sábado, 23 de febrero de 2013

UN DESCENSO AL MAELSTRÖM - parte 3

"Cierto día, un oso que trataba de pasar a nado el estrecho entre Lofoden y Moskoe fue atrapado por la corriente y arrastrado al fondo, habiéndose oído sus mugidos desde la orilla. Inmensos troncos de pinos y pinabetes, sepultados en las aguas, reaparecen destrozados, lo cual indica claramente que el fondo se compone de rocas puntiagudas, sobre las cuales rodaron de un lado a otro. Esa corriente se regula por el flujo y reflujo del mar, que se verifica siempre de seis en seis horas. En el año 1645, el domingo de sexagésima, muy de mañana, las aguas se precipitaron con tal estrépito e impetuosidad que algunas piedras fueron arrancadas de las casas de la costa."
En cuanto a la profundidad del agua, no comprendo cómo se ha podido reconocer en la inmediación del torbellino. Las "cuarenta brazas" deben de referirse sólo a las partes del canal que están cerca de la orilla, sea de Moskoe o de Lofoden; la profundidad en el centro del Moskoe-Strom debe de ser inconmensurablemente mayor y para asegurarse de ello basta dirigir una mirada oblicua al abismo del torbellino cuando se está en la cima más alta de Helseggen. Al fijar la vista desde esta altura en el temible abismo, no pude menos de reírme de la sencillez con que el bueno de Jonás Ramus refiere, como cosas difíciles de creer, sus anécdotas del oso y de las ballenas, pues me parece cosa muy evidente en sí que el más poderoso buque de línea, al llegar al radio de esa mortal atracción, debe oponer tan poca resistencia como una pluma a un golpe de viento y desaparecer de pronto.
Las explicaciones que se han dado del fenómeno, algunas de las cuales me parecieron bastante plausibles, según recuerdo, eran ahora muy poco satisfactorias para mí: la más generalmente admitida se reduce a que este torbellino, así como los tres más pequeños de las islas de Feroé, "no reconoce otra causa sino el choque de las olas que suben y bajan, durante el flujo y el reflujo, a lo largo de un banco de rocas que encauza las aguas, arrojándolas en forma de catarata; que de este modo, cuanto más se eleva la marea, más profunda es la caída, y que el resultado natural es un torbellino cuya prodigiosa fuerza de absorción está suficientemente demos-trada por varios ejemplos". En estos términos se explica la Enciclopedia británica. Kircher y otros imaginan que en medio del canal del Maelström hay un abismo que atraviesa el globo y desemboca en una región muy lejana, y hasta se ha dicho una vez, algo ligeramente, que esa región era el golfo de Botnia. Esta opinión, bastante pueril, era, sin embargo, la que más acertada me parecía al contemplar aquel sitio, y como se lo manifestase así a mi interlocutor, me sorprendió bastante oírle decir que, si bien éste era el parecer de los noruegos en general, él no pensaba así. Añadió que no podía comprender semejante idea, y al fin convine en lo mismo, pues por concluyente que sea en el papel, se hace de todo punto ininteligible y absurda junto al trueno del abismo.
-Ahora que ya ha visto usted el torbellino -me dijo mi compañero-, si quiere que nos deslicemos detrás de esa roca y nos coloquemos de modo que se amortigüe el estrépito de las aguas, le referiré una historia, suficiente para convencerlo de que debo de saber alguna cosa del Moskoe-stróm.
Me situé como indicaba y comenzó en estos términos:
"Mis hermanos y yo poseíamos en otro tiempo un queche aparejado de goleta, de setenta toneladas poco más o menos, del cual nos servíamos para pescar generalmente entre las islas situadas más allá de Moskoe, cerca de Vurrgh. Todos los violentos remolinos del mar dan abundantes peces, con tal que se llegue en tiempo oportuno y se tenga el valor necesario para arrostrar la aventura, pero de todos los hombres de la costa de Lofoden, sólo nosotros tres nos atrevíamos a ir a las islas. Las pesquerías ordinarias están mucho más abajo, hacia el sud. Allí se puede pescar bastante a todas horas, sin mucho riesgo, y naturalmente esos parajes son preferidos, pero los sitios mejores, por aquí, entre las rocas, no solo dan el pescado de mejor calidad, sino también mucho más abundante, tanto que con frecuencia recogíamos en un solo día lo que los más tímidos no hubieran reunido todos juntos en una semana. Como esto era una especie de especulación desesperada, el riesgo de la vida compensaba el trabajo y el valor hacía las veces de capital.

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