viernes, 25 de julio de 2014

La daga de Moreira - Parte 3

El nombre de su defendido olvidado tanto tiempo se le vino al magín, ocurriéndosele que en ninguna parte sería mejor recibido que en aquel humilde rancho que con tanta franqueza le fue ofrecido. 

Sin más ni más lió sus petates de viaje, que no eran muy lujosos que digamos, y tomó el tren de Lobos con el corazón rebosando de alegría estudiantil, dispuesto a pasar un mes de expansiones. 

En Lobos alquiló un matungo de posta, y se largó camino de Navarro, navegando sobre el recado como uno de esos marineros ingleses que suelen bajar de a bordo y alquilar un sotretaen la caballeriza con que se topan, prometiéndose un día de alto refocilamiento, aunque a la noche suelan volver más molidos que si les hubieran dado mil azotes tendidos sobre el temible cañón de proa. 

En aquellos tiempos la fama de Moreira llenaba aquellos alrededores, y era muy gaucho el hombre que se atrevía a hacer solo aquella cruzada; pero Del Campo era joven y poco se preocupaba de agüerías y miedos.

Apenas había andado unas cuatro leguas, cuando se encontró con un paisano hermoso, paquetísimo y montado sobre un magnífico caballo overo bayo, aperado con un lujo pintoresco. 

En su cintura, sujeta a la espalda en el tirador, se veía una larga y hermosa daga; sobre los costados el paisano ostentaba un par de magníficos trabucos de un brillo deslumbrador, tal era su limpieza. 
-Adiós, demonios -pensó Del Campo para sus adentros-. Esta especie de parque humano no puede ser otro sino Moreira. Si de ésta escapo con vida, lo podré contar como milagro. 

Tales eran las cosas que de Moreira habían contado a Del Campo, que éste creía de buena fe que el gaucho era un bandido asesino que se complacía en matar por lujo, como se dice en el campo. 

Aquel apuesto gaucho encaminó su caballo hacia el del viajero, a quien dio un cortés "buen día, amigo" preguntándole si no había visto en su camino un paisano acompañando a una niña. 


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