El
cuadro dio una vuelta, el cantor continuaba:
"Vuela
la infeliz, vuela, ay que me embarco
en
un barco pequeño, mi vida, pequeño barco."
Las
mujeres tomaron entre sus dedos las faldas, que abrieron en abanico, como
queriendo recibir una dádiva o proteger algo. Las sombras llamearon sobre los
muros, tocaron el techo, cayeron al suelo como harapos, para ser pisadas por
los pasos galanos. Un apuro repentino enojó los cuerpos viriles. Tras el leve
siseo de las botas de potro trabajando un escobilleo de preludio, los talones y
las plantas traquetearon un ritmo, que multiplicó de impaciencia el amplio
acento de las guitarras esmeradas en marcar el compás. Agitábanse como breves
aguas los pliegues de los chiripases. Las mudanzas adquirieron solturas de
corcovo, comentando en sonantes contrapuntos el decir de los encordados.
Repetíase el paseo y la zapateada. Un rasgueo sólo batió cuatro compases. Otra
vez los pasos largos descansaron el baile. Volvieron a sonar talones y espuelas
en una escasa sobra de agitación. Las faldas femeninas se abrieron, más
suntuosas, y el percal lució como pequeños campos de trébol florido, la fina
tonalidad de su lujo agreste.
Murió el baile sobre un punto final, marcado y duro.
Algunas mujeres hacían muecas de desagrado ante las danzas paisanas, que
querían ignorar; pero una alegría involuntaria era dueña de todos nosotros,
pues sentíamos que aquélla era la mímica de nuestros amores y contentos.
A mi vez fui parte del cuadro con Don Segundo y mi elegida. Era un gato con
relación.
Cuando quedamos aislados en el silencio, deletrié claramente mis versos:
"Para
venir a este baile puse un lucero de guía,
porque
supe que aquí estaba la prenda que yo quería."
Por la
derecha dimos una vuelta y zapateamos una mudanza. Quieto esperé la respuesta,
que vino sin tardar:
"De
amores me estás hablando, yo de amores nada sé.
Pero
si en amor sos sabio, se me hace que aprenderé."
A su vez
tocó el turno a Don Segundo, que avanzó hacia su compañera retándola con firme
voz de amenaza:
"Una,
dos, tres, cuatro.
Si
no me querés me mato."
Concluida
la vuelta, contestó con gran indiferencia y encogiéndose de hombros la
voluminosa Doña Encarnación:
"Una,
dos, tres.
Matate
si querés."
Entre
burlas y galanteos siguió el juego de los versos.
Bailamos un triunfo y un prado y enardecidos nos entreveramos cada vez más con
mi morocha, lanzándonos palabras que por ir en rima nos parecían disimuladas.
Una muchacha cantó. Un hombre tenía que contestar con una relación, porque era
de uso. Pero ¿quién se atreve a declamar una versada jocosa, paseando de una
punta del salón a la otra ante el silencio de los demás?
Don Segundo quedó de pronto en el centro de la rueda.
La curiosidad volvía mudos a los mirones. Mi padrino se quitó el chambergo y
pasó el antebrazo por la frente, en señal de trabajoso pensamiento. Por fin,
pareciendo haber encontrado inspiración, echó una mirada circular y prorrumpió
con voz fuerte:
"Yo
soy un carnero viejo de la majada'e San Blas."
Dio una
vuelta como prestándose a la observación:
"Ya
me han visto por delante..."
Y
tomando dirección lentamente hacia la puerta de salida concluyó con desgano:
"...ahora
mirenmé de atrás."
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