13 de diciembre de 2014

¿Cuánta tierra necesita un hombre? - Parte 2


Al principio, en el ajetreo de la mudanza y la construcción, Pahom se sentía complacido, pero cuando se habituó comenzó a pensar que tampoco aquí estaba satisfecho. Quería sembrar más trigo, pero no tenía tierras suficientes para ello, así que arrendó más tierras por tres años. Fueron buenas temporadas y hubo buenas cosechas, así que Pahom ahorró dinero. Podría haber seguido viviendo cómodamente, pero se cansó de arrendar tierras ajenas todos los años, y de sufrir privaciones para ahorrar el dinero.

"Si todas estas tierras fueran mías -pensó-, sería independiente y no sufriría estas incomodidades."

Un día un vendedor de bienes raíces que pasaba le comentó que acababa de regresar de la lejana tierra de los bashkirs, donde había comprado seiscientas hectáreas por sólo mil rublos.

-Sólo debes hacerte amigo de los jefes -dijo- Yo regalé como cien rublos en vestidos y alfombras, además de una caja de té, y di vino a quienes lo bebían, y obtuve la tierra por una bicoca.

"Vaya -pensó Pahom-, allá puedo tener diez veces más tierras de las que poseo. Debo probar suerte."
Pahom encomendó a su familia el cuidado de la finca y emprendió el viaje, llevando consigo a su criado. Pararon en una ciudad y compraron una caja de té, vino y otros regalos, como el vendedor les había aconsejado. Continuaron viaje hasta recorrer más de quinientos kilómetros, y el séptimo día llegaron a un lugar donde los bashkirs habían instalado sus tiendas.

En cuanto vieron a Pahom, salieron de las tiendas y se reunieron en torno al visitante. Le dieron té y kurniss, y sacrificaron una oveja y le dieron de comer. Pahom sacó presentes de su carromato y los distribuyó, y les dijo que venía en busca de tierras. Los bashkirs parecieron muy satisfechos y le dijeron que debía hablar con el jefe. Lo mandaron a buscar y le explicaron a qué había ido Pahom.


viernes, 12 de diciembre de 2014

¿Cuánta tierra necesita un hombre? - Parte 1



Érase una vez un campesino llamado Pahom, que había trabajado dura y honestamente para su familia, pero que no tenía tierras propias, así que siempre permanecía en la pobreza. "Ocupados como estamos desde la niñez trabajando la madre tierra -pensaba a menudo- los campesinos siempre debemos morir como vivimos, sin nada propio. Las cosas serían diferentes si tuviéramos nuestra propia tierra."
Ahora bien, cerca de la aldea de Pahom vivía una dama, una pequeña terrateniente, que poseía una finca de ciento cincuenta hectáreas. Un invierno se difundió la noticia de que esta dama iba a vender sus tierras. Pahom oyó que un vecino suyo compraría veinticinco hectáreas y que la dama había consentido en aceptar la mitad en efectivo y esperar un año por la otra mitad.
"Qué te parece -pensó Pahom- Esa tierra se vende, y yo no obtendré nada."
Así que decidió hablar con su esposa.
-Otras personas están comprando, y nosotros también debemos comprar unas diez hectáreas. La vida se vuelve imposible sin poseer tierras propias.

Se pusieron a pensar y calcularon cuánto podrían comprar. Tenían ahorrados cien rublos. Vendieron un potrillo y la mitad de sus abejas; contrataron a uno de sus hijos como peón y pidieron anticipos sobre la paga. Pidieron prestado el resto a un cuñado, y así juntaron la mitad del dinero de la compra. Después de eso, Pahom escogió una parcela de veinte hectáreas, donde había bosques, fue a ver a la dama e hizo la compra.

Así que ahora Pahom tenía su propia tierra. Pidió semilla prestada, y la sembró, y obtuvo una buena cosecha. Al cabo de un año había logrado saldar sus deudas con la dama y su cuñado. Así se convirtió en terrateniente, y talaba sus propios árboles, y alimentaba su ganado en sus propios pastos. Cuando salía a arar los campos, o a mirar sus mieses o sus prados, el corazón se le llenaba de alegría. La hierba que crecía allí y las flores que florecían allí le parecían diferentes de las de otras partes. Antes, cuando cruzaba esa tierra, le parecía igual a cualquier otra, pero ahora le parecía muy distinta.
Un día Pahom estaba sentado en su casa cuando un viajero se detuvo ante su casa. Pahom le preguntó de dónde venía, y el forastero respondió que venía de allende el Volga, donde había estado trabajando. Una palabra llevó a la otra, y el hombre comentó que había muchas tierras en venta por allá, y que muchos estaban viajando para comprarlas. Las tierras eran tan fértiles, aseguró, que el centeno era alto como un caballo, y tan tupido que cinco cortes de guadaña formaban una avilla. Comentó que un campesino había trabajado sólo con sus manos, y ahora tenía seis caballos y dos vacas.

El corazón de Pahom se colmó de anhelo.
"¿Por qué he de sufrir en este agujero -pensó- si se vive tan bien en otras partes? Venderé mi tierra y mi finca, y con el dinero comenzaré allá de nuevo y tendré todo nuevo".

Pahom vendió su tierra, su casa y su ganado, con buenas ganancias, y se mudó con su familia a su nueva propiedad. Todo lo que había dicho el campesino era cierto, y Pahom estaba en mucha mejor posición que antes. Compró muchas tierras arables y pasturas, y pudo tener las cabezas de ganado que deseaba.


domingo, 7 de diciembre de 2014

EL SECRETO, LA CONFIDENCIA Y LA PSICOTERAPIA – Parte 4

Es importante señalar que no basta la simple declaración de algunas experiencias guardadas como secretos para resolver el conflicto interior creado a partir de las mismas, sino que es necesario que el paciente desarrolle conciencia sobre la experiencia reprimida, de manera que se logre una representación real, adecuada en la mente del sujeto, logrando así un nuevo equilibrio más real, flexible y saludable.

 El vivenciar una experiencia reprimida o negada implica no sólo el recordar la manera como se desarrolló la misma sino también re experimentar las emociones, sentimientos, etc. Percibiendo la respuesta que  dicha experiencia desencadenó dentro de la mente del sujeto, es decir, darse cuenta de cómo lo ocurrido estaba en conflicto con los valores o creencias de entonces obligándose a reprimir la experiencia.

 Una vez que el paciente es capaz de darse cuenta del contenido de cierto  núcleo de conflicto, este se ve desenmascarado, se hace consciente lo que era inconsciente, el sujeto se libera de la culpa y otros sentimientos negativos ligados al evento, se libera la energía psíquica contenida, facilitando el continuar con el desarrollo personal, avanzando en el proceso de cura.

 Durante el proceso de psicoterapia pueden movilizarse los ejes de equilibrio de la personalidad, por lo que el proceso no debe ser conducido “empíricamente” pues pueden surgir “trampas” y dificultades  que sólo una buena formación profesional y entrenamiento preparan para hacerles frente. Y si bien la psicoterapia no es patrimonio exclusivo de ninguna disciplina o ciencia, en todos los casos existen cursos formativos para psicoterapeutas que posibilitan un trabajo serio y eficaz.
 Este proceso de re descubrimiento interior puede ser incómodo y hasta doloroso en algunos momentos. Por lo general se pueden apreciar algunos resultados en poco tiempo, pero consolidar cambios no es algo que se pueda lograr a corto plazo por lo que es necesario que el paciente tenga el valor y constancia necesarios para seguir el tratamiento hasta el final.

Ricardo Carmen Manrique
Psicoterapeuta
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EL SECRETO, LA CONFIDENCIA Y LA PSICOTERAPIA – Parte 3


Entonces, es necesario ser prudentes al elegir a nuestros confidentes para que este tipo de relación enriquezca nuestra vida y favorezca nuestro crecimiento. Igualmente es necesaria tener la seguridad de la aceptación de quien escucha la confesión, así como que los terapeutas, confidentes o confesores se hallen libres de tendencias a culpar, descalificar o rechazar a la persona que acude.   
Es de la mayor importancia que quien recibe una confidencia tenga un genuino interés por el bienestar de quien se confiesa, así como una adecuada perspectiva de las  consecuencias que podría tener su respuesta o consejo. 

La Psicoterapia


Todo lo mencionado anteriormente se encuentra íntimamente relacionado con la psicoterapia, pues esta se ocupa de aquellas experiencias que se han convertido en fuente de tensión al interior de estructura mental, produciendo desgaste de energías psíquicas, ocultando la real fuente del dolor interior, mermando la productividad de la persona y su capacidad de gozar de la vida. Convirtiéndose por ello en motivo de psicoterapia.
 En la psicoterapia quien acude a consulta busca resolver el origen de sus problemas y dar a su vida un nuevo sentido, pero esta vez libre de conflictos interiores.
 Durante el proceso el paciente hace un “acto de fe” en la humanidad (mas que nada, en la suya propia) deposita su confianza en el psicoterapeuta y lo convierte en su confidente, amparado en el secreto profesional el consultante vuelve al psicoterapeuta en el depositario de su historia personal, incluso de aquellos secretos que intuye puedan estar vinculados al origen de sus problemas o que aparezcan espontáneamente durante la consulta; dentro de este contexto el terapeuta conduce la relación hacia la exploración y re elaboración de las experiencias no digeridas.
 Es requisito indispensable la existencia de una alianza entre el paciente y el terapeuta, pues de otra forma no sería posible abordar los temas vinculados a los “núcleos de conflictos”. Si el consultante no deposita su confianza y se compromete a facilitar activamente la revisión del material que se va a trabajar se perderá valioso tiempo en juegos neuróticos y diversas formas de resistencia a la terapia.  Muchas veces, a pesar de acudir regularmente a consulta, el paciente inconscientemente trata de sabotear el accionar del terapeuta, aunque parezca contradictorio, algunos pacientes se resisten a dejar el “equilibrio” existente aunque sea inadecuado y frustrante, pero conocido y  “confiable” hasta el momento.
 El primer lazo de confianza permite al terapeuta acompañar al paciente en su revisión interior, facilitándole darse cuenta del matiz y valor atribuido a las distintas experiencias así como en la revalorización de aquellas que a la luz de la madurez y sistema de valores actuales resulten inadecuadas en la apreciación guardada en la memoria.

 De la evolución de la relación entre terapeuta y paciente surge un afecto y confianza propios de la relación terapéutica, los mismos que permiten engarzar la libido o energía psíquica fijada en la situación traumática, de manera que  se  facilite la re elaboración y superación de la misma continuando así con el desarrollo detenido.

sábado, 6 de diciembre de 2014

EL SECRETO, LA CONFIDENCIA Y LA PSICOTERAPIA – Parte 2





 El secreto por lo general está mas vinculado a personalidades con una estructura de valores muy rígido y punitivo, en donde la idea de “falta” o “pecado” está presente y amenazante. Por ello cuando alguna experiencia no es aceptada por  dicho sistema de valores o creencias, la experiencia es guardada como un secreto, si no es reprimida y confinada a los límites de lo  inconsciente. Este tipo de personalidad en su adaptarse a los cambios que exige la vida se flexibiliza a un costo muy grande (acompañado de sufrimiento) permitiendo que algunas de las experiencias reprimidas pasen a la conciencia y el sujeto las reconozca como suyas, pero las mantiene como secretos pues las considera como “travesuras” que prefiere mantener en reserva.

 Entonces tenemos que existe una amplísima variedad de secretos, algunos sirven para formar lazos o alianzas entre personas que los comparten, existe los circunstanciales, aquellos que tienen fecha de inicio y fin establecida, cuyo contenido no es “de vida o muerte”; así como también están los otros, cuyo contenido resulta muy incómodo o doloroso. Pudiendo ser entonces algo normal y cotidiano, así como también motivo de una psicoterapia.
  

La confidencia o confesión

  
La confesión o confidencia viene a ser una reconciliación, con uno mismo y con el mundo, a través del receptor de la revelación.  Implica aceptar a otra persona como digna de compartir el secreto y aceptarse a sí mismo como preparado para ser aceptado en nuestra real dimensión.
 La declaración de lo oculto en estos casos se da como parte de la liberación del impulso contenido que busca abrirse paso, tentando la aceptación o acogimiento de otra persona.
 La confidencia implica también en parte la restauración de la confianza en la condición humana, en la capacidad de perdonar y ser perdonado, en aceptar a otro ser humano tal como es y ser igualmente aceptado.
  El desahogo es menos común en la mayoría de las personas y de las situaciones. Por lo general se da como respuesta a una crisis que ha hecho posible el desembalse de la emoción y de los sentimientos contenidos que  acompañaban al secreto. Entonces con la confesión viene el alivio que produce el verse libre del conflicto entre los elementos represivos como la culpa, la vergüenza, el miedo, etc. y aquellos que impulsos que igualmente se hallan en el sujeto y pugnan por la reivindicación de los eventos reprimidos o guardados en secreto.
 La confesión viene a ser una suerte de rendición ante alguien reconocido como poseedor de cualidades extraordinarias o de la capacidad de librar a la persona del malestar que le produce el secreto.  Siendo elegidos por lo general para estos fines un sacerdote o un “amigo (a) íntimo”, quienes estarían en buena disposición para tan delicada labor. Sin embargo muchas personas se equivocan al escoger a los depositarios de sus confidencias y lo hacen en gente inmadura, que no posee un genuino interés por el bienestar de quien realiza  la confidencia o no posee una actitud saludable frente a la vida.

viernes, 5 de diciembre de 2014

EL SECRETO, LA CONFIDENCIA Y LA PSICOTERAPIA – Parte 1


Existe una íntima relación entre lo que conocemos como el secreto, la confesión y la psicoterapia pues en cierta forma vienen a representar diferentes momentos de un proceso que de concluir debe significar el final del sufrimiento. Me parece conveniente el reflexionar con mas detalle sobre este proceso pues en muchos casos ese viaje a la libertad se ve interrumpido por diversos motivos y tienen como factor común un crecimiento que se ha detenido.

 El Secreto

El secreto es común a todas las personas. Todos, sin excepción tienen una parte de sí que no llegan a comunicar a los demás,  existen experiencias, pensamientos, deseos que preferimos reservarnos, manteniendo su conocimiento restringido a unos pocos.  Está el secreto que rodea a una fiesta sorpresa de cumpleaños, están las cuitas de amor que se confían al amigo; incluso, hay una parte de sí mismo que no se llega a dar  a conocer por que hay una parte en nosotros mismos que no la acepta, que está convencida de que aquella característica es indigna y considera  inaceptable que nosotros la tengamos. Así, hay algunos secretos asociados a sentimientos vergonzosos o de rechazo tan fuertes que producen una negación de la experiencia.
 Con algunos secretos resulta ser que una parte de la experiencia o casi toda ella no alcanza a tener una representación dentro de nuestra estructura mental y así permanece en el inconsciente. En estos casos la experiencia posee una carga emocional, incluso un efecto dentro de nuestra vida sentimental, sin embargo como una parte importante de la experiencia es negada a la conciencia y a nuestro mundo de relaciones, queda sin ser procesada, sin digerir, generando tensión, disconformidad, incluso sufrimiento.
 Si la persona mantiene sectores importantes de su vida dentro de esa estricta reserva que excluye la aceptación de ciertas experiencias como propias, al cabo de un tiempo su estructura mental viene a ser como un mapa incompleto.  A pesar de que este “mapa” es de gran importancia para la vida pues debe representar interiormente el mundo y experiencias que ha vivido la persona.
 Esta representación del universo le sirve a la persona como guía y referencia; en ese sentido le facilita o entorpece el vivir. De acuerdo a la historia personal y formación que haya recibido, cada persona poseerá una estructura mental que representa al mundo, lo sustenta, justifica y convierte en algo viable.  Esta estructura puede ser amplia y flexible,  facilitando el ajustarse a una amplia gama de experiencias futuras o por el contrario puede ser estrecha y rígida, poniendo en dificultades para ajustarse a situaciones que no estén representadas adecuadamente en dicha estructura mental.

 De esta manera hay tan diversas estructuras o “formas de pensar” como personas existen; siendo las mismas aprendidas o “heredadas” de la familia.  Siendo cada arquitectura mental familiar la forma “natural” y “saludable” de ser.  Sin embargo toda estructura mental puede ser mejorada, optimizada o reformulada. De hecho, muchas se beneficiarían grandemente con un re diseño.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Acto creativo



Por el huevo roto en el suelo
Por el 5 de julio
Por el pez en la pecera
Por el viejo de la habitación nº 9
Por el gato sobre el muro

Por ti mismo

No por la fama
Ni por el dinero

Tienes que seguir luchando

Cuanto te haces viejo
Disminuye el atractivo

Es más fácil cuando se es joven

Cualquiera puede alcanzar
Las alturas alguna que otra vez

La clave consiste en
Resistir

Cualquier cosa que sirva
Para que

Esta vida siga bailando
Frente a
Doña Muerte.

de Charles Bukowski


sábado, 15 de noviembre de 2014

Odiseo (Ulises) - Parte 2


Después de haber escapado de las sirenas, que con sus cantos atraían a los marinos y los hacían naufragar, y después de haberse salvado de los monstruos marinos Escila y Caribdis, Odiseo llegó a la isla de Trinacria , donde sus compañeros atacaron a los animales sagrados, dedicados al dios del sol, Helios. El dios supremo, Zeus, los castigó destruyendo con sus rayos los navíos y pereciendo así todos sus tripulantes, a excepción de Odiseo, quien se salva aferrándose al palo mayor y a la quilla; y al cabo de nueve días arriba a la isla de Ogigia, morada de la ninfa Calipso, hija de Atlas. Ésta lo retuvo siete años a su lado y le dio un hijo, pero la nostalgia que Odiseo sentía por su hogar y por su esposa Penélope, lo inmunizan en las astucias de Calipso.

En una balsa construída por el mismo, escapa Odiseo y, tras dieciocho días de navegación, llega a la visea de Corcira, la isla de los feacios, pero Poseidón, al reconocerlo, deshace su balsa en pedazos. No obstante, con la ayuda de del velo de Ino gana la costa, donde se encuentra con Nausica, la hija del rey, que lo conduce a la cuidad y lo presenta ante sus padres, Alcinoo y Arete. Aquí es objeto del trata más amable y hospitalario y, cargado de presentes, los reacios, a bordo de uno de sus maravillosos navíos, lo conducen a su país, al cual arriba en momentos en que se halla entregado al sueño, después de veinte años de ausencia.
Odiseo llega a su casa precisamente a tiempo para evitar el desastre que amenazaba a su hogar. Más de un centenar de jóvenes de la nobleza de Ítaca y de las islas vecinas se habían presentado como pretendientes a la mano de la hermosa Penélope; habían perseguido a Telémaco, hijo de Odiseo, que ahora ya era un hombre, y derrochaban los bienes del ausente soberano.

Penélope, para entretener a los pretendientes, había fijado un plazo para decidirse por alguno de ellos. El mismo finalizaría cuando acabase de tejer una prenda de abrigo para su suegro, que destejía durante las noches.

Al cabo de este tejer y destejer, una de sus sirvientas reveló el secreto a los pretendientes, Penélope no tuvo más remedio que terminar la labor. Prometió entonces que elegiría a aquel que triunfara en un concurso de tiro de arco, empleando para ello la ballesta de Odiseo, con la esperanza de que ninguno de sus pretendientes fuera capaz de manejar el arma.

Disfrazado por la diosa Minerva de mendigo, el día anterior al concurso llega Odiseo a la isla. Acude en seguida a la cabaña del pastor Eumeo, quien lo recibe hospitalariamente, aunque sin reconocerlo. La misma diosa hace que Telémaco, el hijo de Odiseo, se reúna con su padre en el mismo sitio y ambos planean la venganza contra los pretendientes.

En un disfraz de mendigo se presenta Odiseo en su casa, donde con gran dominio de si mismo contiene su ira ante la arrogancia de los pretendientes, quienes lo trataban con el mayor desprecio.
Al siguiente día se realiza la prueba de tiro. Consiste la misma en disparar, a través de los mangos de doce hachas, con el arco de Odiseo. Ninguno de los pretendientes es capaz de doblar el arco y Odiseo ante el asombro de todos, realiza la proeza. Ayudado por Telémaco, Eufemo y otro pastor y la alentadora presencia de Minerva, atraviesa con sus flechas a los asombrados pretendientes.

Logrado su triunfo y dueño ya de su casa, Odiseo se da a conocer a Penélope, y visita a su anciano padre.



viernes, 14 de noviembre de 2014

Odiseo (Ulises) - Parte 1


Odiseo, rey de Ítaca, cuyo nombre griego es Odiseo, es hijo de Leartes y Anticlea.
La intervención de éste héroe en la Guerra de Troya fue decisiva ya que fue suya la idea del Caballo de Troya. Sus aventuras durante el viaje de regreso y su arribo al país natal forman La Odisea, la segunda de las dos obras inmortales de Homero.

Inmediatamente después de la partida de Troya, Odiseo llega al istmo de Tracia, la ciudad de los Cicones, y aunque consigue saquearlos, pierde a setenta y dos de sus compañeros en un sorpresivo ataque.
Desviados por el viento llegaron a la tierra de los lotófagos, quienes se alimentaban de la flor de loto, la cual provocaba la pérdida de memoria. Éstos les ofrecieron loto, tras lo cual los navegantes olvidaron su patria. Finalmente, Odiseo consiguió que los marineros volviesen a sus embarcaciones, para seguir rumbo a Ítaca.

Llegan en primer término al país de los Cíclopes donde el monstruo Polifemo encierra a Odiseo con doce de sus compañeros en una caverna. Cuando ya había devorado a seis griegos, Odiseo logra emborrachar al monstruo y le quita su único ojo, con lo que logra escapar con el resto de sus compañeros.

A partir de entonces Odiseo es perseguido por la ira de Poseidón, dios del mar y padre de Polifemo, quien lo persigue con terribles tempestades durante su viaje, manteniéndolo siempre alejado de su país.
En la isla de Eolo, el guardián de los vientos, halla una amable hospitalidad y al partir el dios le entrega una bolsa de cuero en la que se hallaban encerrados todos los vientos, con excepción del benéfico Oeste, para que los lleve en nueve días a la costa de Ítaca.

Mientras Odiseo descansa, sus compañeros abren la bolsa creyendo que contenía un tesoro y los vientos escapan. Arrastrados por la corriente, llegan de nuevo a la isla de Eolo, quien los echa indignado por considerarlos enemigos de los dioses.
Al llegar a Telepilo, la cuidad de Lamo, el rey de Anfitrite, sus lestrigones, caníbales de descomunal estatura, destrozan once de sus naves, salvándose la duodécima gracias a la astucia de Odiseo.


WILLIE WALKER - South Carolina Rag. (Ragtime Blues Guitar)





" South Carolina Rag " (Take 1), 6 December 1930 (Atlanta). played by Willie Walker.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

No voy a mentirte

"ASIDERO EN LA OSCURIDAD"


borracho
escuchando las
mismas sinfonías
que me dieron
la voluntad de seguir adelante
cuando tenía 22.

40 años después
ni ellas ni yo tenemos la misma magia
precisamente.

deberías haberme
visto entonces
tan
esbelto
sin
barriga
era
todo nervio
demacrado:
violento, fuerte,
loco.

si me decías
una palabra
fuera de lugar
te partía el alma
allí mismo.

no quería que me
molestara
nada ni
nadie.

parecía estar
siempre de camino a alguna
celda
tras haber sido trincado por
hacer algo
en la avenida o
sus inmediaciones.

ahora estoy aquí sentado
borracho.
soy
una serie de
pequeñas victorias
y grandes derrotas
y estoy tan
asombrado
como cualquier otro
de
haber llegado
desde allí hasta
aquí
sin cometer ningún asesinato
ni haber sido
asesinado;
sin
haber dado con mi huesos en el manicomio.

mientras esta noche
me bebo a solas otra vez
el alma a pesar de todo el sufrimiento
pretérito*
gracias a todos los dioses
que no estuvieron
de mi parte entonces.

Charles Bukowski.


martes, 11 de noviembre de 2014

viernes, 7 de noviembre de 2014

Si si



Cuando Dios creó el amor no ayudó mucho
cuando Dios creó a los perros no ayudó a los perros
cuando Dios creó las plantas no fue muy original
cuando Dios creó el odio tuvimos algo útil
cuando Dios me creó a mi, bueno, me creó a mí
cuando Dios creó al mono estaba dormido
cuando creó a la jirafa estaba borracho
cuando creó las drogas estaba drogado
y cuando creó el suicidio estaba deprimido
cuando te creó a ti durmiendo en la cama
sabia lo que hacia
estaba borracho y drogado
y creó las montañas y el mar y el fuego al mismo tiempo
cometió algunos errores
pero cuando te creó a ti durmiendo en la cama
se derramó sobre su Bendito Universo

Charles Bukowski

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Louise Johnson - All Night Long Blues (1930)





Louise Johnson - All Night Long Blues 
Son House, Willie Brown and Charley Patton singing in the background.

"A SOLAS CON TODO EL MUNDO"


La carne cubre el hueso
y dentro le ponen
un cerebro y
a veces un alma,
y las mujeres arrojan
jarrones contra las paredes
y los hombres beben
demasiado
y nadie encuentra al
otro
pero siguen
buscando
de cama
en cama.
La carne cubre
el hueso y la
carne busca
algo más que
carne.
No hay ninguna
posibilidad:
estamos todos atrapados
por un destino
singular.
Nadie encuentra jamás
al otro.
Los tugurios se llenan
los vertederos se llenan
los manicomios se llenan
los hospitales se llenan
las tumbas se llenan
nada más
se llena.


de Charles Bukowski

lunes, 3 de noviembre de 2014

Caídas - Parte 2


En un momento lo perdí de vista hasta que al rato me gritó desde la isla. Yo no quería seguirle el juego. Tampoco estaba seguro de animarme a atravesar el río. Le contesté que se dejara de joder, que volviera, y me senté a esperarlo. Calculé que no iba a tardar porque no podía estar mucho tiempo sin fumar. Pero también esa vez me equivoqué. Me pidió que escondiera su ropa y que me fuera a casa porque tenía ganas de dar un paseo por la isla. A dos pasos había un muelle con botes pero ninguno de los dos quería ridiculizarse. Llamé al barquero y le di la poca plata que tenía para que le alcanzara el paquete de cigarrillos e intentara traerlo de vuelta. Pero no volvió. Se quedó pitando en silencio en la otra orilla hasta que me cansé de su juego y me fui a dormir.

Creo que fue ese episodio el que lo alejó por un tiempo de mí y del taller de tornería. La tarde en que lo encontré tirado en la calle temí que se muriera con la impresión de que yo lo había abandonado. La ambulancia tardó siglos en llegar y lo llevó a un hospital donde me dijeron que tenía el cráneo roto. Mi madre se quedaba a su lado durante la mañana y a la tarde iba yo. Cuando pudo mover los labios me dijo que se había gastado el aguinaldo completo en la primera cuota del torno y no se animaba a decírselo a mi madre.
Era otro de sus juguetes tardíos pero todavía no estaba seguro de poder disfrutarlo. "¿Me voy a morir?", me preguntó cuando se dio cuenta de que tenía una bolsa de hielo sobre la cabeza. Le dije que no, aunque no era seguro, y le pregunté dónde estaba su famoso torno. "Llega de Buenos Aires en el tren de la semana que viene; es una hermosura, no te imaginas", me contestó muy serio. Una enfermera había puesto las cosas que llevaba sobre la mesa de luz. El pañuelo, el encendedor, la billetera vacía, unas monedas y el folleto del torno que era italiano y parecía una nave espacial. "¿Te duele?", dije y me senté cerca de la ventana a mirar a las chicas que atravesaban el jardín. "Sí, desde hace mucho", murmuró. "¿Qué me pasó ahora?" Le conté que lo había agarrado un auto y se había golpeado la cabeza contra el pavimento. Pareció sorprenderse, como si le dijera que se había caído de la calesita: "Y a tu madre, ¿qué le vamos a decir?". Se refería al aguinaldo y a todo lo que otra vez no podríamos comprar. Cerró los ojos y se durmió. O tal vez en su confusión de huesos rotos y sesos desbaratados pensaba en lo buena que hubiera sido su vida sin mi madre y sin mí. Me incliné para decirle al oído que no siempre se puede ganar, que a veces hay que saber quedarse de este lado de la orilla. Hizo una mueca de disgusto y entornó los párpados: "Eso es de cobardes; los ríos están para que uno los cruce". Como siempre, del infortunio sacaba alguna lección que lo disculpaba ante los demás.

Después de hablar con el médico tuve miedo de que aquella fuera su última metáfora. A mi madre le dije que la plata del aguinaldo se la habían robado en la calle mientras estaba caído y que de todos modos para nosotros no habría fiestas ese fin de año. Antes de Navidad lo trasladaron a casa, flaco y vendado como un faquir. Ocultaba el folleto del torno abajo de la almohada. No sé si mi madre se creyó el cuento del aguinaldo robado, pero en Nochebuena no tuvimos festejos ni palabras bonitas. Mi padre pasaba las horas inmóvil, con la mirada puesta en el techo. Un día me hizo una seña para que me inclinara a escucharlo: "Véndelo", susurró, "cuando llegue véndelo por lo que te den". Me pareció que contenía un lagrimón y le dije que no, que ahora estaba en medio de la corriente y tenía que nadar. Después de todo, eso era lo que había querido enseñarme. Hizo un gesto de alivio, me pasó un brazo alrededor del cuello, y dijo: "Está bien, pero no te olvides de mandarme un bote con los cigarrillos".

Osvaldo Soriano 
Cuentos de los años felices (1993)




domingo, 2 de noviembre de 2014

Caídas - Parte 1


Mi padre tuvo tantas caídas que al final no recordaba la primera. Lo vi despeñarse con una motoneta camino de Plaza Huincul y años más tarde se dio vuelta con el Gordini, cerca de Cañuelas. Mi madre me contó que una vez, cuando yo era muy chico, se cayó sin mayores daños de un poste de teléfonos y como era bastante distraído solía tropezarse con los juguetes que yo dejaba tirados en el suelo.
Una tarde de diciembre de 1960 alguien vino a avisarme que lo había atropellado un auto. Llegué sin aliento en una bicicleta prestada y lo encontré estirado en la calle. Estaba un poco despeinado, con los ojos abiertos y la cara muy blanca. Sobre el asfalto había un poco de sangre manchada por las huellas de unos zapatos. La gente se apartó para dejarme pasar y un tipo me dijo ya estaba por venir la ambulancia. Alguien que le había puesto un pulóver bajo la nuca me alcanzó los anteojos que se habían roto con la caída.
Nadie hablaba y yo no sabía qué decir. Me arrodillé a su lado y le hablé al oído tratando de que la voz no me saliera muy asustada. Le pregunté si podía escucharme y alguna tontería más, pero no abrió la boca. Entonces fui pedir que me ayudaran a llevarlo al hospital pero me dijeron que no convenía moverlo porque debía estar muy estropeado. El paisano de sombrero negro que lo había atropellado estaba llorando dentro del coche y tampoco me hizo caso. Volví a sentarme en la vereda y le tomé una mano. Estaba fría y blanda como la panza de un pescado. No llevaba más que el anillo de casamiento y el Omega con la correa de cuero. Me pregunté qué haría allí, en la otra punta del pueblo, cruzando la calle como un chico atolondrado. En esos días había cumplido los cincuenta y recién ahora me doy cuenta de que corría contra el tiempo. No había hecho nada que le sirviera a él y la única vez que salió en los diarios fue después del accidente, entre un cuatrero detenido en General Roca y un incendio en la usina de Arroyito.

Con los primeros calores de aquel verano había tomado la decisión de abandonar Obras Sanitarias y montar un taller de tornería. Mi madre se oponía porque no creía en su suerte. Entonces me llamó a su escritorio para que le dijera con toda sinceridad si yo le veía futuro en los negocios. De verdad, visto como lo vi entonces, con el chaleco de lana gastado y el pantalón lustroso, no me animé a apostar por él. Me convidó un cigarrillo, dejó que le explicara un complicado asunto de polleras y ya pasada la medianoche, en voz muy baja, me explicó que estaba cansado de esperar, de correr de un desierto a otro mientras se le iban los años y se le arrugaban los cueros. Dijo no estar arrepentido de nada pero se le leía la culpa en los ojos. ¿Culpa de qué? Nunca lo sabré. Aquella noche intentó darme otro de sus consejos, pero no servía para eso. Palabras más o menos, me dijo: "Por mejor que uno se explique y justifique, nada cambia. Siempre se cometen los mismos errores. Una caída dibuja la próxima y por eso creemos en un Dios, en alguien que haya aprendido a no quemarse dos veces con la misma leche". Cosas así eran las que solía recitarme a la medianoche mientras limpiaba compases y tiralíneas frente al tablero de dibujo.

Le dije que no se calentara, que cualquiera hacía plata si eso era lo único que se proponía y que él estaba para otra cosa. Lo suyo era correr por ahí, andar a la deriva para no llegar a ninguna parte. A él y a mí nos daba lo mismo un lugar u otro siempre que tuviera una estación y algunas leguas por delante.
Ese día salimos a caminar por los andurriales, yo estornudando por el polen y él tosiendo su tabaco. Me hablaba de lo que haría cuando tuviera un taller con seis tornos y no sé cuántas máquinas para fabricar herramientas. De a ratos lo situaba en Córdoba y después lo ponía en Mendoza para abastecer también a los chilenos. Sin darnos cuenta llegamos al río y de pronto se jactó de haber sido muy buen nadador en su juventud, allá en Campana. Señaló la isla bajo el puente y me desafió a ganarle a contracorriente. Cambié de conversación porque el Limay es profundo y temí que se ahogara. Yo tenía menos de veinte años y me parecía imposible que mi padre pudiera ganarme en algo. Insistió y puse como excusa una contractura del fútbol o algo parecido. No me oyó o no quiso oírme y empezó a quitarse la ropa ahí mismo, abajo de la luna, hasta que sólo se quedó con unos ridículos calzoncillos celestes que le llegaban hasta las rodillas. Bravuconeaba, supongo. Tenía todo el pelo blanco pero ahora estaba de nuevo en el Delta junto a sus amigos y con toda la vida por delante. No sé qué pensé mientras lo miraba alejarse tirando brazadas. Creo que me daba pena verlo pelear contra su propia sombra. Me toreaba a mí pero la bronca, como el agua, venía de lejos y nos mojaba a los dos.