Escrito por Carlos Zúmer
Vino al mundo con seis cuerdas bajo el
brazo. Creció al revoltijo del negocio nómada de su familia, en una caravana de
artistas y vendedores itinerantes de poca monta y escasa fortuna. Arrebujado
con una manada muy numerosa Django y compañía se instalaron a las afueras de
París de manera más o menos permanente. Allí se echó a rasguear con el
convencimiento del oficio y el duende de un encantador de serpientes. Arrancaba
notas febriles y agitaba sin piedad caderas, cuellos, pies reacios a bailar.
Django fue la música popular en Europa cuando allí solo había cuadros
descompuestos y películas tenebristas. Desató un furor inédito en la época. El
swing europeo lo alumbró un gitano como los negros del algodón parieron la
semilla del jazz en Estados Unidos.
Django Reinhardt (1910, Liberchies, Bélgica) aprendió a tocar
dos veces. La primera vez tenía apenas doce años y ya manoseaba las cuerdas
como si las hubiera tentado en el útero. Le dieron un banjo como un regalo
oportuno. La segunda vez Django tuvo que reaprender por mera supervivencia. Con
dieciocho años un incendio en la caravana donde dormía le produjo quemaduras
severas en varias zonas de su cuerpo. En concreto, se temió por su pierna
derecha y por su mano izquierda. Salvó la pierna y salvó la mano, pero fue el
accidente lo que lo pasó del banjo a la guitarra. Su hermano le llevó una al
hospital donde pasó ingresado más de un año y Django se hizo a ella con
intuición y sin pérdida de tiempo. Cambió su técnica ante la atrofia inevitable
de los dedos anular y meñique. Al punto el gitano desafió los augurios médicos
y se rehízo volviendo a caminar sin dificultad y echándose a bailar otra vez
sobre los trastes de su nuevo instrumento. En adelante se concentraría
formalmente en la guitarra y la haría su razón de trabajo. El fuego lo cambió
de ingenio. Tesis, antítesis, síntesis.
En 1930 Django Reinhardt era un
prometedor guitarrista de veinte años. Dos cosas se cruzaron en su camino: el
jazz norteamericano y Stéphane Grappelli. Respecto a lo primero, la
música de América se filtró despacio hasta Europa. Django se movía
generosamente por los ambientes musicales de la zona y no tardó en toparse con
ella y capturarla en sus oídos. La influencia pionera de ultramar se dejó
sentir con fuerza en los círculos musicales de París. Louis Armstrong y
las Big Band traían un nuevo sonido de inusual vuelo rítmico a
una Europa con escasa germinación jazzística. Por su parte, el
huérfano y precoz violinista Grappelli uniría caminos con Django Reinhardt a
poco de conocerlo. En alguna de sus dos cabezas, o un poco en ambas, germinó la
inusual idea de unir sus instrumentos para formar un grupo únicamente de
cuerda. Aunque atípico, con el tiempo se demostraría un buen invento.
En 1934 Django y Grappelli formarían el
exitoso Quintette du Hot Club de France. Era una banda
singular de relaciones variopintas. A las guitarras rítmicas estaba Joseph
Reinhardt, el propio hermano de Django, con el que siempre le unió una
relación irregular y al que siempre mantuvo en la sombra; y Roger
Chaput, el único músico del grupo que no era gitano. Por su parte, el
bajista Louis Vola, más equilibrado que sus colegas, se instauró
pronto como el mediador oficial entre Django y Grappelli, guitarra solista y
violín, hombres más destacados del quinteto y que tuvieron siempre sus más y
sus menos dentro y fuera de los escenarios, aunque no quisieran otro socio que
no fuera el otro. En alguna ocasión había alguna baja o sustitución, uno de
ellos era reemplazado o se incorporaba un vocalista, como fue el caso del
polifacético compositor Freddy Taylor. En cualquier caso, era una
formación peculiar al disponer solamente de cuerda y prescindir del piano, la
percusión y el viento. Quizá fue esta rareza la que lo hizo más especial y más
interesante para el público. Sea como sea la popularidad del Quintette prendió
como la pólvora por toda Francia y e incluso por el resto de Europa, siendo el
trampolín de un Reinhardt que lo capitaneaba con henchida y despreocupada
soltura. Hasta 1939 Django, Grappelli, Joseph, Chaput y Vola ganaron mucho
dinero y se hicieron realmente conocidos. Pero llegó la guerra.
La Segunda Guerra Mundial dio portazo al
grupo. Grappelli optó por quedarse en Londres y Reinhardt volvió a París.
Cuando la blitzkrieg puso a Europa de rodillas y también
cayera Francia en mayo de 1940, Django no quiso marcharse del país. Fue una
temeridad o una apuesta arriesgada. La persecución de los nazis contra los
gitanos no se hizo esperar y varios compañeros y familiares de Reinhardt fueron
perseguidos. Sin embargo, Django siguió tocando con regularidad y su estrella
continuó brillando con ganas. Su fama le brindó cierta protección con los
alemanes, fanáticos pero siempre románticos y dispuestos a oír música todas las
noches.
Tocó con músicos variopintos, grupos improvisados con retazos de acá y
de allá, incluso introdujo un clarinete en sus formaciones. Cuenta la leyenda
que un general nazi, Dietrich Schulz-Köhn, acogió a Reinhardt como
su protegido y libró al músico cíngaro de las penalidades que habían caído
sobre sus iguales. Siempre según la leyenda, el consabido general era
apodado Doktor Jazz por su indisimulada melomanía. En tiempos
de guerra, Schulz-Köhn estaba más interesado que nunca en seguir disfrutando
del swing de las figuras locales, y en efecto consiguió que la estrella del
momento continuara su actividad. Paradójicamente, para completar el enredo, la
música de Django y otros músicos de su entorno se destacó pronto como uno de
los estandartes de la resistencia francesa. Aunque ante la incertidumbre
Reinhardt intentaría salir del país varias veces, la frágil pero privilegiada
posición del guitarrista manouche le brindó el necesario
paraguas durante una guerra que se prolongó, afortunadamente, menos de lo que
los más pesimistas pudieron pensar.
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