viernes, 16 de marzo de 2012

Casa en alquiler - parte 1


House to let, Sheridan Le Fanu (1814-1873)

Había estado mucho tiempo enfermo y mi médico y me aconsejó que fuera a pasar la convalecencia en algún pueblecito tranquilo y soleado de la costa meridional francesa, alejándose del clima húmedo y brumoso de mi pueblo natal irlandés.

Nada especial me retenía en Dublín: sin ser rico, disponía de unos ahorros que me permitían vivir con cierta holgura. Desde hacía mucho tiempo carecía de familia, por lo que decidí, una vez que me sentí con fuerzas suficientes, embarcarme para Marsella.

Mi criado, llamado Jones, me acompañó en este viaje. Antiguo Sargento en el ejército de España del duque de Wellington, era, por entonces, un viejo delgado; enérgico y de unos sesenta años de edad. Yo lo apreciaba mucho, no sólo por la devoción que me testimoniaba sino, además, por las numerosas cualidades que le hacían sumamente valioso.

En Marsella, adonde llegamos a principios del año 1840, me indicaron que había una casa en alquiler en un pueblecito de pescadores de la costa provenzal. Insistieron en que se trataba de un lugar muy bello, de clima agradable y maravillosas panorámicas. Como el alquiler era muy barato, acabe por aceptar, modificando así los proyectos que tenía de establecerme cerca de Nápoles. Días más tarde llegamos al pueblecito de pescadores. La casa, me dijo el agente inmobiliario al entregarme las llaves, había pertenecido durante cierto tiempo a un célebre marino francés, el bailío de Suffren.

Una vez cerrada la puerta, Jones me miró y me dijo , bruscamente, con esa franqueza castrense tan peculiar en él y que yo tanto admiraba:

—Señor, esta casa no me agrada en absoluto.

Me eché a reír y contesté: .

-¿Qué le ves de malo? Por mi parte, la encuentro encantadora, exquisitamente amueblada, bien situada y muy soleada.

Jones se encogió de hombros, gruñó algo que no entendí y se dispuso a subir nuestro equipaje. Mi nueva, residencia se componía de una planta baja, en la que estaban situados el vestíbulo, el salón, el comedor y un despacho, y de un piso superior en el que había tres dormitorios para los señores y dos para los domésticos.

El agente inmobiliario había convenido conmigo en que una mujer del pueblo vendría a hacer la limpieza y a prepararnos las comidas. Me senté en un sillón del despacho y me puse a contemplar el mar a través de la ventana, mientras soñaba en las jornadas felices de que disfrutaría durante mi estancia en aquel lugar tan bonito. Instantes después llamaron a la puerta.

-Entre- dije.

Una pobre mujer, doblada por el peso de los, años y la miseria, apareció en el umbral.

-Soy Gabriella, su cocinera.


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