Era la hora de la siesta y el zorro andaba por el monte dando vueltas, hablando solo, buscando qué comer. Tenía tanta hambre que le sonaba la panza.
Desde que la chuña había hecho su nido en el patio de la casa del hombre, él no se podía acercar al gallinero.
El ave era muy
buena guardiana, se pasaba todo el día vigilando los movimientos de la casa.
Cada vez que él aparecía gritaba fuerte y lo sacaba corriendo.
El zorro llevaba días pensando cómo podía hacerse amigo de la chuña.
“Si la invito a
comer, nos haremos amigos y voy a poder acercarme al gallinero a saborear unos
tiernos pollitos.”
Y así fue. Después
de ensayar un tono amable, se acercó y la invitó a almorzar.
La chuña, primero,
lo escuchó medio desconfiada, pero, ante la insistencia y la promesa de la rica
comida, aceptó.
Cuando llegó el
día, fue a su cueva.
El zorro le ofreció
una deliciosa miel de abejas que había juntado en el monte; sirvió un montón de
miel dorada y sabrosa sobre una piedra muy chata. Angurriento como él solo,
lamió la piedra hasta dejarla limpita y se relamió los bigotes satisfecho.
La chuña, con su pico, apenas si pudo tomar unas gotas. Se sintió engañada. “Zorro de porquería, ya me las vas a pagar”, pensó. Y decidió invitarlo a comer, para vengarse.
El zorro aceptó
contento, pensando que todo iba bien.
“Qué bien, nos
estamos haciendo amigos. Ya estoy más cerca del gallinero.”
Algunos días
después, se encontraron bajo el nido de la chuña.
Ahí vio que la cena
estaba servida en una vasija de cuello fino.
La chuña metía su
pico en el recipiente y tomaba deliciosos tragos de miel.
El zorro intentaba
meter el hocico, estiraba la lengua y no había caso, imposible tomar ni una
gota.
Pasó el tiempo, y
dicen que todavía sigue rondando el gallinero y pensando cómo hacerse amigo de
la chuña para acercarse a comer unos tiernos pollitos.
https://imaginaria.com.ar/2010/01/dos-relatos-tradicionales-del-norte-argentino-contados-por-laura-roldan/
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