Echó a andar hacia la loma, pero con dificultad. Estaba
agotado por el calor, tenía cortes y magulladuras en los pies descalzos, le
flaqueaban las piernas. Ansiaba descansar, pero era imposible si deseaba llegar
antes del poniente. El sol no espera a nadie, y se hundía cada vez más.
"Cielos -pensó-, si no hubiera cometido el error de
querer demasiado. ¿Qué pasará si llego tarde?"
Miró hacia la loma y hacia el sol. Aún estaba lejos de su
meta, y el sol se aproximaba al horizonte.
Pahom siguió caminando, con mucha dificultad, pero cada vez
más rápido. Apuró el paso, pero todavía estaba lejos del lugar. Echó a correr,
arrojó la chaqueta, las botas, la botella y la gorra, y conservó sólo la azada
que usaba como bastón.
"Ay de mí. He deseado mucho, y lo eché todo a perder.
Tengo que llegar antes de que se ponga el sol."
El temor le quitaba el aliento. Pahom siguió corriendo, y la
camisa y los pantalones empapados se le pegaban a la piel, y tenía la boca
reseca. Su pecho jadeaba como un fuelle, su corazón batía como un martillo, sus
piernas cedían como si no le pertenecieran. Pahom estaba abrumado por el terror
de morir de agotamiento.
Aunque temía la muerte, no podía detenerse. "Después
que he corrido tanto, me considerarán un tonto si me detengo ahora",
pensó. Y siguió corriendo, y al acercarse oyó que los bashkirs gritaban y
aullaban, y esos gritos le inflamaron aún más el corazón. Juntó sus últimas
fuerzas y siguió corriendo.
El hinchado y brumoso sol casi rozaba el horizonte, rojo
como la sangre. Estaba muy bajo, pero Pahom estaba muy cerca de su meta. Podía
ver a la gente de la loma, agitando los brazos para que se diera prisa. Veía la
gorra de piel de zorro en el suelo, y el dinero, y al jefe sentado en el suelo,
riendo a carcajadas.
"Hay tierras en abundancia -pensó-, ¿pero me dejará Dios
vivir en ellas? ¡He perdido la vida, he perdido la vida! ¡Nunca llegaré a ese
lugar!"
Pahom miró el sol, que ya desaparecía, ya era devorado. Con
el resto de sus fuerzas apuró el paso, encorvando el cuerpo de tal modo que sus
piernas apenas podían sostenerlo. Cuando llegó a la loma, de pronto oscureció.
Miró el cielo. ¡El sol se había puesto! Pahom dio un alarido.
"Todo mi esfuerzo ha sido en vano", pensó, y ya
iba a detenerse, pero oyó que los bashkirs aún gritaban, y recordó que aunque
para él, desde abajo, parecía que el sol se había puesto, desde la loma aún
podían verlo. Aspiró una buena bocanada de aire y corrió cuesta arriba. Allí
aún había luz. Llegó a la cima y vio la gorra. Delante de ella el jefe se reía
a carcajadas. Pahom soltó un grito. Se le aflojaron las piernas, cayó de bruces
y tomó la gorra con las manos.
-¡Vaya, qué sujeto tan admirable! -exclamó el jefe-. ¡Ha
ganado muchas tierras!
El criado de Pahom se acercó corriendo y trató de
levantarlo, pero vio que le salía sangre de la boca. ¡Pahom estaba muerto!
Los pakshirs chasquearon la lengua para demostrar su piedad.
Su criado empuñó la azada y cavó una tumba para Pahom, y
allí lo sepultó. Dos metros de la cabeza a los pies era todo lo que necesitaba.
León Tolstoi
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