Imposible volver a encontrar el inconsciente sin arremeter
con todo porque su función es borrar el sujeto. De allí los aforismos de Lacán: "El
inconsciente está estructurado como un lenguaje" o también: "El
inconsciente, es el discurso del Otro".
Esto recuerda que el inconsciente no es perder la memoria, es
no acordarse de lo que se sabe. Pues hay que decir según el uso del no-purista:
"yo me acuerdo de ello" (je m'en rappelle) o sea: me llamo (rappelle)
al ser (de la representación) a partir de ello. ¿A partir de qué? De un
significante.
No me acuerdo más de ello. Eso quiere decir que no me
encuentro allí adentro. Esto no me incita a ninguna representación donde se
pruebe que habité allí.
Esa representación es lo que se llama recuerdo. Deslizar
allí el recuerdo se debe a la confusión que hubo hasta ahora entre dos fuentes:
1) La inserción del ser vivo en la realidad que es lo que de
ella imagina y que puede calibrarse por el modo en que ante ella reacciona;
2) el lazo del sujeto con un discurso del que puede ser
suprimido, es decir, no saber que ese discurso lo implica.
El formidable cuadro de la amnesia llamada de identidad
debería ser edificante en este punto.
Hay que implicar aquí que el uso de nombre propio, por el
hecho de ser social, no revela que éste sea su origen. De aquí en más puede
perfectamente llamarse amnesia el orden de eclipse que se suspende a su
pérdida: en él el enigma se distingue aún mejor, pues el sujeto no pierde
para nada el beneficio de lo aprendido.
Todo lo tocante al inconsciente sólo juega sobre efectos de
lenguaje. Es algo que se dice, sin que el sujeto se represente ni se diga
allí: sin que se sepa qué dice.
Esta no es la dificultad. El orden de indeterminación
que constituye la relación del sujeto con un saber que lo supera resulta, puede
decirse, de nuestra práctica, que lo implica en la medida en que ella es
interpretativa.
Pero que pueda haber en él un decir que se diga sin que uno
(on) sepa quién lo dice, es precisamente lo que se le escapa al pensamiento, es
una resistencia ón-tica, una resistencia gesticulante.
(Juego con la palabra on en francés, de la que hago, no sin
razón, un soporte del ser, un óv, un ente y no la figura de la omnitud: en
suma el sujeto supuesto al saber).
Si on, uno, la omnitud, acabó acostumbrándose a la
interpretación, lo hizo mucho más fácilmente en la medida en que desde hace
añares la religión la habituó a ella.
Incluso es de este modo con cierta obscenidad universitaria,
la que se denomina hermenéutica, hace su agosto con el psicoanálisis.
En nombre del pattern y del filos ya evocado, del
patrón-amor que es la piedra filosofal del fiduciario intersubketivo y sin que
nadie se haya detenido nunca en el misterio de esta heteróclita Trinidad, la
interpretación brinda amplia satisfacción... apropósito, ¿a quién? Ante
todo al psicoanalista que despliega en ella el moralismo bendecidor cuyas
intimidades acabo de exponer.
Es decir, que se cubre por actuar siempre en función del
bien: conformismo, herencia y fervor reconciliador constituyen la triple mama
que éste ofrece al pequeño número de quienes, por haber oído su llamado, ya son
elegidos.
Así, las piedras con las que tropieza su paciente no son más
que los adoquines de sus propias buenas intenciones, modo, sin duda, para el
psicoanalista de no renegar de la esfera de influencia del infierno a la que
Freud se había resignado (Si nequeo flectere Superos...).
Pero no es quizá con esta pastoral, con estas palabras de
pastoril poesía como Freud procedía. Basta con leerlo.
Que haya llamado mitología a la pulsión, no quiere decir que
no haya que tomar en serio lo que en ella muestra.
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