Como la mayoría de los músicos de color, también Hopkins
vivió las contradicciones y los sufrimientos del contraste entre los valores
religiosos y la necesidad de emociones «fuertes». Educado en el rigor de la
iglesia baptista (donde, sea dicho de paso, cantaba en el coro) y al mismo
tiempo irresistiblemente atraído por la vida «on the road», expuesto a la
seducción del alcohol y el sexo, solía afirmar que «este estado de cosas me
acerca cada día más a la muerte». Y en su versión de un tema folk planteó
claramente el problema: Mi madre es una ferviente católica y quiere que vaya a
la iglesia. Pero ¿cómo voy a ir a la iglesia y después divertirme contigo?.
Incluso estuvo metido en el juego clandestino, época que recordaría en la
intensa 'Policy game': Todos nosotros teníamos una oportunidad cuando jugábamos
a alguno de aquellos números, y si no salía el nuestro jugábamos otra vez.
Venga, apostemos... Para ganar.
En resumen, las canciones de Lightnin’ Hopkins están llenas de elementos
cotidianos, historias de tiempos duros, reflexiones sobre el pasado, tanto más
crudas y dramáticas cuanto más ligadas a un fuerte compromiso social.
Cuando el palpitante y sinuoso «beat» del rhythm and blues y de la nueva música
eléctrica empezó a invadir las calles de Estados Unidos, Sam se retiró a
Houston, a la pequeña y querida Dowling Street, donde a finales de los sesenta
(en pleno blues revival) fue literalmente abordado por Sam Charters, quien, con
una pequeña grabadora y un micrófono, captó sus matices más espontáneos y
desencantados. Así, paradójicamente, se inició un período de gran fortuna para
Hopkins. Entonces realizó sus célebres grabaciones para Folkways y dio una
larga serie de conciertos en los campus universitarios y en los cada vez más
frecuentes festivales de folk-blues. En los últimos años de su vida (murió de
cáncer el 30 de enere de 1982) tuvo lugar un inevitable relajamiento artístico
y creativo. Sin embargo, permanece el músico y autor de gran sensibilidad, uno
de los últimos storyteller que consiguió fundir mágicamente, con extraordinaria
espontaneidad, la tradición rural con las exigencias de las nuevas modalidades
expresivas.
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