Falta decir aún que los astutos lo son menos que el
inconsciente y esto es lo que sugiere el oponerlo al Dios de Einstein. Se
sabe que ese Dios para nada era para Einstein una forma de expresarse, más bien
hay que decir que lo palpaba a partir de lo que se imponía: ciertamente era
complicado, pero no deshonesto.
Esto quiere decir que lo que Erinstein considera en la
física (y éste es un hecho de sujeto) su partenaire, no es mal jugador, ni
siquiera es jugador, nada hace para despistarlo, no se las da de listo.
¿Basta acaso fiarse del contraste del que se deduciría,
señalémoslo, hasta que punto el inconsciente es más simple; y porque engañe a
los astutos, hay que considerar que es más hábil que nosotros en lo que creemos
conocer muy bien bajo el nombre de deshonestidad? Aquí es donde hay que ser
prudente.
No basta con que sea taimado o al menos que lo parezca. Los
novatos llegan rápidamente a esta conclusión, resultando luego recargada toda
su deducción. ¡A Dios gracias! Para aquellos con quien tuve que vérmelas tenía
yo a mi alcance la historia hegeliana, llamada de la astucia de la razón, para
hacerles ver una diferencia que quizás nos permita comprender por qué están
perdidos de antemano.
Observemos lo cómico -nunca se los señalé, pues con las
disposiciones que acabamos de verles, ¿dónde habría terminado todo esto?-, lo
cómico de esa razón que necesita de esos rodeos interminables ¿para llevarnos
hasta qué? Hasta lo que se designa por el fin de la historia como saber absoluto.
Recordemos aquí la irrisión de un tal saber que pudo forjar
el humor de un Queneau, por haberse formado en Hegel en los mismos pupitres que
yo, o sea su "domingo de la vida" o el advenimiento del holgazán y
del vago, ¿mostrando en una pereza absoluta el saber apropiado para satisfacer
al animal?, o solamente la sabiduría que la risa sardónica de Kojève, que fue
maestro de ambos, autentifica.
Atengámonos a este contraste: la astucia de la razón al fin
pone sus cartas sobre la mesa.
Esto nos remite a algo que mencionamos un poco a la ligera.
Si la ley de la naturaleza (Dios de la física) es complicada, ¿cómo puede ser
que sólo la alcancemos al jugar la reglas del pensamiento simple, a la que
entendemos así: la que no redobla su hipótesis de modo que ninguna de ellas sea
superflua? ¿Lo que así asumió la imagen del filo de la navaja en la mente de
Occam, no nos permitiría, gracias a lo mucho que sabemos, rendir homenaje
al inconsciente por un filo que, en suma, se reveló bastante tajante?
Esto nos introduce mejor quizás a ese aspecto del
inconsciente por el cual éste no se abre si primero no se cierra. ¿Se
vuelve entonces más coriáceo a una segunda pulsación? La cosa es clara a partir
de la advertencia donde Freud previó tan bien lo que comenzamos por destacar acerca
del agravamiento de la represión que se produjo en la clínica media, fijándose
en sus discípulos para agregarle al suyo, con una propensión mucho mejor
intencionada, en la medida en que era menos intencional, a ceder a lo
irresistible del conductismo para forjar ese camino.
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