Incluso aunque tuviera cien
millones de veces su potencia normal, aunque viese en el aire que respiramos
todas las especies de seres invisibles, así como los habitantes de los planetas
próximos, todavía quedarían numerosos infinitos de especies de animales más
pequeños y mundos tan lejanos que jamás alcanzaría.
Así pues, todas nuestras ideas de
proporción son falsas porque no hay límite posible en la magnitud ni en la
pequeñez.
Nuestra apreciación sobre las
dimensiones y las formas no tiene ningún absoluto al venir determinada
únicamente por la potencia de un órgano y por una comparación constante con
nosotros mismos.
Hemos de añadir que la vista
todavía es incapaz de ver lo transparente. Un cristal sin defecto la engaña. Lo
confunde con el aire que tampoco ve.
Pasemos al color.
El color existe porque nuestra
vista está hecha de modo que transmite al cerebro, en forma de color, las
diversas formas en que los cuerpos absorben y descomponen, siguiendo su
constitución química, los rayos luminosos que dan en ellos.
Todas las proporciones de esa
absorción y de esa descomposición constituyen matices.
Así pues, este órgano impone a la
inteligencia su modo de ver, mejor dicho, su forma arbitraria de constatar las
dimensiones y de apreciar las relaciones de la luz y la materia.
Analicemos el oído.
Somos juguetes y víctimas, más
todavía que en el caso de la vista, de ese órgano fantasioso.
Dos cuerpos, al chocar, producen
cierta vibración de la atmósfera. Ese movimiento hace estremecerse en nuestra
oreja cierta pielecilla que trueca inmediatamente en ruido lo que en realidad
no es otra cosa que una vibración.
La naturaleza es muda. Pero el
tímpano posee la propiedad milagrosa de transmitirnos en forma de sentidos, y
de sentidos diferentes según el número de vibraciones, todos los
estremecimientos de las ondas invisibles del espacio.
Esa metamorfosis realizada por el
nervio auditivo en el breve trayecto de la oreja al cerebro nos ha permitido
crear un arte extraño, la música, la más poética y precisa de las artes, vaga
como un sueño y exacta como el álgebra.
¿Qué decir del gusto y del
olfato? ¿Conoceríamos los perfumes y la calidad de los alimentos sin las
propiedades peregrinas de nuestra nariz y nuestro paladar?
Sin embargo, la humanidad podría
existir sin oído, sin gusto y sin olfato, es decir, sin ninguna noción del
ruido, del sabor y del olor.
Así pues, si tuviéramos algunos
órganos menos, desconoceríamos cosas admirables y singulares, pero si
tuviéramos algunos más, descubriríamos a nuestro alrededor una infinidad de
otras cosas que nunca supondremos por falta de medio para constatarlas.
Por lo tanto, nos equivocamos
cuando juzgamos lo Conocido, y estamos rodeados de Desconocido inexplorado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario