He aquí el
asunto, teniente Ferrain: usted tendrá que matar a una mujer bonita.
El
rostro del otro permaneció impasible. Sus ojos desteñidos, a través de las
vidrieras, miraban el tráfico que subía por el bulevar Grenelle hacia el
bulevar Garibaldi. Eran las cinco de la tarde, y ya las luces comenzaban a
encenderse en los escaparates. El jefe del Servicio de Contraespionaje observó
el ceniciento perfil de Ferrain, y prosiguió:
-Consuélese,
teniente. Usted no tendrá que matar a la señorita Estela con sus propias manos.
Será ella quien se matará. Usted será el testigo, nada más.
Ferrain
comenzó a cargar su pipa y fijó la mirada en el señor Demetriades. Se
preguntaba cómo aquel hombre había llegado hasta tal cargo. El jefe del
servicio, cráneo amarillo a lo bola de manteca, nariz en caballete, se
enfundaba en un traje rabiosamente nuevo. Visto en la calle, podía pasar por un
funcionario rutinario y estúpido. Sin embargo, estaba allí, de pie, frente al
mapa de África, colgado a sus espaldas, y perorando como un catedrático:
-Posiblemente,
usted Ferrain, experimente piedad por el destino cruel a que está condenada la
señorita Estela; pero créame, ella no le importaría de usted si se encontrara
en la obligación de suprimirlo. Estela le mataría a usted sin el más mínimo
escrúpulo de conciencia. No tenga lástima jamás de ninguna mujer. Cuando alguna
se le cruce en el camino, aplástele la cabeza sin misericordia, como a una
serpiente. Verá usted: el corazón se le quedará contento y la sangre
dulce.
El
teniente Ferrain terminó de cargar su pipa. Interrogó:
-¿Qué
es lo que ha hecho la señorita Estela?
-¿Qué
es lo que ha hecho? ¡Por Cosme y Damián! Lo menos que hace es traicionarnos.
Nos está vendiendo a los italianos. O a los alemanes. O a los ingleses. O al
diablo. ¿Qué sé yo a quién? Vea: la historia es lamentable. En Polonia, la
señorita Estela se desempeñó correctamente y con eficiencia. Esto lo hizo
suponer al servicio que podía destacarla en Ceuta. Los españoles estaban
modernizando el fuerte de Santa Catalina, el de Prim, el del Serrallo y el del
Renegado, cambiando los emplazamientos de las baterías; un montón de diabluras.
Ella no sólo tenía que recibir las informaciones, sino trabajar en compañía del
ingeniero Desgteit. El ingeniero Desgteit es perro viejo en semejantes tareas.
Con ese propósito, el ingeniero compró en Ceuta la llave de un acreditado café.
Estela hacía el papel de sobrina del ingeniero. El bar, concurrido por casi
toda la oficialidad española, fue modernizado. Se le agregaron sólidos
reservados. Un consejo, mi teniente: no hable nunca de asuntos graves en un
reservado. Cada reservado estaba provisto de un micrófono. Consecuencia: los
oficiales iban, charlaban, bebían. Estela, en el otro piso, a través de los
micrófonos, anotaba cuanta palabra interesante decían. Este procedimiento nos
permitió saber muchas cosas. Pero he aquí que el mecanismo informativo se
descompone. El ingeniero Desgteit encuentra con su cabeza una bala perdida que
se escapa de un grupo de borrachos. Supongamos que fueron borrachos auténticos.
Mahomet "el Cojo", respetable comerciante ligado estrechamente a la
cabila de Anghera, cuyos hombres trabajaban en las fortificaciones, es asaltado
por unos desconocidos. Estos lo apalean tan cruelmente, que el hombre muere sin
recobrar el sentido. Y, finalmente, como epílogo de la fiesta, nos llega un
mensaje de la señorita Estela... ¡Y con qué novedad! Un incendio ha destruido
al bar. Por supuesto, toda la documentación que tenía que entregarnos ha
quedado reducida a cenizas.
El
teniente Ferrain movió la cabeza.
-Evidentemente,
hay motivos para fusilarla cuatro veces por la espalda.
El
señor Demetriades se quitó una vírgula de tabaco de la lengua, y
prosiguió:
-Yo
no tengo carácter para acusar sin pruebas; pero tampoco me gusta que me la
jueguen de esa manera. Estela es una mujer habilísima. Naturalmente, ordené que
la vigilaran, y ella lo supone.
-¿Por
qué presume usted que ella se supone vigilada?
-Son
los indicios invisibles. Se sabe condenada a muerte, y está buscando la forma
de escaparse de nuestras manos. Por supuesto, llevándose la documentación.
Ahora bien; ella también sabe que no puede escaparse. Por tierra, por aire o
por agua, la seguiríamos y atraparíamos. Ella lo sabe. Pero he aquí de pronto
una novedad: la señorita Estela descubre una forma sencillísima para evadirse.
He aquí el procedimiento: me escribe diciéndome que siente amenazada su vida, y
de paso solicita que un avión la busque para conducirla inmediatamente a
Francia; pero nos avisa (aquí está la trampa) que en Xauen la espera un agente
de Mahomet "el Cojo" para entregarle una importantísima información.
¿Qué deduce usted, teniente, de ello?
-¿Intentará
escaparse en Xauen?
El
jefe del servicio se echó a reír.
-Usted
es un ingenuo y ella una mentirosa. La información que ella tiene que recibir
en Xauen es un cuento chino. Vea, teniente.-El señor Demetriades se volvió
hacia el mapa y señaló a Ceuta.-Aquí está Ceuta.-Su dedo regordete bajó hacia
el Sur.-Aquí, Xauen. Observe este detalle, teniente. A partir de Beni Hassan,
usted se encuentra con un sistema montañoso de más de mil quinientos metros de
altura. Nidos de águilas y despeñaperros, como dicen nuestros amigos los
españoles. Después de Beni Hassan, el único lugar donde puede aterrizar un
avión es Xauen. Ahora bien: el proyecto de esta mujer es tirarse del avión
cuando el aparato cruce por la zona de las grandes montañas. Como ella llevará
paracaídas, tocará tierra cómodamente, y el avión se verá obligado a seguir
viaje hasta Xauen. Y la señorita Estela, a quien sus compinches esperarán en
Dar Acobba, Timila o Meharsa, nos dejará plantados con una cuarta de narices. Y
nosotros habremos costeado la información para que otros la aprovechen. Muy
bonito, ¿no?. . .
-El
plan es audaz.
El
señor Demetriades replicó:
-¡Qué
va a ser audaz! Es simple, claro y lógico, como dos y dos son cuatro. Más
lógico le resultará cuando se entere de que la señorita Estela es paracaidista.
Lo he sabido de una forma sumamente casual.
El
teniente Ferrain volvió a encender su pipa.
-¿Qué
es lo que tengo que hacer?
-Poco
y nada. Usted irá a Ceuta en un avión de dos asientos. El aparato llevará los
paracaídas reglamentarios; pero el suyo estará oculto, y el destinado al
asiento de ella, tendrá las cuerdas quemadas con ácido; de manera que aunque
ella lo revise no descubrirá nada particular. Cuando se arroje del avión, las
cuerdas quemadas no soportarán el peso de su cuerpo, y ella se romperá la
cabeza en las rocas. Entonces usted bajará donde esa mujer haya caído, y si no
se ha muerto, le descarga las balas de su pistola en la cabeza. Y después le
saca todo lo que lleve encima.
-¿Con
qué queman las cuerdas del paracaídas?
Con
ácido nítrico diluido en agua. ¿Por qué?
-Nada.
El avión se hará pedazos.
-Naturalmente.
Ahora, véalo al coronel Desmoulin. Él le dará algunas instrucciones y la orden
para retirar el aparato. Tendrá que estar a las ocho de la mañana en Ceuta. Le
deseo buena suerte.
El
teniente Ferrain se levantó y estrechó la mano del jefe de servicio. Luego tomó
su sombrero y salió. Ambos ignoraban que no se verían nunca más.
El
teniente Ferrain llegó a las ocho de la mañana al aeródromo de la Aeropostale ,
piloteando un avión de dos asientos. Miró en derredor, y por el prado herboso
vio venir a su encuentro una joven enlutada. La acompañaba el director del
aeródromo. Ferrain detuvo los ojos en la señorita Estela. La muchacha avanzaba
ágilmente, y su continente era digno y reservado. Algunos ricitos de oro
escapaban por debajo de su toca. Tenía el aspecto de una doncella prudente que
va a emprender un viaje de vacaciones a la casa de su tía.
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