El presente comentario permite percatarse de lo que se
formula, al menos para quien lee a Freud en nuestra escuela: que la disciplina
conductista se define por la negación (Verneinung) del principio de realidad.
¿No es esto dar lugar a la operación de la navaja,
subrayando que mi polémica aquí, al igual que en otros lados, no es digresiva,
para demostrar que es en la juntura misma del psicoanálisis con el objeto que
él suscita donde el psicoanalista abre su sentido por ser su desecho práctico?
Puesto que, donde parece que denuncio como traición la
carencia del psicoanalista, ciño la aporía con la que articulo este año el acto
psicoanalítico.
Acto que fundo en una estructura paradójica pues en él
el objeto es activo y el sujeto subvertido, y donde inauguro el método de una
teoría en tanto ésta no puede, con toda corrección, considerarse irresponsable
de los hechos que se comprueban en una práctica.
Así, en el punto sensible de la práctica que hizo palidecer
al inconsciente, ahora tengo que evaluar su registro.
Para ello es necesario lo que diseño de un proceso anudado
por su propia estructura. Toda crítica que fuese nostalgia de un inconsciente
en su primera flor, de una práctica en su audacia todavía salvaje, sería ella
misma puro idealismo. Simplemente nuestro realismo no implica el progreso en el
movimiento que se dibuja con la simple sucesión. No lo implica en modo alguno,
pues lo considera como una de las fantasías más groseras de lo que merece ser
clasificado como ideología de cada época, aquí como efecto de mercado en tanto
que es supuesto por el valor de cambio. Es necesario que el movimiento del
universo del discurso sea presentado al menos como el crecimiento a interés
compuesto de una renta de inversión.
Sin embargo, cuando no hay idea de progreso, ¿cómo apreciar
la regresión, la regresión del pensamiento naturalmente? Observemos incluso
cómo esta referencia al pensamiento está puesta en tela de juicio mientras no
esté definida, pero tampoco podemos definirla hasta tanto no hayamos respondido
a la pregunta qué es el inconsciente. Pues el inconsciente, lo
primero que se puede decir de él, lo que quiere decir su: lo que es, el quod
est, en tanto es el sujeto de todo lo que puede serle atribuido, es lo que, en
efecto, Freud dice en primer término sobre él: son pensamientos.
Asimismo, el término regresión del pensamiento tiene aquí,
de todos modos, la ventaja de incluir la pulsación indicada por nuestros preliminares:
o sea, ese movimiento de retiro depredador cuya succión vacía de algún modo las
representaciones de su implicación de conocimiento, esto, a veces, según la
propia confesión de los autores que se jactan de este vaciamiento (conductista
o mitologizante en el mejor de los casos), otras por sólo sostener la burbuja
al rellenarla con la "parafina" de un positivismo menos adecuado
todavía aquí que en otros lados (migración de la libido, pretendido desarrollo
afectivo).
La reducción del inconsciente a la inconciencia procede del
movimiento mismo del inconsciente, donde el momento de la reducción se
escabulle por no poder medirse al movimiento como su causa.
Ninguna pretensión de conocimiento sería apropiada aquí, ya
que ni siquiera sabemos si el inconsciente tiene ser propio, y es por no poder
decir "eso es" que se lo llamó con el nombre de "eso"
(Es en alemán, o sea: eso, en el sentido en que se dice "eso anda" o
"eso patina"). De hecho, el inconsciente "no es eso", o
bien "es eso, pero sin valor". Nunca a las mil maravillas.
"Soy un tramposo de oficio", dice un niñito de
cuatro años acurrucándose en los brazos de su progenitora ante su padre, quien
acaba de responder "Eres lindo" a su pregunta "¿por qué me
miras?" Y el padre no reconoce allí (aunque el niño haya fingido en el
intervalo haber perdido el gusto de sí desde el día en que habló) el impasse
que él mismo intenta sobre el Otro, jugando al muerto. Le toca al padre que me
lo dijo, el escucharme o no.
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