miércoles, 21 de noviembre de 2018

La Rana Zarevna - Parte 2


Volvió el zarevich Iván muy triste a su palacio, y se dejó caer con gran desaliento en un sillón.
— ¡Kwa, kwa, zarevich Iván! ¿Por qué estás tan triste? — Le preguntó la Rana—. ¿Acaso te ha dicho tu padre algo desagradable o se ha enfadado contigo?
— ¿Cómo quieres que no esté triste cuando mi señor padre te ha ordenado que tejas en una sola noche una alfombra de seda?
— ¡No te apures, zarevich! Acuéstate y duerme tranquilo. Por la mañana se es más sabio que por la noche.

Acostóse el zarevich y se durmió profundamente; entonces la Rana se quitó su piel y se transformó en la Sabia Basilisa; salió al patio y exclamó:
— ¡Viento impetuoso! ¡Tráeme aquí la misma alfombra sobre la cual solía sentarme en casa de mi querido padre!

Por la mañana, cuando despertó Iván, la Rana tenía ya la alfombra tejida, y era tan maravillosa que es imposible imaginar nada semejante. 

Estaba adornada con oro y plata y tenía dibujos admirables.

Al recibirla el zar se quedó asombrado y dio las gracias a Iván; pero no contento con esto ordenó a sus tres hijos que se presentasen con sus mujeres ante él.

Otra vez volvió triste a su palacio Iván Zarevich; se dejó caer en un sillón y apoyó en su mano su cabeza.
— ¡Kwa, kwa, zarevich Iván! ¿Por qué estás triste? ¿Acaso te ha dicho tu padre algo desagradable o se ha enfadado contigo?
— ¿Cómo quieres que no esté triste? Mi señor padre me ha ordenado que te lleve conmigo ante él. ¿Cómo podré presentarte a ti?
— No te apures, zarevich. Ve tú solo a visitar al zar, que yo iré más tarde; en cuanto oigas truenos y veas temblar la tierra, diles a todos: ‘Es mi Rana, que viene en su cajita’.

Iván se fue solo a palacio. Llegaron sus hermanos mayores con sus mujeres engalanadas, y al ver a Iván solo empezaron a burlarse de él, diciéndole:
— ¿Cómo es que has venido sin tu mujer? — ¿Por qué no la has traído envuelta en un pañuelo mojado?
— ¿Cómo hiciste para encontrar una novia tan hermosa?
— ¿Tuviste que rondar por muchos pantanos? De repente retumbó un trueno formidable, que hizo temblar todo el palacio; los convidados se asustaron y saltaron de sus asientos sin saber qué hacer; pero Iván les dijo:
— No tengáis miedo: es mi Rana, que viene en su cajita.

Llegó al palacio un carruaje dorado tirado por seis caballos, y de él se apeó la Sabia Basilisa, tan hermosísima, que sería imposible imaginar una belleza semejante. Acercóse al zarevich Iván, se cogió a su brazo y se dirigió con él hacia la mesa, que estaba dispuesta para la comida. Todos los demás convidados se sentaron también a la mesa; bebieron, comieron y se divirtieron mucho durante la comida.


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