Desde la cocina entreveíamos el galpón, al que iban llegando
como avanzadas de fiesta algunos charrés y gente de a caballo. Adivinábamos
risas de mujeres en los carruajes y poco a poco la cocina fue llenándose de
paisanos que saludaban, alegres o taimados.
Ya la gente se había amontonado por demás y salimos con Pedro a curiosear lo
que sucedía en el salón del baile.
Intimidados, a pesar de nuestros alardes, nos asomamos al recinto antes lleno
de bolsas, maquinarias y cueros, entonces preparado con ostentación de
lámparas, velas, candiles y banderitas, a contener la alegría de un centenar de
parejas.
El centro despejado y limpio, asustaba y atraía como un remanso. En las sillas
que formaban cuadros, apoyadas contra la pared, había mujeres de todas las
edades, algunas con chicos en las faldas, los que asustados miraban con grandes
ojos, o cansados dormían sin reparar en conversaciones, ni luces, ni colores.
Las mujeres, según la edad, vestían ropas oscuras o claras faldas floreadas.
Algunas llevaban pañuelo en el pescuezo, otras en la cabeza. Todas parecían
recogidas en una meditación mística, como si esperaran el advenimiento de un
milagro o la entrada de algún entierro. Pedro me golpeaba disimuladamente el
muslo con el puño:
-Vamoh'ermanito, que aurita dentra el finao.
Del galpón nos dirigimos a una carpa improvisada con las lonas de las parvas,
donde nos tentó una hilera de botellas y misteriosas canastas, tapadas con
coloreados pañuelos, que según nuestros cálculos debían esconder alfajores,
pasteles, empanadas y tortas fritas.
Pedro interpeló al muchacho, que se aburría entre tanta golosina con ojos
hinchados de sueño:
-Pase un frasco, compañero, que se van a redamar de llenos y nosotros estamos
vacidos.
-¿No serán ustedes los llenos?
-De viento, puede ser.
-Y de intenciones.
-No sé mamarme con eso, mozo.
-Ni quiere tampoco el patrón que naides se mame.
-¿Y los pasteles?
-Después que se hayan servido las señoras y las mozas.
-Jue'pucha -concluyó Pedro-, usté nos ha resultao un chancho que no da tocino.
El guardián de las golosinas y los licores se rió, y nos volvimos con propósito
de asearnos un poco, porque ya los guitarreros y acordeonistas preludiaban y no
queríamos perder el baile.
Fuente: Segunda edición, San Antonio de Areco, Proa, 1926.
http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/novela/segundo_sombra/segundo_10.htm
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