miércoles, 27 de junio de 2018

El Zarevich Iván y el Lobo Gris - Parte 4

Al atardecer, salió Elena la Bella al jardín para dar un paseo, acompañada de sus damas y doncellas, y cuando llegaron junto a los zarzales donde estaba escondido el Lobo Gris, éste les salió al encuentro, cogió a la infanta, saltó la verja y desapareció. Las damas y las doncellas pidieron socorro y mandaron a los guardianes que persiguieran al Lobo Gris. Éste llevó a la infanta junto a Iván Zarevich y le dijo:
— Móntate, Iván; coge en brazos a Elena la Bella y vámonos en busca del zar Afrón.
Iván, al ver a Elena, prendóse de tal modo de sus encantos, que se le desgarraba el corazón al pensar que tenía que dejársela al zar Afrón, y sin poderse contener rompió en amargo llanto.
— ¿Por qué lloras? — preguntóle entonces el Lobo Gris.
— ¿Cómo no he de llorar si me he enamorado con toda mi alma de Elena y ahora es preciso que se la entregue al zar Afrón?
— Pues escúchame — contestóle el Lobo—. Yo me transformaré en infanta y tú me llevarás ante el zar. Cuando recibas el Caballo de las Crines de Oro, márchate inmediatamente con ella, y cuando pienses en mí, volveré a reunirme contigo.
Cuando llegaron al reino del zar Afrón, el Lobo se revolcó en el suelo y quedó transformado en la infanta Elena la Bella; y mientras que el zarevich Iván se presentaba ante el zar con la fingida infanta, la verdadera se quedó en el bosque esperándole.
Alegróse grandemente el zar Afrón al verlos llegar, e inmediatamente le dio el caballo prometido, despidiéndole con mucha cortesía.
Iván Zarevich montó sobre el caballo, llevando consigo a la infanta, y se dirigió hacia el reino del zar Dolmat para que le entregase el Pájaro de Fuego.
Mientras tanto el Lobo Gris seguía viviendo en el palacio del zar Afrón. Pasó un día y luego otro y un tercero, hasta que al cuarto le pidió al zar permiso para dar un paseo por el campo. Consintió el zar y salió la supuesta Elena acompañada de damas y doncellas; pero de pronto desapareció sin que las que la acompañaban pudieran decir al zar otra cosa sino que se había transformado en un lobo gris.
Iván Zarevich seguía su camino con su amada, cuando sintió como una punzada en el corazón, y al mismo tiempo se dijo:
— ¿Dónde estará ahora mi amigo el Lobo Gris?
Y en el mismo instante se le presentó éste delante diciendo:
— Aquí me tienes. Siéntate, Iván, si quieres, en mi lomo.
Pusiéronse los tres en marcha y, por fin, llegaron al reino de Dolmat; cerca ya del palacio, el zarevich dijo al Lobo:
— Amigo mío, óyeme y hazme, si puedes, el último favor; yo quisiera que el zar Dolmat me entregase el Pájaro de Fuego sin tener necesidad de desprenderme del Caballo de las Crines de Oro, pues me gustaría mucho poderlo conservar a mi lado.
 

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