jueves, 1 de junio de 2017

El gigante Verlioka - Parte 2


El anciano, cansado de esperarlas, perdió la paciencia y dijo a su mujer:
— ¿Por qué tardan tanto en volver las niñas? Se habrán entretenido charlando con los mozos; mientras tanto los gorriones devorarán mis guisantes. Ve y llámalas a casa.
La anciana bajó de su lecho, sobre la estufa, cogió un bastón, salió al patio y se encaminó al huerto, donde se encontró a sus nietas sin vida; al percibir a Verlioka comprendió que aquella desgracia era obra del gigante, y, llena de dolor y de ira, se abalanzó a él y se agarró a sus barbas, con lo que Verlioka la mató con mucha más facilidad.

En tanto, el anciano, lleno de impaciencia, se levantó de la mesa, rezó sus oraciones y se fue despacito al huerto para ver lo que les había sucedido a su mujer y a sus nietas. Una vez allí vio a sus queridas niñas tendidas en el suelo como si durmiesen tranquilamente; pero una de ellas tenía toda la frente ensangrentada y en el cuello de la otra se veía la señal de cinco dedos; en cuanto a la anciana, estaba tan destrozada que era imposible reconocerla.

El desgraciado viejo lloró con desconsuelo, gimiendo y lamentándose durante un largo rato; pero poco a poco se tranquilizó, volvió a su cabaña, cogió un cayado de hierro y, lleno de ira y de ideas de venganza, se dirigió en busca de Verlioka para matarlo.

Después de andar bastante tiempo llegó a un estanque donde estaba nadando una Oca sin cola, la cual al ver al anciano empezó a gritarle:
— ¡Así! ¡Así! Estaba segura de que vendrías; por eso te esperaba. 
— ¿Cómo te va, abuelo?
— Buenos días, Oca. ¿Por qué me esperabas?
— Porque sabía que no perdonarías ni aun al mismo Verlioka la muerte de tu mujer y de tus nietas.
— ¿Y tú conoces a ese monstruo?
— ¡Ya lo creo! ¿Cómo no he de conocerle? Me acuerdo muy bien del día en que se puso a pegar en este mismo sitio a un desgraciado. Yo entonces tenía la costumbre de decir ¡Ay!, ¡Ay!, 


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