sábado, 23 de febrero de 2013

UN DESCENSO AL MAELSTRÖM - parte 2

A los pocos minutos se produjo en la escena un cambio completo: la superficie general comenzó a ser más uniforme, los torbellinos desaparecieron uno a uno y aparecieron enormes fajas de espuma allí donde no se veían antes ni señales de ella. Estas fajas se extendieron al fin a gran distancia y, combinándose entre sí, tomaron el movimiento giratorio de los torbellinos calmados, pareciendo formar el germen de un vértice más vasto. De pronto, este último pareció aislarse y definirse mejor, en un círculo de más de una milla de diámetro; en su borde se veía una ancha faja de espuma luminosa, sin que una sola partícula se deslizase en la boca del terrible embudo, cuyo interior, por lo que se podía ver, presentaba un muro líquido y brillante, de color negro, que formaba con el horizonte un ángulo de 45 grados. Giraba sobre sí mismo bajo la acción de un movimiento vertiginoso y producía un estruendo terrorífico que participaba a la vez de grito y de mugido, pero de tal naturaleza que ni aún en la catarata del Niágara se oyó nunca cosa semejante cuando está agitada por las más violentas convulsiones.
La montaña temblaba desde sus cimientos y oscilaban las rocas. Me dejé caer boca abajo, y me aferré al escaso herbaje en un exceso de agitación nerviosa.
-Eso -dije al fin al anciano- no puede ser otra cosa sino el gran torbellino del Maelström.
-Algunas veces se llama así -repuso mi interlocutor-, pero nosotros los noruegos le damos el nombre de Moskoe-Strom, de la isla de Moskoe, que está situada a medio camino.
Las descripciones comunes de este torbellino no me habían preparado de ningún modo para lo que veía: la de Jonás Ramus, que es tal vez la más detallada, no da la menor idea de la magnificencia y el horror del cuadro, ni tampoco de la extraña y agradable sensación de novedad que confunde al espectador. No sé precisamente desde qué punto de vista ni a qué hora lo vio el escritor citado, pero no sería seguramente ni desde la cima de Helseggen ni durante una tempestad. Sin embargo, se pueden citar algunos párrafos de su descripción por los detalles, aunque sean insuficientes para dar idea del espectáculo.
"Entre Lofoden y Moskoe -dice- la profundidad del agua es de 36 a 40 brazas; mas por el lado de Ver (quiere decir Vurrgh) esta profundidad disminuye hasta el punto de que un barco no podría buscar paso alguno sin exponerse al peligro de quedar destrozado sobre las rocas, lo cual puede suceder en el tiempo más sereno. Cuando viene la marea, la corriente se lanza en el espacio comprendido entre Lofoden y Moskoe con una rapidez tumultuosa, y el mugido de su terrible reflujo sobrepuja el de las más altas e imponentes cataratas; el estruendo se oye a la distancia de varias leguas, y los torbellinos tienen tal extensión y profundidad que si un buque penetra en el radio de su atracción será absorbido inevitablemente, arrastrado al fondo y destrozado contra las rocas: si la corriente afloja, los restos salen a la superficie. Sin embargo, estos intervalos de tranquilidad sólo se observan entre el flujo y el reflujo, en tiempo sereno, y no durante más de un cuarto de hora, y se reproduce después poco a poco la violencia de la corriente.
"Cuando el agua se agita más, acrecentándose su fuerza por la tempestad, es peligroso acercarse, aunque sea a la distancia de una milla noruega, pues varias barcas y buques fueron arrastrados antes de hallarse al alcance de su atracción, por no haberse tenido suficiente prudencia. Bastante a menudo sucede que varias ballenas se aproximan demasiado a la corriente y quedan dominadas por el irresistible ímpetu de aquélla; sería imposible dar idea de los mugidos y esfuerzos de estos animales para huir de aquel sitio.

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