Mi
morochita era indudablemente la prenda más vivaracha de la fiesta y, como ya el
amanecer nos sugería un deseo de blando descanso, no dejaba de anegarme en sus
ojos chispones y en la risa carnosa de sus labios, dispuestos a la contestación
tierna.
Un poco turbado por mis propios piropos y su consentimiento intenté apartarla,
invitándola a tomar un refresco en la carpa. Cuando, con una hábil y costosa
maniobra, pude llevarla hasta quedar escondido de la gente por la lona del
improvisado boliche, le tomé la mano pretendiendo sin más aviso darle un beso.
Luchamos un momento y me sentí rudamente apartado ante su mirada de enojo.
Volvimos al baile sin que se me ocurriese una artimaña para desagraviarla, y
aunque fuera yo a pedirle tres piezas consecutivas negóse con pretextos nimios.
Rabioso, pensé en el trato benévolo de la de verde.
Al rato estaba muy bien de relaciones con mi nueva amiga, y hasta me acusaba de
haber sido un sonso en desperdiciar mi tiempo con la otra.
Tiernamente, al concluir una polca, le oprimí los dedos; pero debía estar de
mala pata esa noche porque se me cuadró en actitud altanera diciéndome:
-¿Se ha creído que soy escoba'e barrer sobras?
Adiós todos mis placeres de la noche. De pronto, la gente que me codeaba empezó
a pesarme, como un caballo que lo ha apretado a uno en la rodada.
Me abrigué en la sociedad de Perico.
-Ve, ve -me decía éste señalando una pareja de gringos que pasaba bailando a
saltos-. ¡Cha que son gauchitos, si van como arrancando clavos con los talones!
Y al notar mi seriedad, volvió hacia mí sus bromas:
-No ves que el andar saltando al pedo no lleva a nada güeno. ¿Te han basuriao,
hermano? ¡Pobrecito! ¡Si te has quedao con la pontizuela caída!
Y Pedro aflojaba el labio inferior con expresión que trataba de acercar, lo más
posible, a la de un freno con pontezuela.
De golpe me fui por el día ya alto a tender mi recado y dormir unas horas.
Ricardo
Güiraldes (1886-1927)
Fuente: Segunda edición, San Antonio de Areco, Proa, 1926.
Fuente: Segunda edición, San Antonio de Areco, Proa, 1926.
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