Al principio, en el ajetreo de la mudanza y la construcción,
Pahom se sentía complacido, pero cuando se habituó comenzó a pensar que tampoco
aquí estaba satisfecho. Quería sembrar más trigo, pero no tenía tierras
suficientes para ello, así que arrendó más tierras por tres años. Fueron buenas
temporadas y hubo buenas cosechas, así que Pahom ahorró dinero. Podría haber
seguido viviendo cómodamente, pero se cansó de arrendar tierras ajenas todos
los años, y de sufrir privaciones para ahorrar el dinero.
"Si todas estas tierras fueran mías -pensó-, sería
independiente y no sufriría estas incomodidades."
Un día un vendedor de bienes raíces que pasaba le comentó
que acababa de regresar de la lejana tierra de los bashkirs, donde había
comprado seiscientas hectáreas por sólo mil rublos.
-Sólo debes hacerte amigo de los jefes -dijo- Yo regalé como
cien rublos en vestidos y alfombras, además de una caja de té, y di vino a
quienes lo bebían, y obtuve la tierra por una bicoca.
"Vaya -pensó Pahom-, allá puedo tener diez veces más
tierras de las que poseo. Debo probar suerte."
Pahom encomendó a su familia el cuidado de la finca y
emprendió el viaje, llevando consigo a su criado. Pararon en una ciudad y
compraron una caja de té, vino y otros regalos, como el vendedor les había
aconsejado. Continuaron viaje hasta recorrer más de quinientos kilómetros, y el
séptimo día llegaron a un lugar donde los bashkirs habían instalado sus
tiendas.
En cuanto vieron a Pahom, salieron de las tiendas y se
reunieron en torno al visitante. Le dieron té y kurniss, y sacrificaron una
oveja y le dieron de comer. Pahom sacó presentes de su carromato y los
distribuyó, y les dijo que venía en busca de tierras. Los bashkirs parecieron
muy satisfechos y le dijeron que debía hablar con el jefe. Lo mandaron a buscar
y le explicaron a qué había ido Pahom.
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