lunes, 27 de septiembre de 2010

EL ZOPILOTE


Un zopilote estaba mordizqueándome los pies. Ya había despedazado mis botas y calcetas, y ahora ya estaba mordiendo mis propios pies. Una y otra vez les daba un mordizco, luego me rondaba varias veces, sin cesar, para después volver a continuar con su trabajo. Un caballero, de repente, pasó, echó un vistazo, y luego me preguntó por qué sufría al zopilote.
"Estoy perdido", le dije. Cuando vino y comenzó a atacarme, yo por supuesto traté de hacer que se fuera, hasta traté de estrangularlo, pero estos animales son muy fuertes... estuvo a punto de echarse a mi cara, mas preferí sacrificar mis pies.
Ahora estan casi deshechos". "¡Véte tú a saber, dejándote torturar de esta manera!", me dijo el caballero. "Un tiro, y te echas al zopilote." "¿En serio?", dije. "¿Y usted me haría el favor?" "Con gusto," dijo el caballero, " sólo tengo que ir a casa e ir por mi pistola. ¿Se podría usted esperar otra media hora?" "Quién sabe", le dije, y me estuve por un momento, tieso de dolor.
Entonces le dije: "Sin embargo, vaya a ver si puede... por favor". "Muy bien", dijo el caballero, "trataré de hacerlo lo más pronto que pueda". Durante la conversación, el zopilote había estado tranquilamente escuchando, girando su ojo lentamente entre mí y el caballero.
Ahora me había dado cuenta que había estado entendiéndolo todo; alzó ala, se hizo hacia atrás, para agarrar vuelo, y luego, como un jabalinista, lanzó su pico por mi boca, muy dentro de mí. Cayendo hacia atrás, me alivió el sentirle ahogarse irretrocediblemente en mi sangre, la cual estaba llenando cada uno de mis huecos, inundando cada una de mis costas.
Franz Kafka

Ante la ley



Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.
-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.

Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:

-Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.

Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.

-¿Qué quieres saber ahora? -pregunta el guardián-. Eres insaciable.

-Todos se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?

El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:

-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla

Franz Kafka

viernes, 17 de septiembre de 2010

La tortuga y los patos

La tortuga estaba aburrida de andar siempre por el mismo jardín.
- ¡Ah! -decía-. ¡Cuánto me gustaría viajar y ver mundo! Pero camino tan despacito que no llegaré muy lejos.
Dos patos la oyeron y se ofrecieron a ayudarla.
- Inventaremos un aparatito para que puedas viajar -le dijeron.
Entonces tomaron un palito y, entre los dos, lo sostuvieron con el pico. La tortuga no tuvo más que prenderse con los dientes del palo y los patos remontaron vuelo y la llevaron por el aire.
¡Por fin pudo ver las copas de los árboles, y los techos de las casas!
De pronto, se sintió tan poderosa, tan importante, que empezó a gritar:
- ¡Soy la Reina de las tortugas!
- ¡Miren…cómo… vue… lo!... ¡Miren… cóo… o… o…
Pero, al abrir la boca, tuvo que soltar el palito y cayó a plomo.
¡Pataplúm! Cayó en el pasto y se dio un gran porrazo, tan grande que estuvo dos días quejándose:
- ¡Ay, ay, ay, ay! ¡Por creerme la Reina de las tortugas, ahora soy la Reina de los chichones!
Nunca hay que creerse demasiado importante. Porque se puede subir de repente, como la tortuga. Pero también se puede volver a bajar.

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La zorra y las uvas

Una vez, la zorra pasó junto a un parral y vio que, muy alto, colgaba un racimo de uvas deliciosas.
Enseguida, dio un salto para arrancar las uvas, pero no pudo alcanzarlas.
Tomó impulso, saltó más alto, y nada. Saltó muchas veces, como si hubiese tenido resortes en las patitas.
Hasta que, por fin, miró las uvas con rabia y dijo:
- ¡Bah! ¿Quién las quiere? ¡Seguramente están verdes!
Y se fue caminando mientras repetía:
- ¡Están verdes!
Así hacen muchos cuando no saben alcanzar lo que quieren. Se conforman contándose una mentirita. Diciendo "¡están verdes!".

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PERICANA

Esta geniecilla traviesa es una especie de duende andariego.

Según la creencia y la superstición popular, los algarrobales y quebrachales llanistas son el teatro de sus andanzas fiesteras.

La describen como una mujer de baja estatura, de fea estampa, vestimenta andrajosa y de colores oscuros.

Muy habil para caminar por caminos terrosos, sendas escondidas y umbrosas, muy pocas veces se deja ver, desapareciendo rápidamente de la vista de quienes son víctimas de sus correrías. Nunca la escucharon hablar. Un silbo raro y estridente es el signo que denota su presencia.

Las travesuras de la Pericana consisten en tirar piedras en la espalda y terrones a los sombreros de los jinetes, en espantar a las bestias de montar de los paisanos en caminos y sendas. Los jinetes caen al suelo y los caballos huyen despavoridos.

Con los niños usa iguales travesuras y además les silba y los llama con señas y ademanes ofreciéndoles frutos silvestres. Algunos cuentan que a veces, los niños extraviados no vuelven más.


Fuente: Museo Folklórico de La Rioja

Diccionario de Mitos y Leyendas - Equipo NAyA
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jueves, 16 de septiembre de 2010

LA SALAMANCA


En la Europa posterior a la expulsión de los moros mucho se habló de las Cuevas de Salamanca, donde se decía los árabes practicaban brujerías en su interior y luego esparcieron esta práctica condena da por la iglesia en toda la Península. Tal fue la difusión entre los habitantes españoles que se h an escrito sainetes para ridiculizar a la sociedad de la época utilizando como tema central la Cueva de Salamanca. Una de las sátiras es la obra de Francisco Botello de Moraes y Vasconcellos que en su obra Historia de las cuevas de Salamanca incluye un episodio donde dos damas (la ama y su criada ) aprovechado la ausencia del marido de la patrona se entregan a juegos lujuriosos y comilonas con sus amantes el Sacristán y el Barbero.

SALAMANCA es una Provincia española ubicada en el centro oeste del territorio español en el antiguo reino de León, cerca de la frontera con Portugal entre los 40º15’ y 41º20’ de latitud norte y los 5º6’ y 6º56’ de longitud oeste del Meridiano de Greenwich. También se llama Salamanca a la Diócesis de la Provincia Eclesiástica de Valladolid. Ocupa la mayor parte del territorio civil y 2 parroquias de Zamora.

En el norte argentino la Leyenda de la Salamanca tiene muchos adeptos, los que están convencidos de su existencia. Los cantores populares han recogido este pensamiento folclórico volcándolo en canciones que hablan de su existencia y logros obtenidos por aquellos que la han visitado.

Básicamente se trata del baile de los diablos, donde asisten los condenados, los perdidos, los poseídos, es decir todos aquellos socialmente repudiados. También entran a La Salamanca aquellos que quieren obtener ciertas destrezas para el canto, la oratoria, la jineteada, etc. que el Diablo les otorga a cambio de su alma, la que debe ser entregada en un tiempo estipulado en el contrato firmado con sangre. En la región montañosa el pueblo la ubica en las cuevas y socavones de las laderas. Dicen escuchar música, risas estridentes y un irresistible deseo de ingresar en ella. En cambio en la llanura boscosa el paisano dice que ésta se halla en lo profundo de los montes. Junto a los diablos , las diablas y los marginales que arman tremendo alboroto cantando y bailando, están las brujas y brujos que van a actualizar sus conocimientos.

La literatura gauchesca ha recogido en la pampa (llanura pampeana) la historia de Santos Vega el payador que obtuvo sus habilidades en la Salamanca y cuando Juan sin Ropa (el diablo) se presentó a buscarlo lo desafió en un contrapunto siendo vencido. Conozco las versiones de Hilario Ascassubi y Rafael Obligado.

Fausto el héroe de una leyenda alemana, había cambiado su alma al diablo a cambio del conocimiento de las ciencias y los placeres. En la obra teatral FAUSTO éste es un viejo que se enamora de una jovencita y para obtener sus favores pacta con Satanás.

José Ramón Farías Urquiza Nº 123 (3700) Presidencia Roque Sáenz Peña TE (03732) 427-026 E-Mail ramon@xoasisx.com.ar

Fuente:
Diccionario de Mitos y Leyendas - Equipo NAyA
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lunes, 13 de septiembre de 2010

Un hombre sincero

Esta no es una fórmula para vivir feliz; creo que no, pero sí lo es para tener fuerzas y examinar el contenido de la vida, cuyas apariencias nos marean y engañan de continuo. No mire lo que hagan los demás. No se le importe un pepino de lo que opine el prójimo.

Sea usted, usted mismo sobre todas las cosas, sobre el bien y el mal, sobre el placer y sobre el dolor, sobre la vida y la muerte.

Usted y usted.

Nada más.

Y será fuerte como un demonio entonces. Fuerte a pesar de todo y contra todos. No importe que la pena lo haga dar de cabeza contra una pared, interróguese siempre, en el peor minuto de su vida, lo siguiente: “¿Soy sincero conmigo mismo?” Y si el corazón le dice que sí, y tiene que tirarse a un pozo, tírese con confianza. Siendo sincero no se va a matar, porque no se puede matar. La vida, la misteriosa vida que rige nuestra existencia impedirá que usted se mate tirándose al pozo. [...]

Me dirá usted: “¿Y si los otros no comprenden que soy sincero?” ¡Qué le importa a usted de los otros! La tierra y la vida tienen tantos caminos con alturas distintas, que nadie puede ver a más distancia de la que dan sus ojos. [...]

Me dirá usted: “¿Y si me equivoco?” No tiene importancia. Uno se equivoca cuando tiene que equivocarse. Ni un minuto antes ni un minuto después. ¿Por qué? Porque así lo ha dispuesto la vida, que es esa fuerza misteriosa. Si usted se ha equivocado sinceramente, lo perdonarán. O no lo perdonarán. Interesa poco. Usted sigue su camino [...]

Vea, amigo: hágase una base de sinceridad, y sobre esa cuerda floja o tensa cruce el abismo de su vida, con su verdad en la mano y va a triunfar. No hay nadie, absolutamente nadie, que pueda hacerlo caer. Y hasta los que hoy le tiran piedras, se acercarán mañana a usted para sonreírle tímidamente.

Créalo, amigo. Un hombre sincero es tan fuerte que sólo él puede reírse y apiadarse de todo.

Roberto Arlt

viernes, 10 de septiembre de 2010

El gigante egoista

Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura, que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.

—¡Qué felices somos aquí! —se decían unos a otros.

Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.

—¿Qué hacen aquí? —surgió con su voz retumbante.

Los niños escaparon corriendo en desbandada.

—Este jardín es mío. Es mi jardín propio —dijo el Gigante—; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.

Y de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:

“ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES“.

Era un Gigante egoísta...

Los pobres niños se quedaron sin tener donde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.

—¡Qué dichosos éramos allí! —se decían unos a otros.

Cuando la Primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el Invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles se olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños, que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.

Los únicos que ahí se sentían a gusto, eran la Nieve y la Escarcha.

La Primavera se olvidó de este jardín —se dijeron—, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año.

La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.

—¡Qué lugar más agradable! —dijo—. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también.

Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.

—No entiendo por qué la Primavera se demora tanto en llegar aquí— decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco, espero que pronto cambie el tiempo.

Pero la Primavera no llegó nunca, ni tampoco el Verano. El Otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.

—Es un gigante demasiado egoísta—decían los frutales.

De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el Invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.

Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.

—¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la Primavera —dijo el Gigante y saltó de la cama para correr a la ventana.

¿Y qué es lo que vio?

Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Sólo en un rincón el Invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.
—¡Sube a mí, niñito! —decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.

El Gigante sintió que el corazón se le derretía.

—¡Cuán egoísta he sido! —exclamó—. Ahora sé por qué la Primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.

Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.

Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en Invierno otra vez. Sólo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la Primavera regresó al jardín.

—Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos —dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro.

Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.

Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.

—Pero, ¿dónde está el más pequeñito? —preguntó el Gigante—, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?

El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.

—No lo sabemos —respondieron los niños—, se marchó solito.

—Díganle que vuelva mañana —dijo el Gigante.

Pero los niños contestaron que no sabían donde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.

Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.

—¡Cómo me gustaría volverle a ver! —repetía.

Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.

—Tengo muchas flores hermosas —se decía—, pero los niños son las flores más hermosas de todas.

Una mañana de Invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el Invierno pues sabía que el Invierno era simplemente la Primavera dormida, y que las flores estaban descansando.

Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado y miró, miró…

Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín, había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.

Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira, y dijo:

—¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?

Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.

—¿Pero, quién se atrevió a herirte? —gritó el Gigante—. Dímelo, para tomar la espada y matarlo.

—¡No! —respondió el niño—. Estas son las heridas del Amor.

—¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? —preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.

Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:

—Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.

Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.

Oscar Wilde
Irlanda, 1854

Francia, 1900

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miércoles, 8 de septiembre de 2010

La partida


Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta y le pregunté al sirviente qué significaba. Él no sabía nada ni escuchó nada. En el portal me detuvo y preguntó:

-¿Adónde va el patrón?

-No lo sé -le dije- simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta.

-¿Así que usted conoce su meta? -preguntó.

-Sí -repliqué- te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta.



Franz Kakfa
Checoslovaquia: 1883-1924

martes, 7 de septiembre de 2010

Renuncia


Era muy temprano por la mañana, las calles estaban limpias y vacías, yo iba a la estación. Al verificar la hora de mi reloj con la del reloj de una torre, vi que era mucho más tarde de lo que yo creía, tenía que darme mucha prisa; el sobresalto que produjo este descubrimiento me hizo perder la tranquilidad, no me orientaba todavía muy bien en aquella ciudad. Felizmente había un policía en las cercanías, fui hacia él y le pregunté, sin aliento, cuál era el camino. Sonrió y dijo:

-¿Por mí quieres conocer el camino?

-Sí –dije-, ya que no puedo hallarlo por mí mismo.

-Renuncia, renuncia -dijo, y se volvió con gran ímpetu, como las gentes que quieren quedarse a solas con su risa.


Franz Kakfa
Checoslovaquia: 1883-1924

sábado, 4 de septiembre de 2010

“Cuidado con el exceso de corrección”



¿Cómo comenzó a escribir? ¿Cómo se publicó su primer libro? ¿Cómo recuerda hoy ese periodo?
Desde muy chico tuve pasión por la pintura y la literatura, y así como garabateé muchos papeles con dibujos y caricaturas, escribí cositas. En particular cuando me mandaron lejos de mi pueblo, a La Plata, para seguir el colegio nacional; entonces las largas cartas que escribía a mis hermanos fueron mi aprendizaje literario.

Como se sabe, estudié ciencias físico-matemáticas, pero siempre, paralelamente, seguí escribiendo. Cuando fui becado a París para trabajar en el Laboratorio Curie, ya sabía que mi destino no sería la física. Allá me puse en contacto con los surrealistas, en especial con Oscar Domínguez, y luego con André Breton. Empecé a escribir una novela que se llamaría La fuente muda, título tomado de un verso de Machado. Pero esa obra no fue nunca publicada, excepto un fragmento en Sur. Mi primer libro fue Uno y el universo, publicado en 1945, cuando hice público mi abandono definitivo de la ciencia.
¿Cuál fue el clima intelectual de su casa y su infancia? ¿Se apoyó o se desalentó su inclinación literaria? Escuela, educación formal e informal en la adolescencia, los grupos y las amistades literarias; autores decisivos en su formación literaria. ¿Recuerda algo que pudiera denominarse "episodio de iniciación literaria"?
Mi padre tenía un pequeño molino harinero, varios de mis hermanos mayores estudiaban en La Plata y Buenos Aires. Leí mucho en la biblioteca de ellos, y en especial recuerdo haber devorado una serie de ediciones teatrales baratas, la colección Bambalinas, que tenía mi hermano Pepe, gran aficionado al teatro. En mi infancia, pues, antes de los 12 años, leí obras que eran totalmente inadecuadas, pero de alguna manera me fascinaron: Tolstoi (El poder de las tinieblas); Zola, etcétera. También leí, claro, Verne y Salgari. En cuanto a la pintura, trabajaba con lápices negros y de color y una precaria caja de acuarelas. Todo esto en Rojas. Cuando me enviaron a La Plata, leí muchísimo durante el periodo del colegio nacional, donde tuvimos profesores como Martínez Estrada y Henríquez Ureña.
En el periodo final del colegio sacaba de la biblioteca de la universidad cantidad de libros, sobre todo los alemanes del Sturm un Drang; los románticos en general (me apasionaban obras como Los bandidos, de Schiller, y Goetz Von Berlichingen, de Goethe; también Hoffman, Von Kleist, etcétera); me atrajo asimismo la literatura nórdica, Strindberg, Ibsen y los rusos, mucho. Pero con respecto a lo que significa la lectura cuando uno es extremadamente joven puedo contar una anécdota aleccionadora. Ya de grande recordé que en aquel periodo adolescente me había apasionado Sachka Yegulev, de Andreiev (los nihilistas, todo eso) y resolví releerlo: me pareció malísimo.
A los rusos me acercaba mucho el espíritu romántico y revolucionario de aquellos movimientos contra el zar, y correlativamente me acerqué al grupo anarquista de La Plata, uno de los más importantes del país: fue una experiencia imborrable, y aún mantengo amistad con aquellos líricos de la revolución, sobre todo en esta época en que predominan los "realistas", es decir, los que justifican los peores medios (dictaduras, campos de concentración, policía secreta) para alcanzar una "nueva humanidad". Me pregunto qué clase de hombre nuevo se puede alcanzar torturando seres humanos.
En cuanto a los grupos y amistades literarias, en mi época universitaria tuve amigos excelentes que iban a la librería Martín Fierro, de La Plata, entre los cuales surgió la idea de hacer una revista, Teseo. Tuve participación en esa revista dirigida por Alejandro Denis-Krause, Marcos Fingerit y Guillermo Corti. Allí publiqué lo que me atrevería a calificar como mi primer trabajito literario: un comentario en torno de La invención de Morel, de Bioy Casares. Creo que fue en 1939. Henríquez Ureña leyó ese ensayo y me ofreció colaborar en Sur. Así entré en la vida literaria propiamente dicha. Pero también había publicado algo en la revista de Barletta. Desde el momento de mi incorporación a Sur fui amigo de Silvina Ocampo, Bioy Casares, Wilsock, Bianco, los hermanos Canto y otros. Nos reuníamos en la casa de Bioy, donde se discutía incansablemente sobre problemas literarios.
¿Cómo trabaja? ¿Hace planes, esquemas? ¿Lee a otros autores en los periodos en que está trabajando en una obra propia? ¿Cuándo y cómo corrige? ¿Lee alguien sus textos antes de que ingresen en el proceso de publicación? ¿Escribe de manera regular o por épocas?
Soy extremadamente irregular para el trabajo, y pasan periodos muy largos en que todo me parece abominable y dejo de escribir. Por otra parte, soy muy destructivo y casi todo lo que realizo lo tiro al canasto y en ocasiones lo quemo. ¿Planes? Sí, muchos, que luego se van alterando a medida que la ficción avanza, forzado por la vida propia que toman los personajes, siempre imprevisibles, al menos para mí. Corrijo mucho, y hay textos que han tenido hasta seis o siete o diez redacciones. Pero hay que tener cuidado con el exceso de corrección porque se puede dañar el material que surge desde la inconsciencia. También hay que tener cuidado (estoy hablando de ficciones) con el famoso "estilo". Julien Green, en su Journal, dice, con razón, que a menudo le agradeceríamos a Flaubert un estilo más suelto, más vivo, no esa joyería de epítetos que exhibe en ciertos relatos. No así en Madame Bovary, que es menos "literaria" y por eso mismo permanecerá cuando muchos de sus escritos nadie los lea. Cierta irregularidad, cierta rudeza está unida a la fuerza, y la fuerza es decisiva en novelistas como Dostoievski y Cervantes. Ambos, claro, acusados, por críticos que ahora nadie recuerda, de "escribir mal". Pero si genios como Dostoievski y Cervantes escriben mal, ¿qué será escribir bien?.

Ernesto Sábato
Este texto responde a la encuesta de escritores argentinos contemporáneos realizada en 1982 por el Centro Editor de América Latina. Tomado de la página electrónica El Túnel.
http://www.etcetera.com.mx/1999/348/es348.html

viernes, 3 de septiembre de 2010

En la sangre

" Eran, al amanecer, las idas a los mercados, las largas estadías en las esquinas, las changas, la canasta llevada a domicilio, la estrecha intimidad con los puesteros, el peso de fruta o de fatura ganado en el encierro de la trastienda. El zaguán, más tarde, los patios de las imprentas, el vicio fomentado, prohijado por el ocio, el cigarro, el hoyo, la rayuela y los montones de cobre, el naipe roñoso, el truco en los rincones. Era, en las afueras de los teatros, de noche, el comercio de contra-señas y de puchos. Toda una cuadrilla organizada, disciplinada, estacionaba a las puertas del Colón, con sus leyes, sus reglas, su jefe; un mulatillo de trece años, reflexivo y maduro como un hombre, cínico y depravado como un viejo. Bravo y leal, por otra parte, dispuesto siempre a ser el primero en afrontar el peligro, a dar la cara por uno de los suyos, a no cejar ni aun ante el machete del agente policial, el pardo Andinas ejercía sobre los otros toda la omnipotente influencia de un caudillo, todo el dominio absoluto y ciego de un amo.

(…)

Como murciélagos que ganan el refugio de sus nichos, a dormir, a jugar, antes que acabara el sueño por rendirlos, tirábanse en fin acá y allá, por los rincones. Jugaban a los hombres y las mujeres; hacían de ellos los más grandes, de ellas los más pequeños, y, como en un manto de vergüenza, envueltos entre tinieblas, contagiados por el veneno del vicio hasta lo íntimo del alma, de a dos por el suelo, revolcándose se ensayaban en imitar el ejemplo de sus padres, parodiaban las escenas de los cuartos redondos de conventillo con todos los secretos refinamientos de una precoz y ya profunda corrupción. "


Eugenio Cambaceres

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Todo estaba sucio

Toda muerte es respetable; quizá lo único respetable desde que se nace, sea ésta en el lujoso entierro de un arzobispo o el silencioso de una cárcel.

La muerte es la liberación de la maldición de haber nacido, es, quizá, lo único por lo cual podemos bendecir a Dios.

La muerte es una fiel amada, es una esperanza que nos libera del dolor físico y de la angustia de vivir. Temerla es prueba de un instinto animal, no superado. El que teme la muerte no puede haber amado la vida, porque aquélla es la consecuencia de ésta.

Te aferras a la vida, a su dolor, a sus angustias, porque desconoces a la muerte, porque la imaginas una sombra eterna, un pozo negro, una caída sin fin, porque no sabes que la muerte es la resultante de tu existencia en este laboratorio de la naturaleza en que nada se pierde y todo se renueva.

Porque ignoras que la muerte es sólo la transformación de tu materia en otras materias.


Porque ignoras que esa aglutinación de células no harán a tu muerte más que transformarse, diluirse, disgregarse y volver a aglutinarse en otras vidas. Que el alma, ese soplo que llamas divino, esa inteligencia que te destaca de los otros seres vivientes, no es sino la diabólica creación que permite al hombre ser la más sanguinaria de las fieras.

RAÚL BARÓN BIZA, "Todo estaba sucio".