"Ya no había tiempo de avisar a la mujer. El capitán de
"La Nuit", sin esperar a que su oficial diera la orden, gritó por el
portavoz:
"-¡Las dos anclas! -Y entonces René le hizo una señal a
los hombres de los cabrestantes de vapor. Rechinaron las palancas, una
columnita de humo se escapó de los cilindros oxidados, comenzó a girar un
tambor, y de pronto un grito agudísimo cruzó los aires sobre la superficie del
mar; todos se miraron al rostro sin poder especificar de dónde partía aquel
grito; luego estalló otro más agudo y cargado de horror, las cadenas rechinaban
en los escobenes y ya no volvió a escucharse nada.
"Las anclas entraron en el agua agitada; de pronto, un
pescador que rondaba la nave con su botecillo exclamó:
"-¡Una pierna sale por el escobén!...
"Todos los desocupados del puerto se precipitaron a
mirar.
"Del ojo de acero, por donde se había deslizado la
cadena, colgaba una pierna de mujer. Hilos de sangre se coagulaban en el acero
del casco.
"Después de dos años de este suceso, René Vasonier no
podía aún encontrar trabajo en ninguna compañía marítima.
"Un día en París se encontró con el fotógrafo Abraham,
el mismo fotógrafo de Tánger. El fotógrafo no le preguntó ni una palabra por el
destino de aquella desconocida que embarcara una noche en el puerto de Tánger.
René pensó:
"-Se han olvidado.
"La muerte de Leonesa se borraba de su mente. Otro día
volvió a encontrarse con un arquitecto italiano de Tánger. Le ofrecieron
trabajo en las construcciones de cemento armado de la colonia italiana. Aceptó.
Pasaban los meses; el drama había tenido menos repercusión de la que él
supusiera. Una vez preguntó por Yama Mahomed y le dijeron que estaba lejos. La
tragedia de Port Said era un mal negocio. Pero él se levantaría nuevamente. Una
noche, dirigiéndose a Ceuta a poco de salir del Borch, su automóvil tropezó con
un hombre tendido en la carretera. Se detuvo, abrió la portezuela; cuando puso el
segundo pie en el suelo, un palo cayó sobre su cabeza; cuando despertó estaba
amarrado de pies y manos; dos hombres cubiertos por el capuchón de la chilaba,
con gruesas barbas hasta los pómulos, le miraban en silencio. Un tercero
avivaba el fuego en un hornillo donde enrojecía lentamente una barra de hierro.
"Cuando la varilla alcanzó el rojo blanco, los dos
hombres se precipitaron sobre él; con sus robustos dedos le abrieron los
párpados, mientras el tercero aproximaba la punta de la barra de hierro al rojo
blanco, primero a un ojo, después a otro.
"Se desmayó. Algunas horas después le encontraron unos
turistas. Le desataron pero René Vasonier no pudo verles. Estaba ciego.
Roberto Arlt
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"La Nuit" debía salir de Tánger a las siete de la
mañana, pero a las cinco, inopinadamente, se presentó la policía francesa. Les
acompañaban dos oficiales de policía inglesa y un empleado de la embajada. El
buque fue revisado escrupulosamente, pero a nadie se le ocurrió mirar en el
tubo del ancla.
"Cuando Yama Mahomed escuchó el informe de la revisión
del buque, sonrió satisfecho. Leonesa se había salvado. Sería
extraordinariamente útil a la causa del nacionalismo árabe. En El Cairo podría
reorganizar el servicio de espionaje del movimiento, que había sido quebrado
por numerosas detenciones.
"Leonesa entraba y salía de su redondo escondite negro
como un topo de las galerías subterráneas. Durante el día le estaba
absolutamente prohibido salir del tubo de acero; por la noche se deslizaba
fuera de él, el cuerpo marcado por los eslabones de la cadena del ancla, los
huesos adoloridos.
"Más de una vez había estado tentada a pedirle haschich
al oficial, pero pensaba que una noche René Vasonier se presentaría diciéndole:
-Hemos llegado. Salga. -Y entonces ella respiraría el aire puro de la noche,
abandonaría para siempre esa sepultura de acero en cuyas tinieblas redondeadas
reposaba como un cadáver.
"Cuando estaba tendida en el interior del tubo de la
cadena del ancla no podía revolverse casi. Estaba separada de los eslabones por
una pequeña franja de lona. Dormía o meditaba extendiendo sus planes en el
futuro, dentro de todas las probabilidades que le ofrecía su existencia de
espía.
"René Vasonier se había insinuado una vez para hacerle
más agradable el viaje durante la noche, pero Leonesa escuchó sus palabras
amables con indiferencia. El hombre le resultaba desagradable. René Vasonier no
se atrevió a insistir. Tras ella estaba, tiesa y amenazadora, la figura de Yama
Mahomed, el nieto de Raisuli. Leonesa le pidió cirrillos, whisky, y él se los
trajo. A partir del cuarto día de viaje, Leonesa comenzó a embriagarse
sistemáticamente. Solo así era posible vivir dentro del tubo de acero, cuya
glacial vibración se comunicaba a todo su cuerpo como el resuello de un monstruo
que estuviera digiriéndola en su estómago de tinieblas.
"A veces se detenían en puertos, donde el buque
permanecía inmóvil un día o dos, luego partían; cuando anclaron en Malta, un
cuerpo de policía revisó nuevamente la nave. Esta vez eran ingleses; ella les
oía hablar desde lejos; entre los bultos de la estiba; después se fueron,
sobrevino el silencio, y por la noche partieron.
"René Vasonier estaba satisfecho. La nueva relación con
Yama Mahomed abría amplias perspectivas para su tráfico ilegal. El capitán de
"La Nuit" era un imbécil; no se enteraría jamás de sus actividades.
Yama Mahomed podía suministrarle un trabajo abundante; los intereses secretos
que corría de El Cairo a Tánger, bajo la forma de informes, paquetes extraños,
armas contrabandeadas y personas en constante fuga, aparición y desaparición,
le aseguraban con su intervención cómplice un destino magnífico y sorprendente.
"Transcurrían los días; únicamente cuando entraron a
Port Said, el capitán de "La Nuit", Piontevil, reparó que la mar
estaba excesivamente picada. Vasonier también observó que los buques junto al
murallón de la ciudad se meneaban constantemente.
"Piontevil, desde el puente de mando, miró a su oficial
y exclamó:
"-íQue bajen las dos anclas!
"René dejó de vigilar la maniobra para volverse
espantado:
"-¿Las dos anclas? Siempre trabajamos con una, capitán.
"-Esto está muy picado.
"René sintió que un sudor frío le bañaba el cuerpo con
su viscosidad repugnante. ¿Las dos anclas? No era posible. ¿Y la mujer que iba
metida en el tubo de acero? La aventura se transformaba en una tragedia.
Balbuceó:
"-Hace como diez años que no funciona esa ancla,
capitán.
"Piontevil no le escuchaba, mirando el mediodía de Port
Said y sus confines de espuma agitada.
"En tanto el primer oficial se decía que descubrir a la
fugitiva era perder su carrera, someterse a un proceso por soborno. Callarse
era condenar a la muerte a la mujer. Pero su carrera...
"-¡Y esas anclas! -gritó Piontevil.
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