sábado, 5 de enero de 2019


Entró sigilosamente en él y salió a su encuentro una Zorra.
— ¿Qué te pasa? — Le preguntó ésta—. ¿Por qué andas tan despacito?
— Tengo miedo de encontrar al Oso, que se ha enfadado conmigo, amenazándome con matarme si me atrevo a entrar en el bosque.
— No te apures, yo te salvaré; pero dime lo que me darás en cambio. El campesino hizo una reverencia a la Zorra y le dijo:
— No seré avaro: si me ayudas, te daré una docena de gallinas.
— Conforme. No temas al Oso; corta la leña que quieras y entre tanto yo daré gritos fingiendo que han venido cazadores. Si el Oso te pregunta qué significa ese ruido dile que corren los cazadores por el bosque persiguiendo a los lobos y a los osos.

El campesino se puso a cortar leña y pronto llegó el Oso corriendo a todo correr.
— ¡Eh, viejo amigo! ¿Qué significan esos gritos? — Le preguntó el Oso.
— Son los cazadores que persiguen a los lobos y a los osos.
— ¡Oh, amigo! ¡No me denuncies a ellos! Protégeme y escóndeme debajo de tu carro — le suplicó el Oso, todo asustado.
Entretanto la Zorra, que gritaba escondiéndose detrás de los zarzales, preguntó:
— ¡Hola, campesino! ¿Has visto por aquí a algún oso?
— No he visto nada — dijo el campesino.
— ¿Qué es lo que tienes debajo del carro?
— Es un tronco de árbol.
— Si fuese un tronco no estaría debajo del carro, sino en él y atado con una cuerda.

Entonces el Oso dijo en voz baja al campesino:
— Ponme lo más pronto posible en el carro y átame con una cuerda.

El campesino no se lo hizo repetir. Puso al Oso en el carro, lo ató con una cuerda y empezó a darle golpes en la cabeza con el hacha hasta que lo mató.
Pronto acudió la Zorra y dijo al campesino:
— ¿Dónde está el Oso?
— Ya está muerto.
— Está bien. Ahora, amigo mío, tienes que cumplir lo que me prometiste.
— Con mucho gusto, amiguita; vamos a mi casa y allí te daré las gallinas.

El campesino se sentó en el carro y se dirigió a su casa, y la Zorra iba corriendo delante.

Al acercarse a su cabaña, el campesino silbó a sus perros azuzándolos para que cogiesen a la Zorra. Ésta echó a correr hacia el bosque, y una vez allí se escondió en su cueva. Después de tomar aliento empezó a preguntar:
— ¡Hola, mis ojos! ¿Qué habéis hecho mientras corría?
— ¡Hemos mirado el camino para que no dieses un tropezón!
— ¿Y vosotros, mis oídos?
— ¡Hemos escuchado si los perros se iban acercando!
— ¿Y vosotros, mis pies?
— ¡Hemos corrido a todo correr para que no te alcanzaran los perros!
— Y tú, rabo, ¿qué has hecho?
— Yo — dijo el rabo— me metía entre tus piernas para que tropezases conmigo, te cayeses y los perros te mordiesen con sus dientes.
— ¡Ah, canalla! — Gritó la Zorra—. ¡Pues recibirás lo que mereces! — Y sacando el rabo fuera de la cueva, exclamó—: ¡Comedlo, perros!

Éstos cogieron con sus dientes el rabo, tiraron, sacaron a la Zorra de su cueva y la hicieron pedazos.



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