domingo, 1 de diciembre de 2013

Trabajos de Jacques Lacan: La equivocación del sujeto supuesto al saber – Parte 1




¿Qué es el inconsciente? La cosa todavía no ha sido comprendida.

Habiendo sido el esfuerzo de los psicoanalistas, durante décadas, tranquilizar acerca de este descubrimiento, el más revolucionario que haya existido para el pensamiento, y considerar su experiencia como su privilegio -es cierto que lo adquirido seguía siendo de apreciación privada-, las cosas llegaron al punto en que sufrieron la recaída que les provocó este esfuerzo mismo, por estar motivado en el inconsciente: al haber querido tranquilizarse ellos mismos acerca de él, lograron olvidar el descubrimiento.
Les fue mucho más fácil en la medida en que el inconsciente nunca desorienta mejor que al ser cogido in fraganti, pero sobre todo omitieron darse cuenta de lo que Freud empero había denotado sobre él: que su estructura no dependía de ninguna representación, siendo más bien su costumbre tan sólo tenerla en cuenta para con ella enmascararse (Rücksicht auf Darstellbarkeit).
La política que supone toda provocación en un mercado sólo puede ser falsificación: se la proporcionaba entonces inocentemente, en ausencia del socorro de las "ciencias humanas". De este modo no se sabía que querer volver tranquilizante el Unheimlich era hacer una, siendo el inconsciente, por su naturaleza, muy poco tranquilizador.

Admitida la cosa, todo viene bien para servir de modelo que dé cuenta del inconsciente: el pattern del comportamiento, la tendencia instintiva, incluso la huella filogenética en la que se reconoce la reminiscencia de Platón -el alma aprendió antes de nacer-, la emergencia evolutiva que falsea el sentido de las fases llamadas pregenitales (oral, anal) y que despista al impulsar a lo sublime el orden genital... Hay que escuchar a la superchería analítica darse cuenta al respecto: de modo inesperado Francia se distinguió en este punto al llevarla hasta el ridículo. Se corrige porque se sabe todo lo que puede encubrirse así: dado el caso, el menos discreto, la coprofilia.
Agreguemos a la lista la teología, para escindir los fines de la vida de los fines de la muerte. Todo esto por no ser más que representación, intuición siempre ingenua y, por qué no decirlo, registro imaginario, indudablemente es aire que infla el inconsciente para todos, incluso canción que despierta las ganas de verlo en alguno. Pero es también estafar a cada quien de una verdad que espejea al ofrecerse tan sólo en falsas capturas.

¿Pero diablos, se me dirá, demostradas falsas en qué pues?. Simplemente en la incompatibilidad en que el engaño del inconsciente se denuncia, en la sobrecarga retórica con que Freud lo muestra argumentar. Estas representaciones se suman, como se dice del caldero, cuyo daño se descarta pues no me fue prestado:
1) pues, cuando lo tuve, ya estaba agujereado,
2) pues estaba perfectamente nuevo,
3) en el momento de devolverlo.

Y métete eso que me muestras donde quieras.
De todos modos no cosecharemos del discurso del inconsciente la teoría que de él da cuenta.
Que el apólogo de Freud cause risa, prueba que da en el clavo. Pero no disipa el oscurantismo que lo relega al rango de pasatiempo.
Fue así como hice bostezar durante tres meses a mi auditorio, al descolgar la araña con la que creí haberlo iluminado de una vez por todas, demostrándole en el Witz de Freud (chiste se lo traduce) la articulación misma del inconsciente. No fue elocuencia lo que me faltó, créaseme, ni, me atrevo a decirlo, el talento.


Palpé allí la fuerza cuyo resultado es el Witz sea desconocido para el batallón de los Institutos de psicoanálisis, que el "psicoanálisis aplicado" fuese asunto de Ernst Kris, el no médico del trío neoyorquino, y que el discurso sobre el inconsciente sea un discurso condenado: que sólo se sostiene, en efecto, desde el puesto sin esperanza de todo metalenguaje.

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