La obediencia pasiva, el silencio, la inmovilidad, considerados todavía con demasiada frecuencia como signos demostrativos del orden, no engendran el orden verdadero sino que tienden a ahogar la espontaneidad, la iniciativa, el querer interior que se expresa mediante impulsos originales, a encoger al niño sobre sí mismo, a engendrar disimulo o apatía.
por Rosa Agazzi
Ilustración de Silvano Braido
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