martes, 12 de mayo de 2015

Don Segundo Sombra – Parte 4


El cuadro dio una vuelta, el cantor continuaba: 


                                   "Vuela la infeliz, vuela, ay que me embarco 
                                   en un barco pequeño, mi vida, pequeño barco." 

Las mujeres tomaron entre sus dedos las faldas, que abrieron en abanico, como queriendo recibir una dádiva o proteger algo. Las sombras llamearon sobre los muros, tocaron el techo, cayeron al suelo como harapos, para ser pisadas por los pasos galanos. Un apuro repentino enojó los cuerpos viriles. Tras el leve siseo de las botas de potro trabajando un escobilleo de preludio, los talones y las plantas traquetearon un ritmo, que multiplicó de impaciencia el amplio acento de las guitarras esmeradas en marcar el compás. Agitábanse como breves aguas los pliegues de los chiripases. Las mudanzas adquirieron solturas de corcovo, comentando en sonantes contrapuntos el decir de los encordados. 
Repetíase el paseo y la zapateada. Un rasgueo sólo batió cuatro compases. Otra vez los pasos largos descansaron el baile. Volvieron a sonar talones y espuelas en una escasa sobra de agitación. Las faldas femeninas se abrieron, más suntuosas, y el percal lució como pequeños campos de trébol florido, la fina tonalidad de su lujo agreste. 
Murió el baile sobre un punto final, marcado y duro. 
Algunas mujeres hacían muecas de desagrado ante las danzas paisanas, que querían ignorar; pero una alegría involuntaria era dueña de todos nosotros, pues sentíamos que aquélla era la mímica de nuestros amores y contentos. 
A mi vez fui parte del cuadro con Don Segundo y mi elegida. Era un gato con relación. 
Cuando quedamos aislados en el silencio, deletrié claramente mis versos: 


                                   "Para venir a este baile puse un lucero de guía, 
                                   porque supe que aquí estaba la prenda que yo quería." 

Por la derecha dimos una vuelta y zapateamos una mudanza. Quieto esperé la respuesta, que vino sin tardar: 


                                   "De amores me estás hablando, yo de amores nada sé. 
                                   Pero si en amor sos sabio, se me hace que aprenderé." 

A su vez tocó el turno a Don Segundo, que avanzó hacia su compañera retándola con firme voz de amenaza: 


                                   "Una, dos, tres, cuatro. 
                                   Si no me querés me mato." 

Concluida la vuelta, contestó con gran indiferencia y encogiéndose de hombros la voluminosa Doña Encarnación: 


                                   "Una, dos, tres. 
                                   Matate si querés." 

Entre burlas y galanteos siguió el juego de los versos. 
Bailamos un triunfo y un prado y enardecidos nos entreveramos cada vez más con mi morocha, lanzándonos palabras que por ir en rima nos parecían disimuladas. 
Una muchacha cantó. Un hombre tenía que contestar con una relación, porque era de uso. Pero ¿quién se atreve a declamar una versada jocosa, paseando de una punta del salón a la otra ante el silencio de los demás? 
Don Segundo quedó de pronto en el centro de la rueda. 
La curiosidad volvía mudos a los mirones. Mi padrino se quitó el chambergo y pasó el antebrazo por la frente, en señal de trabajoso pensamiento. Por fin, pareciendo haber encontrado inspiración, echó una mirada circular y prorrumpió con voz fuerte: 


                                   "Yo soy un carnero viejo de la majada'e San Blas." 
Dio una vuelta como prestándose a la observación: 


                                   "Ya me han visto por delante..." 
Y tomando dirección lentamente hacia la puerta de salida concluyó con desgano: 



                                   "...ahora mirenmé de atrás." 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario