sábado, 19 de enero de 2019

El Zarevich Cabrito - Parte 2


El zar, al volver de caza y ver a su mujer tan cambiada, le preguntó:
— ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?
— Sí; no estoy bien — contestó ella.
Al día siguiente el zar se fue otra vez de caza mientras que Alenuchka guardaba cama. Vino a verla la hechicera y le dijo: 
— ¿Quieres curarte? Pues ve a la orilla del mar y bebe su agua al amanecer y al anochecer durante siete días.

La zarina hizo caso del consejo, y al llegar el crepúsculo se dirigió a la orilla del mar, donde aguardaba ya la hechicera, la cual la cogió, le ató al cuello una piedra y la echó al mar; Alenuchka se sumergió en seguida. El Cabrito, presintiendo la desdicha, corrió hacia el mar, y al ver desaparecer a su hermana prorrumpió en un llanto muy amargo.

Entretanto, la hechicera se vistió como la zarina, se presentó en palacio y empezó a gobernar.

Llegó el zar de caza y, sin notar el engaño, se alegró mucho al ver que la zarina había recobrado la salud. Sirvieron la cena y se pusieron a cenar.
— ¿Dónde está el Cabrito? — Preguntó el zar.
— Estamos mejor sin él — contestó la hechicera—; he ordenado que no lo dejen entrar, porque me molesta su olor a cabrío.

Al día siguiente, apenas el zar se fue de caza, la hechicera se puso a pegar al pobre Cabrito, y mientras lo apaleaba, le decía: 
— ¡Aguarda, que en cuanto vuelva el zar le pediré que te maten!
Apenas el zar regresó, la hechicera empezó a convencerlo a fuerza de súplicas:
— ¡Da orden de que maten al Cabrito! Me ha fastidiado de tal modo, que no quiero verlo más.
Al zar le dio lástima, pero no pudo defenderlo porque la zarina le suplicaba con tanta tenacidad que no tuvo más remedio que consentir que lo matasen.

Pocas horas después, el Cabrito, viendo que ya estaban afilando los cuchillos para cortarle la cabeza, corrió al zar y le rogó:
— ¡Señor! Permíteme ir a la orilla del mar para beber allí agua y limpiar mis entrañas.

El zar le dio permiso y el Cabrito corrió a toda prisa hacia el mar. 
Se paró en la orilla y exclamó con voz lastimera:
— ¡Alenuchka, hermanita mía, sal a la orilla! ¡Han encendido ya las hogueras, las calderas están llenas de agua hirviente, están afilando los cuchillos de acero para matarme! ¡Pobre de mí!
Alenuchka le contestó:
— ¡Ivanuchka, hermanito mío, la piedra que está atada a mi cuello pesa demasiado, las algas sedosas se enredaron a mis pies, la arena amarilla se amontonó sobre mi pecho, la feroz serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!

El pobre Cabrito se echó a llorar y se volvió a palacio.
A mediodía vino otra vez a pedir permiso al zar, diciéndole:
— ¡Señor! Permíteme ir a la orilla del mar para beber agua y limpiar mis entrañas.

El zar volvió a darle permiso y el Cabrito corrió a todo correr hacia el mar, se paró en la orilla y exclamó:
— ¡Alenuchka, hermanita mía, sal a la orilla! ¡Han encendido ya las hogueras, las calderas están llenas de agua hirviente, están afilando los cuchillos de acero para matarme! ¡Pobre de mí!
Alenuchka le contestó:
— ¡Ivanuchka, hermanito mío, la piedra que está atada a mi cuello pesa demasiado, las algas sedosas se enredaron a mis pies, la arena amarilla se amontonó sobre mi pecho, la feroz serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!

El pobre Cabrito se echó a llorar y volvió otra vez a palacio. 

Entonces el zar pensó: ‘¿Por qué el Cabrito quiere ir siempre a la orilla del mar?’

Y cuando vino por tercera vez a pedirle permiso diciéndole: ‘¡Señor! Déjeme ir a la orilla del mar para beber agua y lavar mis entrañas’, lo dejó ir y se fue tras él.

Llegados a la orilla, oyó al Cabrito, que llamaba a su hermana.
— ¡Alenuchka, hermanita mía, sal a la orilla! ¡Han encendido ya las hogueras, las calderas están llenas de agua hirviente, están afilando los cuchillos de acero para matarme! ¡Pobre de mí!
Alenuchka le contestó:
— ¡Ivanuchka, hermanito mío, la piedra que está atada a mi cuello pesa demasiado, las algas sedosas se enredaron a mis pies, la arena amarilla se amontonó sobre mi pecho, la feroz serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!

Pero el Cabrito empezó a suplicar, llamándola con voz tiernísima, y entonces Alenuchka, haciendo un gran esfuerzo, subió de las profundidades del mar y apareció en la superficie. El zar la cogió, desató la piedra que tenía atada al cuello, la sacó a la orilla y le preguntó lleno de asombro:
— ¿Cómo te ha sucedido tal desgracia?

Ella le contó todo, el zar se alegró muchísimo y el Cabrito también, manifestando su alegría con grandes saltos. Los árboles del jardín de palacio reverdecieron, las plantas florecieron y todo alrededor de palacio se llenó de risa y júbilo.

En cuanto a la hechicera, el zar dio orden de ejecutarla. En el centro del patio encendieron una gran hoguera y en ella quemaron a la bruja.




Después de haber hecho justicia, el zar, su mujer y el Cabrito vivieron felices y en paz, aumentando sus bienes y sin separarse nunca.

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