En tiempos remotos hubo
un verano tan caluroso que la gente no sabía dónde esconderse para librarse de
los ardientes rayos del Sol, que quemaban sin piedad. Coincidiendo con esta
época de calor apareció una gran plaga de moscas y de mosquitos, que picaban a
la desgraciada gente de tal modo que de cada picadura saltaba una gota de
sangre. Pero al mismo tiempo se presentó el valiente Mizguir, incansable
tejedor, que empezó a tejer sus redes, extendiéndolas por todas partes y por
todos los caminos por donde volaban las moscas y los mosquitos.
Un día una mosca que iba volando fue cogida en
las redes de Mizguir.
Éste se precipitó sobre ella y empezó a
ahogarla; pero la Mosca suplicó a Mizguir:
— ¡Señor Mizguir! ¡No me mates! ¡Tengo tantos
hijos, que si los pobres se quedan sin mí, como no tendrán qué comer,
molestarán a la gente y a los perros!
Mizguir tuvo compasión de la Mosca y la dejó
libre. Ésta echó a volar, zumbando y anunciando a todos sus compañeros:
— ¡Cuidado, moscas y mosquitos! ¡Escondeos bien
bajo el tronco del chopo! ¡Ha aparecido el valiente Mizguir y ha empezado a
tejer sus redes, poniéndolas por todos los caminos por donde volamos nosotros y
a todos matará!
Las moscas y los mosquitos, a todo correr, se
escondieron debajo del tronco del chopo, permaneciendo allí como muertas.
Mizguir se quedó perplejo al ver que no tenía caza; a él no le gustaba padecer
hambre. ¿Qué hacer? Entonces llamó al grillo, a la cigarra y al escarabajo, y
les dijo:
— Tú, Grillo, toca la corneta; tú, Cigarra, ve
batiendo el tambor, y tú, Escarabajo, vete debajo del tronco del chopo. Id
anunciando a todos que ya no vive el valiente Mizguir, el incansable tejedor;
que le pusieron cadenas, lo enviaron a Kazán, le cortaron la cabeza sobre el
patíbulo y luego fue despedazado.
El Grillo tocó la corneta, la Cigarra batió el
tambor y el Escarabajo se dirigió bajo el tronco del chopo y anunció a todos:
— ¿Por qué permanecéis ahí como muertos? Ya no
vive el valiente Mizguir; le pusieron cadenas, lo mandaron a Kazán, le cortaron
la cabeza en el patíbulo y luego fue despedazado.
Se alegraron mucho las moscas y los mosquitos,
salieron de su refugio y echaron a volar con tal aturdimiento que no tardaron
en caer en las redes del valiente Mizguir. Éste empezó a matarlos, diciendo:
— Tenéis que ser más amables y visitarme con más
frecuencia, para convidarme más a menudo, ¡porque sois demasiado pequeños!
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