Las cosas empezaron a cambiar a mediados de
los años cuarenta cuando, gracias al interés de su emprendedor tío paterno
Lucien, Sam conoció a la fascinante cazatalentos Lola Anne Cullum, quien
le dio la oportunidad de grabar para Aladdin Records. Hopkins ya se había
convertido en el rey de Dowling Street: un poeta, un autor de canciones que
hablaban de la vida y los problemas cotidianos de la comunidad negra de
Houston. Hopkins compartía el escenario con «Texas» Alexander, pero cuando
Cullum fue invitada a uno de sus conciertos, sólo Hopkins obtuvo sus favores.
Tanto es así que el bluesman consiguió impresionar también al otro cazatalentos
de la Aladdin, el cantante de blues Amos Milburn. El contrato se firmó muy
pronto y daría excelentes resultados discográficos.
Temas como 'West Coast blues', aunque ignorados por la crítica, llamaron la
atención de Bill Quinn, jefe de la Gold Star, la más cotizada y famosa compañía
discográfica independiente de Texas. Hopkins mantendría con este empresario una
larga y no poco atormentada relación. Es necesario subrayar la importancia que
desempeñaron las pequeñas compañías, las llamadas indies, en la recuperación y
difusión del blues y la música tradicional. Sin estas arriesgadas empresas, en
ocasiones de breve existencia, un ejército de grandes bluesmen habrían perdido
su oportunidad, como el mismo Hopkins. La difusión de sus discos en los estados
del Sur, la calidad de las grabaciones y el valor intrínseco de sus
composiciones, lo impusieron como uno de los autores más prolíficos e
innovadores del género.
De su gran sensibilidad, escondida tras la frialdad de sus gafas oscuras,
nacieron temas como 'Dirty blues', 'Bad luck and trouble', 'Automobile blues',
'Crying for bread', 'I don’t need no woman' y, sobre todo, aquella 'Going back
and talk to mama': Nací el 15 de marzo,
el año era 1912, sí, ya sabes, desde aquel día el pobre Lightnin’ nunca se ha
sentido tan bien.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario