jueves, 27 de enero de 2022

 

Odio desde la otra vida


Fernando sentía la incomodidad de la mirada del árabe, que, sentado a sus espaldas a una mesa de esterilla en el otro extremo de la terraza, no apartaba posiblemente la mirada de su nuca. Sin poderse contener se levantó, y, a riesgo de pasar por un demente a los ojos del otro, se detuvo frente a la mesa del marroquí y le dijo:

-Yo no le conozco a usted. ¿Por qué me está mirando?

El árabe se puso de pie y, después de saludarlo ritualmente, le dijo:

-Señor, usted perdonará. Me he especializado en ciencias ocultas y soy un hombre sumamente sensible. Cuando yo estaba mirándole a la espalda, era que estaba viendo sobre su cabeza una gran nube roja. Era el Crimen. Usted en esos momentos estaba pensando en matar a su novia.

Lo que decía el desconocido era cierto. Fernando había estado pensando en matar a su novia. El moro vio cómo el asombro se pintaba en el rostro de Fernando y le dijo:

-Siéntese. Me sentiré muy orgulloso de su compañía durante mucho tiempo.

Fernando se dejó caer melancólicamente en el sillón esterillado. Desde el bar de la terraza se distinguían, casi a sus pies, las murallas almenadas de la vieja dominación portuguesa; más allá de las almenas el espejo azul de agua de la bahía se extendía hasta el horizonte verdoso. Un transatlántico salía hacia Gibraltar por la calle de boyas, mientras que una voz morisca, lenta, acompañándose de un instrumento de cuerda, gañía una melodía sumamente triste y voluptuosa. Fernando sintió que un desaliento tremendo llovía sobre su corazón. A su lado, el caballero árabe, de gran turbante, finísima túnica y modales de señorita, reiteró:

-Estaba precisamente sobre su cabeza. Una nube roja de fatalidad. Luego, semejante a una flor venenosa, surgió la cabeza de su novia. Y yo vi repetidamente que usted pensaba matarla.

Fernando, sin darse cuenta de lo que hacía, movió la cabeza, confirmando lo que el desconocido le decía. El árabe continuó:

-Cuando desapareció la nube roja, vi una sala. Junto a una mesa dorada había dos sillones revestidos de terciopelo verde.

Fernando ahora pensó que no tenía nada de inverosímil que el árabe pudiera darle datos de la habitación que ocupaba Lucía, porque esta miraba al jardín del hotel. Pero asintió con la cabeza. Estaba aturdido. Ya nada le parecía extraordinario ni terrible. El árabe continuó:

-Junto a usted estaba su novia con el tapado bajo el brazo -y acto seguido el misterioso oriental comenzó con un lápiz a dibujar en el mármol de la mesa el rostro de la muchacha.

Fernando miraba aparecer el rostro de la muchacha que tanto quería, sobre el mármol, y aquello le resultaba, en aquel extraño momento, sumamente natural. Quizá estaba viviendo un ensueño. Quizá estaba loco. Quizá el desconocido era un bribón que le había visto con Lucía por la Cashba. Pero lo que este granuja no podía saber era que él pensaba en aquel momento matar a Lucía.

El árabe prosiguió:

-Usted estaba sentado en el sillón de terciopelo verde mientras que ella le decía: «Tenemos que separarnos. Terminar esto. No podemos continuar así». Ella le dijo esto y usted no respondió una palabra. ¿Es o no es cierto que ella le dijo eso?

Fernando asintió, mecanizado, con la cabeza. El árabe sacó del bolsillo una petaca, extrajo un cigarrillo, y dijo:

-Usted y Lucía se odian desde la otra vida.

-...

-Ustedes se vienen odiando a través de una infinita serie de reencarnaciones.

Fernando examinó el cobrizo perfil del hombre del turbante y luego fijó tristemente los ojos en el espejo azul de la bahía.

El transatlántico había doblado el codo de las boyas, su penacho de humo se inmovilizaba en el espacio, y una tristeza tremenda le aplanaba sobre el sillón, mientras que el árabe, con una naturalidad terrorífica, proseguía:

-Y usted quiere morir porque la ama y la odia. Pero el odio es entre ustedes más fuerte que el amor. Hace millares de años que ustedes se odian mortalmente. Y que se buscan para dañarse y desgarrarse. Ustedes aman el dolor que uno le inflige al otro, ustedes aman el odio porque ninguno de ustedes podría odiar más perfectamente a otra persona de la manera que recíprocamente se odian ya.

Todo ello era cierto. El hombre de la chilaba prosiguió:

-¿Quiere usted venir a mi casa? Le mostraré en el pasado el último crimen que medió entre usted y su novia. ¡Ah!, perdón por no haberme presentado. Me llamo Tell Aviv; soy doctor en ciencias ocultas.

Fernando comprendió que no tenía objeto resistirse a nada. Bribón o clarividente, el desconocido había penetrado hasta las raíces de su terrible problema. Golpeó el gong, y un muchachito morisco, descalzo, corrió sobre las esteras hacia la mesa, recibió el duro «assani», presto como un galgo le trajo el vuelto y, de pronto, Fernando se encontró bajo las techadas callejuelas caminando al lado de su misterioso compañero, que, a pesar de gastar una magnífica chilaba, no se recataba de pasar al lado de grasientas tiendas donde hervían pescado día y noche, puestos de té verde, donde en amontonamiento bestial se hacinaban piojosos campesinos descalzos.

Finalmente llegaron a una casa arrinconada en un ángulo del barrio de Yama el Raisuli.

Tell Aviv levantó el pesado aldabón morisco y lo dejó caer; la puerta, claveteada como la de una fortaleza, se entreabrió lentamente y un negro del Nedjel apareció sombrío y semidesnudo. Se inclinó profundamente frente a su amo; la puerta, entonces, se abrió aún más, y Fernando cruzó un patio sombreado de limoneros con grandes tinajones de barro en los ángulos. Tell Aviv abrió una puerta y le invitó a entrar. Se encontraban ahora en un salón con un estrado al fondo cubierto de cojines. En el centro una fontana desgranaba su vara de agua. Fernando levantó la cabeza. El techo de la habitación, como el de los salones de la Alhambra, estaba abombado en bóveda.

Ríos de constelaciones y de estrellas se cuajaban entre las nebulosas, y Tell Aviv, haciéndole sentar en un cojín, exclamó:

-Que la paz de Alá esté en tu corazón. Que la dulzura del Profeta aceite tu generosidad. Que tus entrañas se cubran de miel. Eres un hombre ecuánime y valiente. No has dudado de mi amistad.

Y como si estuvieran perdidos en una tienda del desierto, batió tan rudamente el gong que el negro, sobresaltado, apareció con un puñado de rosas amarillas olvidado entre las manos:

-Rakka, trae la pipa -y dirigiéndose a Fernando, aclaró-: Fumarás ahora la pipa de la buena droga. Ello facilitará tu entrada en el plano astral. Se te hará visible la etapa de tu último encuentro con la que hoy es tu novia. La continuidad de vuestro odio.

Algunos minutos después Fernando sorbía el humo de una droga acre al paladar como una pulpa de tamarindo. Así de ácida y fácil. Su cuerpo se deslizó definitivamente sobre los cojines, mientras que su alma, diligentemente, se deslizaba a través de espesas murallas de tinieblas. A pesar de las tinieblas, él sabía que se encaminaba hacia un paisaje claro y penetrante. Rápidamente se encontró en las orillas de una marisma, cargada de flexibles juncos. Fernando no estaba ni triste ni contento, pero observaba que todas las particularidades vegetales del paisaje tenían un relieve violento, una luminosidad expresiva, como si un árbol allí fuera dos veces más profundamente árbol que en la tierra.

Más allá de la marisma se extendía el mar. Un velero, con sus grandes lienzos rojos extendidos al viento se alejaba insensiblemente. De pronto Fernando se detuvo sorprendido. Ahora estaba vestido al modo oriental, con un holgado albornoz de verticales rayas negras y amarillas. Se llevó la mano al cinto y allí tropezó con un pistolón de chispa.

Un pesado yatagán colgaba de su cinturón de cuero. Más allá la arena del desierto se extendía fresca hasta el ribazo de árboles de un bosque. Fernando se echó a caminar melancólicamente y pronto se encontró bajo la cúpula de los árboles de corteza lisa y dura y de otros que, por un juego de luz, parecían cubiertos por escamas de cobre oxidado. Como Tell Aviv le había dicho, la paz estaba en él. No lejos se escuchaba el murmullo de un río. Continuó por el sendero, y una hora después, quizá menos, se encontró en la margen del río. El lecho estaba sembrado de peñascos y las aguas se quebraban en sus filos de flechas de cristal. Lo notable fue que al volver la cabeza, vio un hermoso caballo ensillado, con una hermosa silla de cuero labrado. Fernando, sorprendido, buscó con la mirada en redor. No se veía al dueño del caballo por ninguna parte. El caballo inmóvil, de pie junto al río, miraba melancólicamente pasar las aguas. Fernando se acercó. Un sobresalto de terror dejó rígido su cuerpo y rápidamente llevó la mano al alfanje. No lejos del caballo, sobre la arena, completamente dormida se veía una boa constrictor. El vientre de la boa, cubierto de escamas negras y amarillas aparecía repugnantemente deformado en una gran extensión. Por la boca de la boa salían los dos pies de un hombre. No había dudas ahora. El hombre que montaba el caballo, al llegar al río, desmontó posiblemente para beber, y cuando estaba inclinado de cara sobre el agua, probablemente la boa se dejó caer de la rama de un árbol sobre él, lo trituró entre sus anillos y después se lo tragó ¡Vaya a saber cuántas horas hacía que el caballo esperaba que su amo saliera del interior del vientre de la boa!

Fernando examinó el filo de su yatagán -era reciente y tajante-, se aproximó a la boa, inmóvil en el amodorramiento de su digestión, y levantó el alfanje. El golpe fue tremendo. Cercenó no sólo la cabeza del reptil, sino los dos pies del muerto. La boa decapitada se retorció violentamente.

Entonces Fernando, considerando el atalaje del caballo, pensó que el hombre que había sido devorado por la boa debía ser un creyente de calidad, cuya tumba no debía ser el vientre de un monstruo. Se acercó a la boa y le abrió el vientre. En su interior estaba el hombre muerto. Envuelto en un rico albornoz ensangrentado, con puñal de empuñadura de oro al cinto. Un bulto se marcaba sobre su cintura. Fernando rebuscó allí: era una talega de seda. La abrió, y por la palma de su mano rodó una cascada de diamantes de diversos quilates. Fernando se alegró. Luego, ayudándose de su alfanje, trabajó durante algunas horas hasta que consiguió abrir una tumba, en la cual sepultó al infortunado desconocido.

Luego se dirigió a la ciudad, cuyas murallas se distinguían allí a lo lejos en el fondo de una curva que trazaba el río hacia las colinas del horizonte.

Su día había sido satisfactorio. No todos los hijos del Islam se encontraban con un caballo en la orilla de un río, un hombre dentro del vientre de una boa y una fortuna en piedras preciosas dentro de la escarcela del hombre. Alá y el Profeta evidentemente le protegían.

No estaban ya muy distantes, no, las murallas de la ciudad. Se distinguían sus macizas torres y los centinelas con las pesadas lanzas paseándose detrás de los merlones.

De pronto, por una de las puertas principales salió una cabalgata. Al frente de ella iba un hombre de venerable barba. El grupo cabalgaba en dirección de Fernando. Cuando el anciano se cruzó con Fernando, este lo saludó llevándose reverentemente la mano a la frente. Como el anciano no le conocía, sujetó su potro, y entonces pudo observar la cabalgadura de Fernando, porque exclamó:

-Hermanos, hermanos, mirad el caballo de mi hijo.

Los hombres que acompañaban al anciano rodearon amenazadores a Fernando, y el anciano prosiguió:

-Ved, ved, su montura. Ved su nombre inscrito allí.

Recién Fernando se dio cuenta de que efectivamente, en el ángulo de la montura estaba escrito en caracteres cúficos el posible nombre del muerto.

-Hijo de un perro, ¿de dónde has sacado tú ese caballo?

Fernando no atinaba a pronunciar palabra. Las evidencias lo acusaban. De pronto el anciano, que le revisaba y acababa de despojarle de su puñal y alfanje ensangrentado, exclamó:

-Hermanos..., hermanos..., ved la bolsa de diamantes que mi hijo llevaba a traficar...

Inútil fue que Fernando intentara explicarse. Los hombres cayeron con tal furor sobre él, y le golpearon tan reciamente, que en pocos minutos perdió el sentido. Cuando despertó estaba en el fondo de una mazmorra oscura, adolorido.

Transcurrieron así algunas horas; de pronto la puerta crujió, dos esclavos negros le tomaron de los brazos y le amarraron con cadenitas de bronce las manos y los pies. Luego a latigazos le obligaron a subir los escalones de piedra de la mazmorra, a latigazos cruzó los negros corredores y después entró a un sendero enarenado. Su espalda y sus miembros estaban ensangrentados. Ahora yacía junto al cantero de un selvático jardín. Las palmas y los cedros recortaban el cielo celeste con sus abanicos y sus cúpulas; resonó un gong y dejaron de azotarle. El anciano que le había encontrado en las afueras de la ciudad apareció bajo la herradura de una puerta en compañía de una joven. Ella tenía descubierto el rostro. Fernando exclamó:

-Lucía, Lucía, soy inocente.

Era el rostro de Lucía, su novia. Pero en el sueño él se había olvidado de que estaba viviendo en otro siglo.

El anciano lo señaló a la joven, que era el doble de Lucía, y dijo:

-Hija mía: este hombre asesinó a tu hermano. Te lo entrego para que tomes cumplida venganza de él.

-Soy inocente -exclamó Fernando-. Le encontré en el vientre de una boa. Con los pies fuera de la boa. Lo sepulté piadosamente -y Fernando, a pesar de sus amarraduras, se arrodilló frente a «Lucía». Luego, con palabras febriles, le explicó aquel juego de la fatalidad. «Lucía», rodeada de sus eunucos le observaba con una impaciente mirada de mujer fría y cruel, verdoso el tormentoso fondo de los ojos. Fernando, de rodillas frente a ella, en el jardín morisco, comprendía que aquella mirada hostil y feroz era la muralla donde se quebraban siempre y siempre sus palabras. «Lucía» lo dejó hablar, y luego, mirando a un eunuco, dijo:

-Afcha, échalo a los perros.

El esclavo como hasta el fondo del jardín, luego regresó con una traílla de siete mastines de ojos ensangrentados y humosas fauces. Fernando quiso incorporarse, escapar, gritar otra vez su inocencia. De pronto sintió en el hombro la quemadura de una dentellada, un hocico húmedo rozó su mejilla, otros dientes se clavaron en sus piernas y...


El negro de Nedjel le había alcanzado una taza de té, y sentado frente a él Tell Aviv, dijo:

-¿No me reconoces? Yo soy el criado que en la otra vida llamé a los perros para hacerte despedazar.

Fernando se pasó la mano por los ojos. Luego murmuró:

-Todo esto es extraño e increíblemente verídico.

Tell Aviv continuó:

-Si tú quieres puedes matarla a Lucía. Entre ella y yo también hay una cuenta desde la otra vida.

-No. Volveríamos a crear una cuenta para la próxima otra vida.

Tell Aviv insistió:

-No te costará nada. Lo haré en obsequio a tu carácter generoso.

Fernando volvió a rehusar, y, sin saber por qué, le dijo:

-Eres más saludable que el limón y más sabroso que la miel; pero no asesines a Lucía. Y ahora, que la paz de Alá esté en ti para siempre.

Y levantándose salió.

Salió, pero una tranquilidad nueva estaba en el fondo de su corazón. Él no sabía si Tell Aviv era un granuja o un doctor en magia, pero lo único que él sabía era que debía apartarse para siempre de Lucía. Y aquella misma noche se metió en un tren que salía para Fez, de allí regresó para Casablanca y de Casablanca un día salió hacia Buenos Aires. Aquí le encontré yo, y aquí me contó su historia, epilogada con estas palabras:

-Si no me hubiera ido tan lejos, creo que hubiera muerto a Lucía. Aquello de hacerme despedazar por los perros no tuvo nombre...

 

Roberto Arlt

https://www.cervantesvirtual.com/portales/roberto_arlt/obra-visor/odio-desde-la-otra-vida/html/97493440-d0ec-4f35-8979-b510c900a311_2.html#I_0_

 


sábado, 1 de enero de 2022

Django Reinhardt. Un gitano en París - Parte 3

 


Jean Cocteau dijo de él: “ Esa guitarra que se ríe y llora, guitarra con voz humana ..." ¿tuvo una relación continuada con los círculos intelectuales parisinos ?

Debido a que en sus comienzos cada vez era más y más solicitado sus relaciones sociales comenzaron a abrirse hacia el mundo Gadjí. Se puede decir que comenzó a frecuentar círculos intelectuales selectos cuando trabajó para el crooner Jean Sablon en Le Rococco. Fue allí donde conoció a Cocteau, Desbordes, Auric y tantos otros. Cocteau estaba intrigado por el misticismo del gitano, varias veces mandó a su chofer a buscarle y le invitaba a compartir su tiempo. Django simplemente mantenía una actitud cordial pero pasiva ante todo esto, debido a que recelaba en sus comienzos por si era visto como una atracción, él un artista gitano, paria de la sociedad y lisiado, o si verdaderamente le respetaban como músico. Cabe pensar que en aquellos días en un París efervescente de artistas no era difícil encontrar por ejemplo a Picasso comprando yeso para los lienzos y a un imberbe Stéphane Grappelli vendiéndoselo.

¿Qué características definen al jazz manouche que interpretaba Django Reinhardt?

A lo largo de estos años cada vez escucho más agrupaciones que bajo la etiqueta jazz manouche intentan rescatar repertorio del folklore balcánico. Esto está muy bien porque es una búsqueda desde la raíz del pulso artístico de la música zíngara. Pero me gustaría comentar que esta dirección no tiene nada que ver con la que decidió tomar Django. En el episodio que relatamos en el libro sobre el encuentro de sus oídos con el jazz, podemos observar como a partir de ese momento se “rebautizó” artísticamente y se dijo a sí mismo “esto es lo que quiero tocar, esta música es la que quiero aprender”. Que en su estilo encontramos elementos del folklore balcánico ¡Por supuesto! Es la música que le corría por las venas y el lenguaje que sabía tocar y cualquier tema por muy de Louis Armstrong que fuese estaba impregnado de ese sentimiento. Pero no hay que olvidar que Django desde el momento mencionado siempre tuvo claro que quería ser un guitarrista de jazz y ser escuchado como tal.

En tu libro cuentas de manera pormenorizada la creación del Quintette du Hot Club de France, ¿cómo surge la colaboración con Stéphane Grappelli.

En el capitulo ocho del libro surgió la idea de que Grappelli relatase completamente, así que le cedimos la palabra y lo cuenta con todos los pormenores. Django se acercó por primera vez a Grappelli en 1931 mientras tocaba en La Croix du Sud. Su aspecto era tan intimidatorio que Grappelli temió por su vida. Django hizo un par de comentarios halagadores respecto a la forma de tocar del violinista y después de la actuación tomaron un bocado juntos. El domingo siguiente se encontraron para acudir al campamento gitano donde improvisaron juntos por primera vez y empezaron a compartir sus primeros momentos en común. No fue hasta 1933 cuando coincidieron los dos en la misma agrupación que actuaba en el Hotel Claridge a las órdenes de Louis Vola. Todo comenzó un buen día en el que Grappelli no se sabe si calentando o afinando comenzó a tocar un estándar de jazz que Django conocía. A partir de entonces en los descansos entre pase y pase comenzaron a improvisar juntos acompañado por otros miembros de la banda y a gestarse la formación del Quintette du Hot Club de France.

 

Después de él nada en la guitarra fue igual. A menudo me pregunto sobre qué le llevo cuando observó su mano arruinada por el fuego a redistribuirse todo el mástil y con ello todo el proceso cognitivo, ya que debía reaprender a tocar el instrumento, en vez de encordar la guitarra para zurdos y dejar su mano izquierda para sostener la púa. La respuesta me la dio él mientras el libro iba tomando forma. Su carácter, su fuerza de voluntad resolutiva de decidir su camino en la vida y su libertad como hombre y como artista para hacerlo.


Django asimiló la corriente Be-bop que llegó de Estados Unidos e incluso llegó a tocar con guitarra eléctrica...

Es cierto, pero también lo es que a Django no le gustaban nada las guitarras americanas. Las llamaba “cacerolas” debido a que su sonoridad era mucho menos generosa que la de su guitarra Selmer fabricada en Francia, absolutamente acústica. Además debido a que en gran parte su sonido dependía de un amplificador no requerían un ataque tan contundente con la púa y enseguida rompía la nota. Para paliar esto probó lo más diversos sistemas de amplificación en su propia guitarra como pastillas atornilladas a la tapa del instrumento. Otro problema era el amplificador que debido a su corta vida nunca pudo llegar a dominar del todo a pesar de confesar que era una enorme ventaja poder ser oído por todos. No obstante en las grabaciones hacia el final de sus días se puede percibir como ha relajado su decisión de ataque a las cuerdas y como su mano izquierda también comenzaba a trabajar a favor del nuevo sonido. No ocurrió lo mismo con el nuevo lenguaje del be-bop. Enseguida lo asimiló y lo quiso hacer suyo, conocía a la música y los músicos americanos representativos del género. Podemos oir en las grabaciones que se sucedieron al volver de América como algo en su lenguaje musical intenta salir a la luz. Esta nueva forma de hacer jazz tiene su eclosión a partir de los años cincuenta tanto en las grabaciones para Eddie Barclay como las de Norman Granz.

Como músico has practicado la técnica de digitación que él desarrolló, ¿qué características principales podrías destacar de la misma?

El sonido tan decisivo de los solos de Django radica en gran parte en que digitaba con los dos dedos de mayor peso especifico de la mano, el índice y el medio. Cuando comienzas a tomar en serio la digitación exacta de Django descubres el asombroso uso de las cuerdas al aire y caes en la cuenta de que muchas veces en sus improvisaciones nada es lo que parece, es increíble cuando verdaderamente percibes que él era consciente de esto. 

Tiene algunos tics a la hora de digitar que harían las delicias de cualquier guitarrista y explicaría el por qué entre otras muchas cosas es considerado un genio, el uso los dedos impedidos para las voces del acorde…la forma de abordar las octavas y sobre todo el uso increíble del pulgar de la mano izquierda en el contexto de los bajos. Pero a su vez es una técnica muy peligrosa para alguien que tiene toda la habilidad en la mano, ya que si mimetizas totalmente el movimiento y posición de los dedos estás obligando a los tendones del anular y meñique a retrotraerse de una forma antinatural, así que recomiendo practicarlo con diligencia y precaución porque puedes hacerte daño de verdad. 
Algo que observo a menudo en la mayor parte de los guitarristas es que a pesar de imitemos hasta el fanatismo su mano izquierda apenas prestamos atención a su mano derecha. Hemos adoptado un ataque más pesado y más anclado, basado en guitarristas de jazz manouche actuales, pero si observamos los escasos documentos visuales de Django observamos que su mano aparece absolutamente relajada y sus toques en la cuerda son tan rápidos y precisos que parecen picotazos. He tenido la inmensa suerte de conocer a gente que le vio tocar y todos coinciden en el enorme sonido que producía, este balance entre el volumen y gracilidad en el toque es otro motivo más para considerarle un genio.

Por último, ¿Qué lugar ocupa Django Reinhardt en la historia del jazz?

Después de él nada en la guitarra fue igual. Músicos como Barney Kessel adoptaron su forma de conducir voces y formar los acordes en bloque. Junto con Wes Montgomery desarrolló hasta límites insospechados los solos basados en notas a la octava. No en vano Joe Pass afirmo: “mucha gente imita a Charlie Christian porque era un genio, nadie imita a Django Reinhardt porque es imposible”. A menudo me pregunto sobre qué le llevo cuando observó su mano arruinada por el fuego a redistribuirse todo el mástil y con ello todo el proceso cognitivo, ya que debía reaprender a tocar el instrumento, en vez de encordar la guitarra para zurdos y dejar su mano izquierda para sostener la púa. 
La respuesta me la dio él mientras el libro iba tomando forma. Su carácter, su fuerza de voluntad resolutiva de decidir su camino en la vida y su libertad como hombre y como artista para hacerlo.

 


http://www.revistalalaguna.com/numeros-anteriores/numero-2/django-reinhardt-un-gitano-en-paris.html

 

Django Reinhardt. Un gitano en París - Parte 2



También viajó a América, sin embargo parece que no resultó una experiencia demasiado gratificante, ¿por qué no triunfó en los Estados Unidos?


Se ha escrito mucho a este respecto y demasiado a menudo se ha utilizado un simple corta y pega de fuente en fuente sin comprobar su credibilidad, lo que ha llevado al error de pensar que el único responsable de que la experiencia americana no fuese todo lo fructífera que cabría esperar fue Django Reinhardt. Es cierto que Django no preparó en absoluto el viaje. Su único equipaje fue un cepillo de dientes y llevó como composiciones y arreglos propios un simple trozo de papel en el que alguien con conocimientos musicales suficientes (quizá Hubert Rostaing, el clarinetista de una de sus formaciones) le había transcrito la melodía del tema Nuages. Además ni siquiera llevó una guitarra pensando que allí los constructores americanos le regalarían una. Hasta el momento esta versión de la guitarra es la oficialmente aceptada y deja a Django con la impresión de ser un tipo con una falta de previsión absoluta, pero parece ser que según fuentes fiables, y hablo del músico norteamericano Les Lieber que vivió este acontecimiento y lo relató con bastante exactitud a pesar de su avanzada edad, antes de desembarcar en América, Django había mantenido conversaciones con el constructor D’Angelico y éste le había asegurado que al llegar a Estados Unidos tendría una guitarra esperándole. ¿Qué sucedió entonces? Pues bien, que Django llegó unos días antes de lo previsto y le aguardaba un comité bien distinto entre ellos el guitarrista Harry Volpe endoser de la marca Gretsch que le recibió con un cálido recibimiento al músico francófono pero no le suministró ningún instrumento. En cuanto al motivo empresarial y artístico de por qué no funcionó bien esta gira es responsable tanto Django como Duke. El primero no estaba en absoluto acostumbrado ni hacía por acostumbrarse a los disciplinados horarios de los músicos de la orquesta, el segundo cometió el error de dejar al gitano para la última parte del espectáculo tocando apenas dos temas y ni siquiera acompañado por la orquesta. Duke no escribió ni un solo arreglo para Django, cuando el director afroamericano era famoso por sus rápidos y precisos arreglos para cualquier músico. Es cierto que Django no podía leer solfeo, pero estoy seguro que entre estos dos colosos si Duke hubiera querido no hubiera hecho falta escribir ni una sola nota sobre papel. 

Esta situación le hizo a Django caer en el desaliento y empezar a descuidar no ya la puntualidad sino incluso la asistencia a los conciertos. Otra de las causas del “fracaso” de la gira fue que se confirmó todo en el último momento y la publicidad ya estaba en la calle por lo que la aparición de Django era un rumor entre los asistentes confirmado siempre a última hora. Entre las hipótesis se encuentra también que Duke esperaba el quinteto al completo…en fin un cúmulo de desaciertos que hicieron un todo.

¿Cómo fue su relación con Duke Ellington?

Junto con Louis Armstrong,  Duke era el artista más admirado por Django. El director de orquesta era un caballero y un auténtico líder de banda. Podía echar a cualquiera del empleo sin perder la sonrisa. Conoció al músico gitano en 1939 en una fiesta en la sede del Hot Club en la que el quinteto de Django tocó. Le caló en el ámbito personal hasta tal punto que en sus memorias guarda un pequeño apartado para su recuerdo nombrándole como el “perfecto habitante de París” y se excusa de la famosa tourné por los motivos de organización antes señalados. Entre ellos se comunicaban por señas la mayor parte del tiempo, compartieron habitación durante la gira y existe una anécdota graciosa que cuenta como Django se escandalizó a descubrir que Duke usaba calzoncillos con motivos florales. En el almuerzo también se sentaban juntos y Django pudo comprobar en persona la manía de Duke de empezar a comer por el postre. En una carta del gitano a su amigo Grappelli se habla brevemente de esta convivencia sin entrar en tantos detalles

En París conoció a Andrés Segovia, ¿qué nos puedes contar de ese encuentro?

Con Segovia coincidió dos veces y los encuentros no fueron en absoluto edificantes por parte de ninguno de los dos. En la primera ocasión Django fue presentado a Segovia por su amigo y mánager Charles Delaunay. Segovia andaba enfrascado en presentar por todo lo alto la transcripción para guitarra de la Chacona de J.S. Bach, obra que estaba convencido que consagraría a la guitarra como instrumento de concierto, como así fue. Además de intentar eludir sin éxito un par de “favores” que la crítica pensaba que le debía. Por tanto, Django tocó en su habitación pero Segovia se limitó a decir un “muy bien, sigue practicando” abstraído en sus pensamientos. La segunda vez ocurrió durante la ocupación nazi en una fiesta en la que el músico español ofreció un recital y Django debía tocar a dúo con su hermano Joseph, que también era guitarrista. Como era a menudo norma, Django se presentó sin guitarra y pidió la suya a Segovia. Al maestro le acababa de entregar Hernan Hauser una guitarra innovadora en sonido hecha exclusivamente para él. Como recordaba la agresividad del ataque del gitano con la púa se negó en rotundo a prestarla. Bien, el caso es que Django consiguió una guitarra y pudo ofrecer el recital. Segovia lo escuchó esta vez obnubilado por lo que veía y oía y al finalizar el concierto pregunto a Django: - Disculpe, ¿Dónde puedo conseguir esa música tan maravillosa que ha tocado? – En ningún lado, Monsieur, me lo acabo de inventar. Fue la respuesta.

Cuando comienzas a tomar en serio la digitación exacta de Django descubres el asombroso uso de las cuerdas al aire y caes en la cuenta de que muchas veces en sus improvisaciones nada es lo que parece, es increíble cuando verdaderamente percibes que él era consciente de esto.


Django Reinhardt. Un gitano en París - Parte 1



Se publica la primera biografía en castellano del músico belga Django Reinhardt: “Django Reinhardt. Un gitano en París” (Editorial Milenio. 338 páginas), con prólogo del escritor francés Michel Dregni. Juan Pedro Jiménez Aparicio (Madrid, 1973) y Emilie Durand (Limoges, 1957), presentan esta biografía, imprescindible para todo el que quiera profundizar en la vida de esta figura fundamental en la historia del jazz.

Juan Pedro Jiménez Aparicio es Licenciado en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, Máster en Jazz, y especialista en la figura de Django Reinhardt. En la actualidad, compagina su labor como director en la Escuela de Música Moderna Extremeña con conferencias y clases magistrales sobre el jazz manouche.

¿Por qué decides escribir esta biografía?

La razón de existir de esta biografía fue en un principio una simple necesidad de recabar información sobre el artista. Yo comenzaba a interesarme por la figura del genio pero encontraba muy poca información relevante en lengua castellana, todas las fuentes con rigor estaban en inglés o francés. Así, en principio aquel deseo de recabar información se fue transformando en una biografía cuyo único cometido era sintetizar en castellano y en una única publicación todas las fuentes que aparecían en lengua extranjera. Fue más tarde cuando vislumbramos el potencial que teníamos entre las manos.

Se ha escrito mucho sobre este genio del jazz, ¿qué novedades aporta este libro?

Al descubrir ese potencial nos dimos cuenta que no solo podíamos resumir en una crónica biográfica todos los datos, sino que además podíamos contrastarlos y acabar con algunas leyendas infundadas sobre Django Reinhardt y sacar datos reveladores a la luz. Más tarde gracias a colaboradores desinteresados y por el simple hecho de la pasión que les generaba el tema, como es el caso del músico especializado en jazz manouche Biel Ballester, tuvimos la posibilidad de tomar contacto con gente que conoció al músico y nos aportó fotos de algunos fetiches, como son cartas hasta ahora desconocidas, fotos nunca presentadas al público y entrevistas grabadora en mano. Además el libro plasma con la mayor exactitud posible el modus vivendi de toda una sociedad de la época y los tiempos tan convulsos que les toca vivir.

Emilie Durand ha sido coautora de “Django Reinhardt. Un gitano en París” , ¿cuál ha sido su cometido en el libro?

Su papel ha sido crucial en todo lo referente a la idiosincrasia francófona y ese elemento impregna todo el libro. Puedo decir que sin ella yo hubiera cometido errores de bulto. El tema de la ocupación nazi está tratado casi en exclusiva por ella, ya que su padre estuvo en un campo de trabajo del régimen de Vichy. Es un tema aún con una cierta candencia en nuestros días que un nativo, como es el caso de Emilie trataría con más rigor. También se ha encargado de giros del idioma que solo un francés conocería y de la localización de barrios y suburbios del París de la época para que el lector si así lo desea en un viaje a París pueda localizar todas las ubicaciones, aunque hayan desaparecido como tal y como se las conocía en la época.

En un incendio en la caravana donde vivía perdió algunos dedos de la mano, el afán de superación ante esa adversidad que hundiría a muchos, ¿forjó definitivamente su estilo?

Por supuesto que lo forjó. Este hecho abrasó al hombre y forjó la leyenda. Primero quiero matizar que no perdió los dedos, pero si quedaron muy reducidos en su movilidad, en concreto el anular y meñique de la mano izquierda. El hecho que a mí siempre me ha dejado perplejo es que lejos de pensar en adoptar la posición zurda para tocar y así limitar a su mano derecha a asir únicamente la púa, reinventó por completo su sistema de digitación. Extendió las escalas y los arpegios de una manera horizontal teniendo que recorrer gran parte del mástil, al contrario que hacían el resto de guitarristas que tendían a tocar muy verticalmente en el mástil. También con los acordes hubo de sacrificar varias voces, pero por el contrario creó otras muchas. En un momento de su vida pronunció la siguiente frase “ellos me preguntan cómo hago esto o lo de más allá y no piensan que tienen cinco dedos para hacerlo […] en mi cabeza oigo cosas que mis manos nunca podrán tocar” creo que estas reflexiones son determinantes para comprender hasta qué punto su musicalidad luchaba contra su minusvalía”

Era prejuiciado nada más que se conocía su condición de manouche. Al convertirse en un personaje público tenía que lidiar forzosamente con público y ambientes muy distinguidos, pero su falta de preparación tanto académica como protocolaría le hizo desarrollar unos reflejos increíbles ante cualquier situación. En una ocasión contaba Grappelli cómo en un acto social le vio comportarse con una exquisita educación a base de ir tomando apuntes mentales de cómo se comportaba la gente.


Fue un hombre generoso, con un punto de soberbia... ¿qué facetas destacarías de su personalidad?

Para muchos fue un hombre taciturno, oscuro y callado en demasía, para los suyos un amante de sus amigos y de su raza. Esto tiene una clara explicación, no olvidemos que los manouches eran considerados el último estrato de la sociedad, esto acompañado del analfabetismo que persiguió a Django toda la vida le hacía recelar de los gadjí (conocidos como payos en España) y pensar que en cualquier momento le podían engañar. Cumplía a raja tabla el dicho romaní de “antes se ata a un león a un carro que a un manouche”, gozaba plenamente de su libertad sin importarle compromiso artístico alguno. Podía no acudir a una grabación o concierto por el simple hecho de quedarse practicando uno de sus hobbies: la pesca, ver atardecer o simplemente dormir a pierna suelta en su caravana. No comprendía el valor del dinero y como lo ganaba a espuertas con su arte no entendía por qué la gente se preocupaba tanto por él y es por eso por lo que lo dilapidaba sin miramiento alguno. Se sorprendía de cosas a nuestro entender obvias, como que todos los países tuvieran una luna, es una perspectiva muy tierna, romántica y de inocencia infantil. No es de extrañar y el violinista Stéphane Grappelli a menudo decía que ese titán de la música era como un niño grande. Con la frase que pronunció: ”detrás de mi guitarra no temo ni al papa” es posible que se escondiese detrás de su guitarra y su gigantesco talento para seguir siendo el niño manouche asustado por el mundo hostil que hay fuera de su asentamiento.

El hecho de pertenecer a la etnia gitana y ser analfabeto, ¿supuso muchas trabas en su carrera?

En palabras de su hijo Babik que decía: “[…] mi padre sobre todas las cosas era gitano”. Esta “lacra” para la sociedad la arrastró Django de por vida al no renegar nunca de su etnia. Sobre todo antes de alcanzar el éxito. Era prejuiciado nada más que se conocía su condición de manouche. Al convertirse en un personaje público tenía que lidiar forzosamente con público y ambientes muy distinguidos, pero su falta de preparación tanto académica como protocolaría le hizo desarrollar unos reflejos increíbles ante cualquier situación. En una ocasión contaba Grappelli cómo en un acto social le vio comportarse con una exquisita educación a base de ir tomando apuntes mentales de cómo se comportaba la gente.

En los años de la ocupación nazi, ¿cómo fue su vida en París?

Esa época fue paradójicamente la de mayor esplendor de su carrera y cuando mayor peligro corrió su vida ya que vivía con el constante temor de ser deportado en cualquier momento. Los nazis sabían ser my pragmáticos cuando les interesaba y podemos aludir a varias causas por las que no se le tocó, primero porque servía de entretenimiento a los soldados de permiso o que salían a conocer la noche parisina y muchos de los oficiales alemanes destinados en París eran además unos confesos melómanos que continuaban escuchando jazz a escondidas y a pesar de la doctrina de Goebels. Segundo porque él y varios de sus músicos tenían en regla sus papeles como artistas ambulantes, y tercero porque como dice el gran crítico Juan Claudio Cifuentes al respecto: "Los milagros de la virgen existen”. Ante esta demanda de diversión por parte de las tropas, Django y su quinteto no paraban de tocar en multitud de salas de fiestas y cines de renombre. Es curioso como en una época de tantas privaciones Django se instaló a todo confort en un apartamento en los campos elíseos.

En un concierto, Andrés Segovia, obnubilado por lo que veía y oía, preguntó a Django: Disculpe, ¿dónde puedo conseguir esa música tan maravillosa que ha tocado? – En ningún lado, Monsieur, me lo acabo de inventar.