Habíamos elegido la parte del fondo del jardín cerca de los
gallineros, porque parecía que las hormigas se estaban refugiando en esa parte
y hacían mucho estrago en los almácigos. Apenas pusimos el pico en el
hormiguero más grande empezó a salir humo por todas partes, y hasta por entre
los ladrillos del piso del gallinero salía. Yo iba de un lado a otro taponando
la tierra, y me gustaba echar el barro encima y aplastarlo con las manos hasta
que dejaba de salir el humo. Tío Carlos se asomó al alambrado de las de Negri y
le preguntó a la Chola, que era la menos sonsa, si no salía humo en su jardín,
y la Cufina armaba gran revuelo y andaba por todas partes mirando porque a tío
Carlos le tenían mucho respeto, pero no salía humo del lado de ellas. En cambio
oí que Lila me llamaba y fui corriendo al ligustro y la vi que estaba con su
vestido de lunares anaranjados que era el que más me gustaba, y la rodilla
vendada.
Me gritó que salía humo de su jardín, el que era solamente suyo, y yo
ya estaba saltando el alambrado con una de las palanganas de barro mientras
Lila me decía afligida que al ir a ver su jardín había oído que hablábamos con
las de Negri y que entonces justo al lado de donde habíamos plantado el jazmín
empezaba a salir humo. Yo estaba arrodillado echando barro con todas mis
fuerzas. Era muy peligroso para el jazmín recién trasplantado y ahora con el
veneno tan cerca, aunque el manual decía que no. Pensé si no podría cortar la
galería de las hormigas unos metros antes del cantero, pero antes de nada eché
el barro y taponé la salida lo mejor que pude. Lila se había sentado a la
sombra con un libro y me miraba trabajar. Me gustaba que me estuviera mirando,
y puse tanto barro que seguro por ahí no iba a salir más humo.
Después me acerqué
a preguntarle dónde había una pala para ver de cortar la galería antes que
llegara al jazmín con todo el veneno. Lila se levantó y fue a buscar la pala, y
como tardaba yo me puse a mirar el libro que era de cuentos con figuras, y me
quedé asombrado al ver que Lila también tenía una pluma de pavorreal preciosa
en el libro, y que nunca me había dicho nada. Tío Carlos me estaba llamando
para que taponara otros agujeros, pero yo me quedé mirando la pluma que no
podía ser la de Hugo pero era tan idéntica que parecía del mismo pavorreal,
verde con el ojo violeta y azul, y las manchitas de oro. Cuando Lila vino con
la pala le pregunté de dónde había sacado la pluma, y pensaba contarle que Hugo
tenía una idéntica. Casi no me di cuenta de lo que me decía cuando se puso muy
colorada y contestó que Hugo se la había regalado al ir a despedirse.
—Me dijo que en su casa hay muchas —agregó como disculpándose pero no me
miraba, y tío Carlos me llamó más fuerte del otro lado de los ligustros y yo
tiré la pala que me había dado Lila y me volví al alambrado, aunque Lila me
llamaba y me decía que otra vez estaba saliendo humo en su jardín. Salté el
alambrado y desde casa por entre los ligustros la miré a Lila que estaba
llorando con el libro en la mano y la pluma que asomaba apenas, y vi que el
humo salía ahora al lado mismo del jazmín, todo el veneno mezclándose con las
raíces. Fui hasta la máquina aprovechando que tío Carlos hablaba de nuevo con
las de Negri, abrí la lata del veneno y eché dos, tres cucharadas llenas en la
máquina y la cerré; así el humo invadía bien los hormigueros y mataba todas las
hormigas, no dejaba ni una hormiga viva en el jardín de casa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario