miércoles, 12 de enero de 2011

El nacimiento de la filosofía - parte 3


Platón

Lo cierto es que Platón asiste a un panorama desolador. Ve desplegarse ante su mirada un individualismo suicida que crece en relación directamente proporcional a la pérdida de poder del conjunto. El capricho y el arbitrio reinan por doquier. Atenas, su amada Atenas, se encamina precitadamente hacia su final.
Platón traslada el escenario de sus diálogos al siglo anterior, acaso consciente de que el momento decisivo se localizaba allí. Tal vez toda su vida deseó ser Sócrates, confiando en su capacidad de revertir aquello ante lo que su maestro fracasó. O -conjeturalmente- el trauma producía ya sus primeros efectos. La compulsión a la repetición comenzaba a obrar.

Al situar los acontecimientos en el siglo V -un siglo antes-, Platón ocultaba también su desesperación. Porque Platón era un hombre desesperado. La filosofía nace, pues, de la desesperación. Desesperación que busca frenéticamente, en el desván de un bagaje cultural desvencijado, instrumentos de redención, armas para reconstruir un orden imprescindible. De ahí la recurrencia -ya alternativa, ya conjunta- a la dialéctica, al éros, al noús, al silencio místico. De ahí, los caminos del exoterismo y del esoterismo. De ahí también, por último, el “invento” de las Ideas, trascendencia necesaria para alejar la actividad política del terreno de la arrogancia, el narcisismo y la autosatisfacción.

La filosofía encuentra su origen en una catástrofe política. En la evaporación del poder colectivo, consecuencia de la eclosión caótica de los intereses individuales. Desaparición del poder colectivo que tarde o temprano, demás está decirlo, trae inexorablemente aparejada la declinación del poder individual. Al menos, mientras exista una comunidad.
En este sentido, la filosofía es tan hija de la política como Éros lo es de Penía. La comparación no es puramente exterior, una mera analogía literaria. Pues así como el impulso erótico es generado por la indigencia, el impulso filosófico reconoce por madre a la impotencia. Impotencia que no se resigna y ensaya, mediante un rodeo inopinado, apelando a una instancia inesperada, reconstruir un orden.

Necio sería negar o incluso relativizar, en función de lo dicho hasta aquí, la referencia ontológica y aún ontoteológica de la filosofía. También, que la racionalidad científica y tecnológica encuentra en la filosofía su punto de partida y explicación última. Más aún, necio sería negar que en la filosofía aliente acaso un elemento casi intemporal de hondura insondable. Y que a partir de todo esto se haya podido desplegar y de hecho se haya desplegado un sinnúmero de cuestiones, de preguntas y respuestas, dando lugar a uno de los géneros más extraños y prolíficos del discurso y de la escritura. Nada de ello impide localizar, empero, el nacimiento de la filosofía en los términos propuestos.

Nosotros

¿Será pertinente renovar hoy el gesto platónico? ¿Un renacimiento de la filosofía? Nuestro mundo no es -inútil decirlo- el de Platón. Sin embargo, presenta algunas semejanzas sugestivas. Cada vez son más quienes sospechan que el eufemísticamente denominado, a comienzos de los 90, “nuevo orden internacional”, es un desorden colosal. De nuevo se cierne sobre nosotros la amenaza del caos. No hemos descifrado el enigma. El juego de los intereses individuales -en sentido lato- parece desconocer todo límite. Los mecanismos políticos vigentes se revelan no ya incapaces de modificar el estado de cosas sino, en ocasiones, tan siquiera de contenerlo razonablemente.

¿Será insensato proponer de nuevo intervenir en lo político desde otro lugar, desde otra escena? ¿Cabe esperar de ello algún éxito? Porque Platón fracasó rotundamente. No sólo en sus excursiones a Siracusa. Su derrota más terrible fue posterior. Pues se entendió su jugada como apuesta a la razón, lo que sirvió únicamente a la postre para que los aspectos más aviesos del ejercicio del poder, sin dejar de florecer, se encubrieran y oscurecieran, disimulándose con mayor eficacia.
Pero también es posible aprender de los errores de Platón. Renovar su gesto no significaría hoy, desde ya, acompañarlo en sus frecuentes tentaciones totalitarias ni, todavía menos, cifrar en la razón la posibilidad de reconstruir un orden digno de ser vivido. Tampoco confiar en una grosera imaginarización de la trascendencia. “Un platonismo para el pueblo”, definía Nietzsche al cristianismo, no sin alguna verdad. Lentamente la filosofía, tomando una distancia imperceptible e imponderable de un mundo que se hunde, debe aprender a infiltrar, sin recostarse en un trasmundo, la otra escena: la de los límites éticos inmanentes al ejercicio del poder.

Por Silvio Juan Maresca


1 comentario:

  1. Que lindo que vuelvas a la filosofía, espero que alguna vez te animes a publicar tus pensamientos.
    Se que los tenes y muy profundos.

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